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Poemas de Julio César Orellana Rivera

Ausencia

Aún sigo esperando tu ausencia en esta alcoba desnuda: acaso una cama para descansar el cuerpo fatigado y una pequeña lámpara que ilumine mis penas. Deja que la ausencia bese los poros de mi piel y ya arraigada en mí florezca la entereza de ya no sentirme tuyo.

 

La ausencia y el tiempo

La distancia se torna ausencia y el tiempo su cómplice.

Cuánto te extraño amor mío. Me siento un náufrago en las inquietas aguas de la soledad; pero mi cabeza se aferra a tu imagen corporal, y me salva de morir de entre los brazos del mar por mí figurado.

Cuánto tiempo sin verte y esta agonía que me tuerce el cuello.

 

Mi silencio

Calla, calla, calla. Mi nombre no te lo diré. De nada sirven las preguntas si el silencio será siempre mi respuesta. Aprende del silencio, que es mi voz. No uses la aldaba. El silencio será el llavín para abrir mi corazón.

 

…Y el hombre se sintió solo

En esa vastedad que se llamaba Edén, el hombre se sintió solo. El sueño se coló en sus ojos y entonces, vino el amor y el hombre lo hizo suyo y suyo, también, lo hizo Eva, porque ella era su complemento. La soledad había terminado.

 

Jaculatoria a la mirada

Eterna mirada la que tienes, mujer enamorada, de ángel escondido tras la hierba en las vegas de Dios. Mirada de mujer gozosa de la vida, plena de tus montes donde mana leche y mana miel.

Tu sensualidad perturba a cualquiera que ose mirarte. Mirada hermosa la que tú tienes, mujer de los ojos festivos. Amo esa mirada que cae en mis ojos y en mi piel, y me olvido de quién soy, por los siglos de los siglos. Amén.

 

Silencio y soledad

Calló el silencio y quiso acompañarme la soledad. Pero ahí estabas tú, y tus palabras fueron el bálsamo en las heridas que me dejó un amor ya distante.

Ese texto que no vi, pero que escuché y ese aliento tuyo, muy tuyo impulsaron a mi barca a puerto seguro. El naufragio que quiso y no pudo ser quedó atrás. Y si ese aliento es tuyo, muy tuyo, tú eres mía, muy mía.

 

¿Quieres mi piel?

¿Quieres mi piel? Te la doy untada de inocencia y de virginidad, cual rosa abierta al amanecer.

 

Cuando la Navidad asome su rostro

Cuando la Navidad asome su rostro, yo estaré construyendo el pasado roto en un santiamén.

Mi barca naufragó en el océano de tus palabras. No maldije. Callé. No guardé rencor.

El tiempo borró mis llagas.

Todo fue como una ráfaga de polvo en el Oriente. ¿Cuántos siglos han pasado? No siglos sino milenios. ¿Cuánto acíbar extraje del dolor? No amargura sino dulzura.

Una hoja del árbol del tiempo salió volando con el viento de una mano: llegó diciembre con sus fríos húmedos.

La estrella de Belén brilló en mi corazón.

Advino el “Día de Reyes” y yo lo he olvidado todo, todo, todo.

 

Julio César Orellana Rivera. Contador público de profesión, docente por vocación, incursionó en la literatura con la reflexión “Humildad: base de la amistad” que publicó en un periódico local. Colaboró varios años con la página sabatina Filosofía, Arte y Letras, de El Diario de Hoy, escondiendo su identidad tras el seudónimo “Cesleo”. Más de un año después de los Acuerdos de Paz, la Fuerza Armada de El Salvador convoca al I Certamen Nacional por la Paz y la Reconciliación y gana el primer lugar con el poemario De “La Piedad” a la paz. Entre 1996 y 1997, publicó poesía y cuento en el Suplemento Cultural Astrolabio, de Diario El Mundo. En 2007, en los XIV Juegos Florales Ahuachapanecos, obtuvo el Premio Único en el género de cuento con Epístolas del amor (ad)yacente. Ha publicado también en el Suplemento Cultural Tres Mil, de Diario Colatino.

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