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Segunda vuelta electoral en España: La batalla de los relatos

Iosu Perales

Tras cuatro meses de tácticas, generic intrigas, maniobras y vetos cruzados, ha sido imposible formar gobierno en España. De modo que siguiendo el orden constitucional se han convocado nuevas elecciones que tendrán lugar el 26 de junio. Entre tanto Mariano Rajoy sigue presidiendo un gobierno en funciones en un escenario desconocido en la democracia española.  Vaya por delante que las elecciones generales dejaron unos resultados electorales de difícil gestión: el Partido Popular obtuvo 123 escaños; el Partido Socialista Obrero Español logró 90; Podemos consiguió 69; Ciudadanos 40; e Izquierda Unida 2; el conjunto de los partidos nacionalistas obtuvo 26.

Esa dificultad ha llevado a los cuatro partidos más fuertes a tener un ojo puesto en la formación de gobierno y el otro en la celebración de nuevas elecciones. Ambas cosas reclamaban comportamientos distintos y hasta opuestos. Como es lógico, los partidos políticos principales han iniciado ya una batalla dirigida a convencer al electorado de que los culpables del fracaso político de no tener gobierno son los otros. Es alrededor de este punto que desarrollo el presente artículo.

Las voceras y voceros del Partido Socialista Obrero Español  reiteran una y otra vez que el partido Podemos es el responsable de que España no tenga un gobierno progresista, al no haber dado su apoyo al pacto de los socialistas con el partido Ciudadanos que es, no olvidemos, la nueva derecha neoliberal española, inventada por el poder financiero con el Banco Sabadell a la cabeza. Le pedían a Podemos que olvidara su programa de cambio, que dejara a un lado sus aspiraciones de ser parte de un gobierno de coalición y que, en suma, aportara gratuitamente sus apoyos. El PSOE y Ciudadanos firmaron un pacto de derechas en lo económico combinado con algunas políticas sociales progresistas: un gobierno de continuidad con lo vivido durante el gobierno de mayoría absoluta del Partido Popular, con la incorporación de arreglos sociales y de medidas contra la corrupción.

El resumen de la historia es que los socialistas se casan con la nueva derecha, por cierto muy neoliberal, invitan a Podemos y a Izquierda Unida de convidados de piedra a su fracasada boda, y pretenden hacer creer que los culpables de que Rajoy pueda seguir siendo presidente son otros.

Desde diciembre hasta hoy algunas personas me han preguntado: ¿Cómo es posible que no haya un acuerdo entre PSOE y Podemos para formar un gobierno de izquierda? Mi respuesta es invariable: ¿Y quién le ha dicho a usted que el PSOE quiere un gobierno de izquierda? Creo que en este punto reside exactamente el problema. Los socialistas de hoy, sus cuadros medios y dirigentes superiores (no hablo de militantes de base y mucho menos de su electorado) están haciendo un recorrido que los aleja progresivamente de la socialdemocracia de izquierda para convertirse en una socialdemocracia liberal que rinde culto al libre mercado y al poder financiero. ¿Por qué? Porque dan por perdida la batalla entre poderes financieros y soberanía popular, entre democracia y elites económicas. Este PSOE interpreta que la globalización actual ha liquidado las viejas aspiraciones socialdemócratas de igualdad y justicia social y cree que su supervivencia radica en mutarse, en abrazar políticas como las que defiende la nueva derecha de Ciudadanos. En realidad esta mutación lo es de toda la socialdemocracia europea, cuyos silencios ante flagrantes injusticias se alternan con complicidades como ya ocurrió en el caso de Grecia, donde tecno burócratas de la Unión Europea que no han sido votados impusieron un gobierno de austericidio.

Es por eso que cuando Ciudadanos ha repetido hasta la saciedad que el famoso documento firmado con el PSOE contiene en un 80% su programa, no es una mera anécdota, es una realidad no desmentida por el candidato socialista Pedro Sánchez. Y de ahí que el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, asegure que es un documento perfectamente asumible por el Partido Popular. Ha resultado cómico que mientras el PSOE pedía a Podemos su adhesión al pacto con Ciudadanos, éste último partido hacía lo propio con el Partido Popular. ¿La política se ha vuelto loca? ¿O algunos políticos practican el disparate, el absurdo, la cuadratura del círculo?

El relato del PSOE no se sostiene. ¿Por qué no eligió pactar primero con la izquierda para después ofrecer a la nueva derecha su adhesión o su abstención? Hubiera sido lo lógico de haber habido el deseo de formar un gobierno de izquierda. Un pacto de izquierda suponía sumar 161 votos en el congreso, mientras que su acuerdo con la nueva derecha le reporta 130 escaños. Lo cierto es que tras el 20 de diciembre, Pedro Sánchez pasó varios días anunciando un acuerdo entre la izquierda. Incluso viajó a Portugal  donde hay un gobierno sostenido por la izquierda. Pero ocurrió que los veteranos (llamados barones) del PSOE, empezando por Felipe González, pronto le señalaron las líneas rojas: con Podemos nada de nada.

Así es como fue el PSOE a un pleno de investidura en la que Pedro Sánchez perdió por dos veces. 130 votos no daban ni de lejos para obtener la presidencia (el Congreso está formado por 350 escaños). Salió mal parado para regocijo del Partido Popular. Sánchez quedó quemado incluso dentro de su propio partido, cuyas bases electorales, según encuestas sí están por un acuerdo de izquierda. El PSOE se la jugó y perdió. De haber ido con los 161 votos del conjunto de la izquierda hubiera habido gobierno, ya que los votos nacionalistas vascos y catalanes le habrían dado su apoyo, en lo que era una decisión pública.   

Lo cierto es que la nueva derecha de Ciudadanos  ha logrado cumplir con el encargo del IBEX-35 (grandes empresas de la Bolsa española): impedir el acceso de Podemos al gobierno. Y lo ha hecho dando el abrazo del oso a un PSOE que tampoco ha hecho nada por liberarse del mismo, pues ni en sus dirigentes actuales, ni en sus barones, ni en sus lobbys internos, ha habido la mínima voluntad de conformar un gobierno de izquierda, estando como están en el camino hacia un social liberalismo que combina una economía de derechas con políticas sociales orientadas a mantener caladeros de votos entre los trabajadores, el mundo rural y las clases medias.

En el otro lado, creo que el relato de Podemos es mucho más consistente. Es cierto que no me han parecido afortunadas algunas intervenciones de Pablo Iglesias, unas por ruidosas, otras por precipitadas, otras por ser a mi juicio tácticamente erróneas. Pero en el balance general creo que la posición de Podemos ha sido coherente, clara, en permanente disposición al diálogo. Lo prueban los datos de su reciente encuesta interna que ha logrado un cierre de filas total entre militantes y dirección del partido. Un total de 150.000 seguidores han dado su voto de confianza a la dirección del partido mediante voto secreto.

La posición de Podemos, por coherente, ha sido objeto de una campaña de acoso brutal. Pocas veces, durante los últimos cuarenta años en el estado español, se había vivido una cruzada tan ofensiva, sistemática y organizada. En el acoso hay que incluir encuestas fabricadas con objetivos preconcebidos que han tratado de debilitar el cuerpo electoral de Podemos y al propio partido. Sólo por resistir semejante campaña ya hay que felicitar a Podemos. Precisamente soy de los que piensan que el mayor daño se lo puede hacer Podemos a sí mismo si no gestiona bien su complicada pluralidad y su programa político a caballo entre el pragmatismo y un listado de principios como por ejemplo el derecho a decidir de las nacionalidades (País Vasco y Cataluña).

El relato de Podemos no guarda secretos. Es transparente: o gobierno de izquierda o elecciones. Otra cosa sería traicionar y traicionarse, lo que sería el principio del fin.   

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