Sobrevivir

Mauricio Vallejo Márquez

 

Escritor y coordinador

Suplemento Tres mil

 

 

El miércoles celebramos el octavo día de januká. Januká es una fiesta judía que rememora el triunfo de los Macabeos contra los griegos y el milagro del aceite, pero sobre todo la sobrevivencia de un pueblo que por muchos años algunos han procurado borrar de la tierra y a pesar de todo sigue vivo.

La primera noción de la fiesta que tuve en mi entorno fue por un comentario que hizo mi Papá Tony, mi abuelo paterno, cuando me dijo que nosotros celebrábamos el tiempo de las luces, y así como tantas cosas más no le tomé la debida importancia en mi infancia. Con el tiempo comprendí mejor su significado histórico y religioso.

La fecha coincide con mi cumpleaños y el de mi mamá Yuly (6), la Navidad cristiana (25) y el cumpleaños de mi papá (28); se celebra a partir del 25 de kislev, aunque el calendario judío no cae siempre en los mismos días que el calendario solar, es inminente que coincide con diciembre.

En tanto los días iban pasando y se encendían cada una de las ocho velas pensaba en lo increíble que es sobrevivir, viendo a Daniel Alfaro y Elazar Prisman encendiendo las janukías. Cómo se puede lograr seguir presente a pesar de que se ha procurado borrar la existencia de alguien, y pensaba en casos como el de mi papá, Edgar Mauricio Vallejo Marroquín, un joven escritor que fue desaparecido y asesinado en esos años cruentos cuando existir era toda una proeza, sobre todo si se quería cambiar las cosas. Fueron extensos los listados.

A veces estoy tan distraído en la vida que me olvido de fechas y si no tuviera amigos como Gamliel Cartagena para recordarlas se me podrían pasar por alto.

Justo al inicio de Januká me escribe el ajedrecista Reynaldo Tablas, quien fue amigo de mi papá. Me preguntaba si tenía el cuento Caparazón de añicos, que escribió mi papá, y que quería leerlo porque se acordaba que la última vez que hablaron, mi progenitor le comentó que lo había publicado.

Precisamente ese cuento es uno de los que fuimos a rescatar gracias a la Hemeroteca Nacional junto a Rob Escobar y Wilfredo Arriola, ya que fue publicado en 1976 en un par de periódicos.

Al principio me sonó normal la petición del amigo, pero después de pensarlo me brindó un enorme impacto. Han pasado más de cuarenta años de esa publicación, así como han pasado más de 36 que Reynaldo vio por última vez a mi papá y platicaron de la publicación de ese cuento; pero Reynaldo  a pesar de no haberlo visto publicado esos años aún guardaba la esperanza de leerlo,  y ahora se publica en las páginas de Suplemento Tresmil a cinco días de que se celebre un año más del nacimiento del joven poeta.

Uno no tiene idea de cómo puede llegar a sobrevivir. Recuerdo que Álvaro Darío Lara me decía hace unos quince años: “Los escritores somos inmortales”. Y cuando veo cosas como está comprendo que mi papá sigue vivo en sus escritos, en la mente de sus amigos y seres amados. Nada puede, en realidad, borrar nuestro paso por la vida, ni siquiera la muerte.

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