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Aborto, el sol no se tapa con un dedo

Iosu Perales

Respeto profundamente las creencias religiosas. También la espiritualidad no adscrita a ninguna religión. Las convicciones íntimas de las personas constituyen una reserva cargada de humanidad gracias a la cual podemos convivir, respetarnos, y creer en una vida y un mundo mejor. Sin embargo, cuando se pretende trasladar las creencias propias que deben pertenecer a lo privado, a las políticas públicas, estamos errando. El poder, sea el estado monárquico o republicano no debe ser confesional, no debe pretender imponer una visión teológica a las leyes y normas que organizan la vida en sociedad. Lo de Dios es de Dios y lo del César del César.

Así ocurre con el aborto. Nicaragua, Honduras y El Salvador son tres de los seis únicos países del mundo donde está prohibido cualquier tipo de aborto. Los otros son el estado de El Vaticano, Malta y Chile. Pero este último país está tramitando una ley que permitirá el aborto en tres supuestos: feto inviable, riesgo de perder vida de la mujer y los casos de violación. La presidenta Michelle Bachelet va más lejos al decir que “las mujeres deben ejercer el derecho a decidir”, pero la ley que será aprobada en 2018 es ya un avance sustancial. En ese momento sólo serán cinco los países prohibicionistas de un total de 194 plenamente soberanos. Algo que hace pensar.

El caso es que el aborto terapéutico, realizado por razones médicas o cuando es producto de una violación, existía en estas naciones centroamericanas a partir de las constituciones liberales del siglo XIX. Este centenario derecho quedó suspendido en el marco de contextos electorales y de presiones de la Iglesia Católica. ¿Por qué aceptó la izquierda semejante regresión?

Los testimonios de mujeres que han sufrido y sufren la suspensión de la despenalización del aborto terapéutico, son espeluznantes. En El Salvador la amenaza de 30 años de cárcel por aborto consentido o por “homicidio agravado”, no es para nada razonable y castiga sobre todo a las mujeres que viven en pobreza. Revisar las leyes relativas al aborto es una necesidad. En el mundo hay una pelea por los derechos de las mujeres y la igualdad de género, y no es aceptable retroceder a más de cien años atrás en materia de derechos reproductivos.

Es interesante apelar a la sabiduría y legitimidad moral del ex presidente de Uruguay, Pepe Mujica. Él ha señalado que la ley de despenalización del aborto que se aprobó en Uruguay bajo su mandato no solo evitará muertes de mujeres en abortos clandestinos, sino que además puede llegar a reducir el número de abortos al brindarle apoyos a mujeres en dificultades, sobre todo a las más humildes, a las que están solas. Mujica reconoce estar en contra del aborto y dice: “¿Quién puede ser favorable?, todo el mundo está en contra. Sé que es un tema que desgarra a todos los partidos, donde además hay visiones religiosas. Pero creo que es un hecho real que existe en todas las sociedades y es medio hipócrita seguir tapando”. Tiene razón. No cabe entender el aborto como algo frívolo, como una radicalidad feminista, sino que es una alternativa humana a un drama humano. Mujica, en su sabiduría, lo que dice es que el aborto clandestino crece en la medida en que la prohibición es más dura. Y ese tipo de aborto causa muchas víctimas y mueren mujeres, no precisamente las que disponen de medios económicos para acudir a clínicas extranjeras.

Estoy seguro que las mujeres con medios económicos que deciden abortar no sufren las consecuencias del aborto clandestino, ni están en soledad, ni viven con la consecuente culpa de las mujeres pobres que arriesgan su vida en la clandestinidad en sociedades permeadas por influencias religiosas injustas que alimentan una condena social muy fuerte hacia aquellas mujeres que deciden abortar. El teólogo brasileño Frei Betto lo dice: “No soy favorable a la criminalización del aborto. Nadie lo hace por gusto. Más bien la criminalización es un incentivo para las clínicas clandestinas. Lo que me intriga de los antiabortistas sectarios es el hecho de que no condenan con el mismo rigor el comercio de armas, la pena de muerte y las guerras”. Y yo añado: es curioso que muchos de quienes están contra la despenalización del aborto terapéutico apenas se preocupan de los niños y niñas que estando vivos son víctimas del hambre, de enfermedades y epidemias para las que hay vacunas, y de las guerras.

Es necesario abordar el aborto y en qué supuestos. Creo que la discusión debe darse con altura de miras. El argumento de “no discuto porque soy provida” es en realidad una pobre coartada. ¡Todos somos provida! Lo peor es no reconocer una realidad que debe ser enfrentada. El efecto de la criminalización no reduce la cantidad de abortos, sino que silencia y oculta una realidad sangrante. Es por eso que los organismos universales de Derechos Humanos recomiendan examinar las leyes restrictivas.

Una ley de despenalización no obliga a nadie, es decisión de la mujer si ella tiene su posición de seguir con el embarazo a pesar de que se vaya a morir y hay que ayudarla cualquiera que sea la decisión que ella tome. De ninguna manera el Estado puede decidir por ella. Tampoco pueden decidir por ella las creencias religiosas de los políticos y gobernantes. No confundamos el reino de la tierra con el reino de los cielos.

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