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UTILIZACIÓN DE LA SIMBOLOGÍA RELIGIOSA

Miguel Ángel Dueñas Góchez*

La cruz o crucifijo, ¿qué evoca en las personas cuando lo ven? Para una mayoría de personas católicas, representa al Hijo de Dios que murió para salvar a la humanidad; para otra menos aferrada a ello, representa a un profeta que, en su lucha por una sociedad más justa, se enfrentó a los poderes de su tiempo (Roma y el Templo), por eso lo persiguieron y lo ajusticiaron. Las corrientes dominantes (la Iglesia Oficial al frente) tienen mucho cuidado en ocultar la última de las significaciones, cada cual argumenta según sus intereses.

La Biblia es el “libro sagrado” que contiene la “palabra de Dios”, para quienes profesan el cristianismo, y en ella se plasma lo que la teología ha dado en llamar “la historia de la salvación”. Pero su interpretación es privativa del Magisterio de la Iglesia, ninguna interpretación es válida fuera de ese magisterio; todos los exégetas que practican la libre interpretación, todas las investigaciones arqueológicas, lingüísticas, etc. de los biblistas, no valen nada si no ratifican la interpretación oficial, canónica. Esto hace de la Biblia también un instrumento de manipulación, de opresión y de persecución en manos de la Iglesia.

Además, la Biblia se viene utilizando desde tiempo inmemorable en tomas de posesión de cargos públicos, juran sobre ella y por ella, que van a cumplir con sus obligaciones. Son ejemplos concretos de cómo los símbolos religiosos, sacados de su contexto original, son recursos útiles para imponer mentalidades, suscitar sumisiones, reprimir libertades, etc. Lo que, en cualquier sociedad que aspire a consolidar un modelo democrático de convivencia, exige consensuar un sistema de símbolos que representen valores comúnmente compartidos por toda la ciudadanía y debidamente actualizados.

¿Es ésta nuestra situación? La respuesta solo puede ser negativa, por la profusión con que aún se usa y se abusa de la simbología religiosa católica en los espacios públicos. ¿Cómo entender, por ejemplo, que ministros/as, parlamentarios/as y jueces sigan poniendo a Dios por testigo, ante el crucifijo, de su hipotética fidelidad a la nación, cuando en muchos casos ni siquiera son creyentes?

Tomado de “Estado Laico, Iglesia Laica” de José María García Mauriño.

* Lic. en Relaciones Internacionales.

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