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San Salvador matinal XXI

Rafael Lara-Martínez
Tecnológico de Nuevo México
[email protected]
Desde Comala siempre…

 

XXI

El día siguiente debía levantarme tempranísimo para tomar el avión. No tenía tiempo ni ganas para reuniones sociales. Quería acostarme a las nueve. Pagué la cuenta del hotel, le di un último vistazo al jardín para apreciar la vegetación tropical del fondo y comí algo rápido en el restaurante. Estaba por terminar un spaghetti con camarones, tomate y albahaca, cuando apareció Lucania a la puerta. Venía sola y se acercó a la mesa. Me paré para recibirla y le ofrecí asiento.

—Bien, me siento por unos minutos, tengo un compromiso con un colega en una media hora.

—No se preocupe, yo también me marcharé en seguida. Mañana salgo de viaje y debo estar en el aeropuerto a las seis en punto.

—No lo vi hoy en el Archivo ni en la Hemeroteca. ¿Ya desistió de sus pesquisas históricas?

—No, en absoluto, le respondí, hoy opté por ir a Los Planes.

—¿No me diga que ahí va a encontrar pistas de su amigo?

—Es posible, le aseguré con énfasis, uno nunca sabe si en los lugares más frecuentados por una persona quedan huellas de su paso.

—Ya viene Ud. con sus subjetividades y quiere convencerme de que la naturaleza guarda la memoria histórica. Parece místico más que científico, sonrió con burla.

—No es cuestión de misticismo sino de compenetración, le reclame con cierta agresividad que objetaba su ironía.

—Pero ya nos estamos metiendo en honduras y le advertí que no tenía mucho tiempo. ¿A qué afinidades se refiere? Déme un ejemplo.

—A las analogías que se establecen entre el ser humano y su mundo circundante.

—Esa relación la estudian los agrónomos por los cultivos y los cambios en la ecología. Dudo que Ud. ande tras esos estudios.

—Es obvio que no. Me interesa cómo los sentimientos se hacen naturales.

—Ya ve. Sigue con sus ideas absurdas e irracionales. Le podría creer que hay sitios históricos, lugares en los cuales un grupo que vive siglos en un territorio lo marcaron templos, cementerios y monumentos. Pero eso de que los sentimientos personales, digamos, como la desaparición de su amigo, se proyecta hacia la naturaleza, no se lo creo. Imagínese que yo en vez de documentar las matanzas en archivos, anduviera por los sitios donde ocurrieron tomando fotos para establecer lazos entre la masacres y la vegetación, me considerarían loca.

—Escúcheme. “Al podar las ramas inferiores de los árboles, la escisión deja una herida que semeja a una abertura como la boca por la cual el tronco supura la historia de quienes murieron en sus raíces y lo nutrieron”. Así imagino 1863, ¿se acuerda de la cita? Y así imagino la desaparición de Fortunato.

—Uf, suena muy poético. Pero le insisto que eso no es historia y menos creo que por esas comparaciones vaya Ud. a encontrar a su amigo, a mi casi tocayo de apellido, según menciona. Y por coincidencia etimológica, entre suerte y fortuna, casi también de nombre.

—Sí, claro, entre su apellido y el de él sólo cambian dos letras. Bueno, en ésas ando y aún si no lo encuentro en persona, circular por los lugares que solía frecuentar me ha concedido la sensación de palpar facetas de su persona que desconocía o había olvidado.

—Quizás ese material le serviría más para escribir un cuento o una novela que para hacer historia. Eso debería hacer.

—¿De verdad le parece?

—Por supuesto, además Ud. no sólo anda buscando a su amigo. Entiendo que busca sus propios sentimientos en las cosas y en los hechos. Sería una novela muy poética, o quizás sería un ensayo cubista, un ensayo fractal, en el cual partes de Ud. mismo se desprendieran y se volvieran plantas, piedras tal como me lo insinúa. Eso debería hacer.

—Tiene razón. Lo pensaré con calma al regresar a casa. Le agradezco el consejo. Casi podría dedicarle el ensayo fractal, como Ud. lo llama. Por su sugerencia la veo ahora como musa.

—No sea anticuado ni ridículo. Hablamos como colegas, nada más. Es evidente que Ud. no es historiador. Escriba y punto, sin tapujos de género.

—Eso haré. Sé que tengo un compromiso. Le escribiré mi correo electrónico para mantenernos en contacto. Tal vez cuando termine el ensayo se lo mande para que sea Ud. la primera lectora.

—Nada de eso. Ya le dije que soy historiadora positiva de datos documentales. Pero lo pondré en contacto con escritores de Colima. Le daré su correo a Alexandra Martin, quien organiza las invitaciones a ponentes extranjeros para el Coloquio del Bicentenario. Creo que hay presupuesto asignado para invitados y espacio para lecturas literaria. Ahí cabría su trabajo.

—Por supuesto —exclamé entusiasmado, a la vez que retenía la semejanza del nombre de su colega con el heterónimo de Fortunato— me encantaría asistir, sobre todo si me invitan. Sería un buen lugar para presentarlo y leerlo. Yo vivo en un sitio muy aislado y ninguno de mis colegas sería capaz de darme su opinión porque tienen intereses muy distintos a los míos.

—Cuídese le escribiré. Se despidió con cortesía mientras guardaba el papelito con mi correo electrónico.

Terminé de comer y subí a mi cuarto a caer redondo en la cama hasta las cuatro y media de la mañana.

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