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Tardes llenas de violoncellos

Nueva fotografia_BITACORA_TRESMIL

Mauricio Vallejo Márquez
coordinador
Suplemento Tres mil

Recuerdo aquellas tardes que el ambiente de la casa siempre tenía armonías de violoncello o chelo, check como lo llamamos en casa. Mi tía Alba Márquez ensayaba, sickness mientras yo jugaba o dibujaba. El violoncello siempre estaba en acción, buy viagra porque ella tenía la disciplina de dedicarle al menos cinco horas a su arte. Un ejempo de dedicación y tenacidad que continúa a pesar de los años. Tomaba un cinturón que sujetaba a una de las patas de la silla para sostener la pica, luego con su acostumbrada posición elegante tomaba el diapasón con la mano izquierda, con la voluta paralela a su cabeza, y con su  diestra el arco se deslizaba con suavidad sobre las cuerdas, para arrojar esa música tierna como el principio del ronroneo de un felino que luego se convierte en todo el ambiente de la tarde.
Al menos una vez por semana las melodías del violoncello eran acompañadas por violines y violas u otros instrumentos. Mi tía, además de pertenecer en la Orquesta sinfónica, también integraba una orquesta de cámara, así que la música siempre estaba presente.
Uno de los compañeros de mi tía que me encantaba como tocaba era Jorge Rodríguez, quien interpretaba la tonada de la Pantera Rosa compuesta por Henry Mancini, cuando se lo pedía.
Si no había ensayos igual había música clásica porque mi abuela Josefina es una amante de esta. Uno de sus favoritos es el Nabucco de Verdi.
Claro, ese gusto por la música venía de tiempo atrás cuando mi bisabuelo Manuel Pineda tocaba la mandolina, pero la primera en hacerlo de forma profesional es Alba Márquez y ahora su hija Sofía Bautista Márquez.
Bueno, cuando yo era un niño ella tuvo la buena intención de que estudiara en la escuela de música. Pero aún no estaba listo, así que después de estar unos meses con violín y violoncello regresé a casa con los juguetes, dibujos y la pluma. Y allí no faltó la música, sobre todo los miércoles y jueves cuando nos íbamos con mi abuela Josefina a escucharla en el Teatro Nacional. Esas sillas tapizadas de rojo y el ambiente entre silencioso y expectante de las butacas del teatro a veces lo extraño, porque se sentía la paz que da paso a un concierto. De pronto el telón sube y la orquesta que tiene sus momentos de estar afinando sus instrumentos guardan silencio ante la entrada de German Cáceres, quien ha sido director por muchos años. Y Max Martínez, el primer violín, puesto en pie y saludando. Comienza el concierto.
Con el tiempo dejamos el Teatro Nacional por el Teatro Presidente donde el ambiente era diferente, pero la música, la música siempre queda, aunque sea sólo un momento cuando se toca, porque permanece en nosotros.

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