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Acerca de Octavio Paz*

Luis Armando González

Octavio Paz (1914-1998) es una de las figuras intelectuales más importantes del siglo XX en América Latina. Latinoamericano con vocación universal, mind supo moverse con creatividad en ámbitos del saber tan divergentes como la poética, online siendo el mismo un poeta, thumb la teoría y la crítica literaria, la historia de las ideas políticas, la filosofía y el pensamiento oriental. Este intelectual mexicano nació en 1914, en la Ciudad de México.

Siendo muy joven participó en el II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas, celebrado en Valencia, en 1937, en el marco de la guerra civil española. Un año después, colaboró en la fundación de la revista Taller, desde la cual fue impulsada una nueva generación de escritores mexicanos, entre quienes sobresalen Enrique González Martínez, Carlos Pellicer, Alberto Quintero Álvarez, Manuel Lerín, Efraín Huerta y Enrique Herrero.  En 1943 se trasladó a Estados Unidos, donde descubrió y se sumergió en la poesía del modernismo angloamericano. En esta época, Paz elabora su teoría de la “conciliación de los contrarios”, según la cual las dicotomías poder-contemplación, magia-religión, soledad-comunión, inocencia-conciencia, se resuelven en la búsqueda de la experiencia del absoluto.

En 1945 ingresa en el cuerpo diplomático de su país y fue destinado a París, en donde se vinculó estrechamente al movimiento surrealista, una de cuyas principales figuras, André Breton, influyó decisivamente en su pensamiento. La influencia de Breton llevó a Paz a decir cosas como estas: “el verdadero amor, del amor libre y liberador, es siempre exclusivo e impide toda caída en la infidelidad”. En 1962, Paz fue nombrado embajador en la India, lo cual dejó una huella permanente —vital e intelectual— en el mexicano. Tres obras recogen directamente la experiencia de Paz en la India: El mono gramático, Ladera Este y Vislumbres de la India. En 1968 dimitió de su cargo en el servicio diplomático, como medida de protesta por la masacre de los estudiantes en Tlatelolco. Desde entonces, se dedicó a su obra, así como a la colaboración en dos importantes revistas fundadas por él: Plural (1971-1976) y Vuelta (a partir de 1976), revista esta última galardonada con el Premio Príncipe de Asturias, en 1993. Octavio Paz,  por su parte, obtuvo en 1981 con el Premio Cervantes y en 1990 el Premio Nobel de Literatura.

Paz transitó hacia la “otra orilla” —de la que no hay regreso— en 1998, precisamente cuando terminaba la revisión del conjunto de sus escritos, recogidos en la edición de sus Obras completas a cargo del Fondo de Cultura Económica.

Sin renunciar a buscar lo más propio de América Latina, en las ideas, el arte, la política y la cultura, Paz supo sortear con solvencia los peligros a los que puede conducir una búsqueda de la identidad latinoamericana al margen de la herencia y la tradición occidental. Fue particularmente lúcida su consideración de América Latina como una “excentricidad” de Europa, es decir, como una parte de Europa, pero situada en sus bordes,  fuera de su centro de irradiación cultural, social, económica y política.   

Sin resentimientos de ninguna especie, Paz reconoció que América Latina es parte de Occidente, con todos los pros y contras que de ello se ha seguido: los pros, el aprendizaje de un idioma (y de una visión de mundo) que ha permitido el diálogo con tradiciones culturales que se remontan a los griegos; los contra, la asimilación de formas de ver el mundo —la política, la sociedad, la economía— que no tenían sustento en la realidad latinoamericana. América Latina se entreteje de esos pros y contra; sus posibilidades de desarrollo, las frustraciones colectivas y los sueños truncados de sus pueblos han estado marcados por su particular inserción en Occidente.    

Paz fue un pensador latinoamericano, sí, pero no a la manera de aquellos intelectuales que se esfuerzan aun ahora por encontrar lo “propio”, lo “incontaminado” por el occidente europeo en América Latina. Fue un pensador latinoamericano, primero, porque era mexicano; y, segundo, porque se interesó en comprender el lugar propio de América Latina en el escenario de la historia mundial, particularmente en el contexto de la historia occidental. “Por la historia, la lengua y la cultura pertenecemos —escribió— a Occidente, no a ese nebuloso Tercer Mundo del que hablan nuestros demagogos. Somos un extremo de Occidente —un extremo excéntrico, pobre y disonante” (1)

Paz no fue ni ingenuo ni provinciano, sino sumamente crítico y con una vocación universal. Su proyección intelectual fue la de un mexicano que entendió los problemas de su país y de América Latina en una perspectiva más amplia. Su obra expresa sus preocupaciones personales; en ella se abordan temas locales (mexicanos y latinoamericanos) (2), pero también temas de un alcance más universal, como las religiones y el arte orientales, la cultura occidental y el totalitarismo, sólo para mencionar algunos de los problemas que lo ocuparon a lo largo de su vida. Fue un pensador latinoamericano en un sentido en el que deberían serlo todos los que, asumiendo en toda su contundencia la herencia y el carácter occidental europeo de América Latina, quieren entender el modo cómo los latinoamericanos han ido fraguando su particular modo de ser occidentales, pero también cómo los hombres de todos los tiempos han ido enfrentando problemas que escapan a los particularismos locales, pues son consustanciales a la condición humana.

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Paz no fue, sin embargo, un intelectual político a la manera de José Martí, es decir, un protagonista de la política. Su paso por el gobierno mexicano, como miembro de su cuerpo diplomático, no lo convirtió en un político profesional ni mucho menos lo llevó a subordinar vocación intelectual a las exigencias de la política. Incluso en esta etapa de su vida —cuando estaba integrado a la burocracia del Estado mexicano— preservó su independencia como intelectual, al punto que renunció a su cargo como embajador en la India como protesta por la masacre de Tlatelolco, en 1968.

Su ruptura con el gobierno no lo alejó de la política, sino que lo llevó a asumirla de un modo distinto: la asumió como un desafío intelectual; como una realidad a la que él, como intelectual, debía prestar atención mediante el ejercicio de la crítica y la razón. Fue plenamente consciente de que esta era su responsabilidad como intelectual; trató de ser consecuente con esta autocomprensión de sí mismo; y conminó a los intelectuales latinoamericanos no desvincular su vocación intelectual de la crítica del poder y sus aberraciones.  También los fustigó por haber renunciado a la actividad crítica y haberse asumido como los redentores de los pueblos latinoamericanos, traicionando lo más propio de su responsabilidad social, cultural y política.

Notas

1) O. Paz, “Literatura y crítica”. En Fundación y disidencia. Dominio hispánico. Obras completas (III). México, FCE, 1994, p. 61.

2) En este campo, uno de sus escritos más logrados es El laberinto de la soledad (México, FCE, 1994) en el que aborda el espinoso tema de la identidad del mexicano.

*Tomado de Luis Armando González, Las ideas y el poder en América Latina. San Salvador, UFG Editores, 2013, pp. 137-140

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