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Testimonio de una sobreviviente

Samia Becil Canavati*

Hoy Dios sacudió mi mundo. Lo sacudió pero no me soltó. Lo sacudió y me despertó. Lo sacudió tan pero tan fuerte que me desperté como una persona y me fui a dormir como otra completamente diferente. Me di cuenta lo tonta que fui por dar el tiempo por hecho. Lo ingenua que fui al pensar que no era necesario decirle a mis papás cuánto los quiero, a mis hermanos que no podría vivir sin ellos y a mis amigos que el tiempo con ellos se hace ligero.

Son en situaciones como estas en las que te das cuenta que la vida es rápida y que no perdona a nadie. Que cuando te toca, ni aunque te quités; y cuando no, ni aunque te pongás. Que la vida se acaba cuando menos te lo esperás y que en una milésima de segundo todo puede cambiar. Son momentos como estos en los que nos damos cuenta que no debemos dejar discusiones a medias, mal entendidos sin resolver y amores sin perdonar.

Son momentos como estos en los que un abrazo vale más que mil palabras y un beso más que mil suspiros. Son momentos como estos en los que nos damos cuenta de que lo único que importa es el amor, cuánto das y cuánto recibes, aunque muchas veces estos dos no vengan en proporciones equilibradas. Lo más importante en esta vida es amar, amar sin medida.

Son momentos como este en los que me arrepiento de todas las palabras que me guardé, todas las lágrimas que no llore, todas las risas que desperdicié, pero sobre todo, todos los días que sobreviví en vez de vivir.

Y es que el tiempo se convirtió en  traicionero. El tiempo traicionó a niños que creían que volverían a jugar fútbol con sus amigos en el recreo y a madres que creían que volverían a casa a encontrarse con sus hijos. El tiempo traicionó a padres que no tuvieron tiempo de darles un beso de despedida a sus hijos porque ya iban tarde al trabajo y a amigos que siempre dejaban esa salida a comer para la próxima semana. El tiempo traicionó a todos esos amores que prometieron reencontrarse en el futuro.

Los humanos vivimos por el “todo a su tiempo” pero es que hoy tengo miedo de que ese momento nunca llegue. Y aunque mi cabeza y mi razón me dicen que sí está en los planes de Dios, ese tiempo llegará, mi corazón y mi alma sienten demasiada impotencia y me dicen que ya no espere más.

Vivir es un privilegio que a muchos hoy se les fue revocado. Estar vivo hoy es una oportunidad para empezar de cero. Estar vivo hoy es una oportunidad que Dios nos está dando para que volvamos a tomar el control de nuestras vidas y cumplamos las promesas que hicimos, los sueños que soñamos y las metas que nos propusimos. Estar vivo hoy es una segunda oportunidad para recuperar a aquella persona que perdiste, para pedir perdón a quien heriste, para decir todas esas palabras que te guardaste. Estar vivo hoy es la oportunidad perfecta para empezar a amar como nunca antes has amado.

 

 

*Mexicana sobreviviente del 19-09

19 de septiembre de 2017

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