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San Salvador matinal XV

Rafael Lara-Martínez
Tecnológico de Nuevo México
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Desde Comala siempre…

Si escribiese sobre la vanidad del mundo y aceptara mi destino sólido como la piedra, también me llamaría F. V. Admitiría la flor como emblema de lo efímero, de todo lo pasajero que el tiempo corroe y mi cuerpo como simple traje mudable que cambio a diario o, al menos, con cierta regularidad. Pero lo mantengo aseado y limpio en caso de que lo utilice con mayor frecuencia, mientras muera y agonice. No poseería mayor nostalgia que la de rescatar los Dioses Abolidos de mis ancestros a quienes el monopolio del Uno Solo sotierra bajo estos cerros y montañas sin justicia. En su verdor atestiguan de Su Vivencia Subterránea y Oculta. Con esta certeza de retorno a una Ítaca Múltiple y Divina, me complace observar en detalle el “espectáculo del mundo”, sea hoy el de un trópico húmedo, o mañana el de un desierto despoblado y ocre. Cada estación llega a tiempo propicio, la residencia dorada de lo natal o el exilio perenne de lo que no me pertenece. Sólo en la ilusión de Deidades Rebajadas existe la libertad suprema de elegir el destino. En mí, esta existencia bajo figura humana me resulta tal cual un apartamento que alquilo por unas breves semanas de veraneo. Me someto a las condiciones de renta y suscribo contrato de ocupación, ya que de otra manera me hallaría sin vivienda terrenal. Pero rechazo toda pretensión que sueña que de mi arbitrio proviene el ropaje corporal con el cual me revisten los Dioses. Por ello, me muevo a veces como pieza en un tablero de ajedrez con un itinerario predeterminado al inicio, pese a que en torno mío azoten mareas negras de petróleo y guerras destructivas que en sus escombros proclaman la paz. Vivo en la intensa memoria de una “partida bien jugada” en su estratagema de mi quehacer cotidiano. Estas horas sin musgo son los únicos naipes que puedo barajar con pleno derecho de causa. No exijo ni gloria ni tormento, sino anhelo a que mi vida sea tal, un lapso tan verde como la hierba que crece frente a la ventana de mis ojos. Así no temo el irremediable futuro lleno de olvido; al otoño que cada año me enluta. Cumplo con lo que soy en el presente, conciente de lo que queda atrás en el silencio y de un porvenir utópico que no me corresponde. Lo único que pretendo es acariciar la flor del instante como si la Esfinge me urdiera un enigma cada segundo. Hecho de la presencia y de la llama esplendorosa de mi propia soledad que vegeta sin futuro, pero que fluye como río en su cuenca. Como árbol que produce follaje cada primavera sin abdicar de su vocación de invierno. “La memoria olvida”. Si confiara en mí, me desahogaría en la creencia de volverme en lo que persisto, de lo único que logro mantener al alcance del tacto. A lo sumo, me expando en la vista que logra gozar de objetos que me son ajenos y que jamás podré palpar. Pero en la euforia, a veces el recuerdo no distingue “lo que he sido de lo que he visto”. Ante ese hado, “estoico” aspiro la brisa que aletea en mi entorno, como si su paso sosegado fuera la norma que me limita. Si en cada criatura de la naturaleza se estampa la figura de un Dios, en mi cuerpo estalla el sello de Otro Desconocido y Sin Nombre. Su Halo Temporal me incita a no añorar nada más que la sustancia disgregada de mi propio seno. En esta única libertad del transcurrir en el tiempo y diluirme en el instante, transcribo lo siguiente:

Sólo seré quien ya siempre fui.
Los Dioses dispensan sus dones al inicio.
Sólo una vez el Hado me concede
el destino, porque soy uno.
Poco obtengo del esfuerzo que ejerzo,
según mis habilidades natas.
Poco, si me concibieron para algo distinto.
Me conformo con ser quien no puedo resistir de ser.
Aún tendré el vasto cielo que me cubre y la tierra
verde o reseca, dadas las estaciones.

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