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No quería el primer grado

Carlos Burgos

Fundador

Televisión educativa

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Después de tomar posesión de nuestros cargos en la escuela de Teotepeque, salve el director convocó a

una reunión de maestros, health éramos cuatro. Se procedió a la distribución de grados. Doña Blanca y doña Margarita conservarían el tercero y cuarto grado que atendían desde principio de año; estaban sin maestro primero y segundo grados. El director se adjudicó el segundo y me dejó el primero. Me extrañó esta distribución puesto que yo no era graduado. Los demás eran normalistas y consideraba que uno de ellos debería trabajar en primer grado por sus conocimientos pedagógicos.

–El primer grado es el más delicado de la educación, cialis el más difícil de atender – les dije.

–Pero tú podrías hacerlo – me dijo doña Blanca.

–Nunca he trabajado, no sé cómo atender a niños de primer grado.

–Por lo mismo, allí aprenderás – agregó doña Margarita

–Además, es conveniente que a los niños pequeños los atienda una mujer, ellos van saliendo del hogar donde han permanecido con su madre – insistí.

–Esto no es problema, la escuela es mixta – dijo doña Margarita –. Te vamos a dar ideas, no te preocupes.

No hubo cambio. Me confirmaron el primer grado. Me explicaron que en todas las escuelas se llevan al día varios libros manuscritos. Para mí era increíble tanto registro, consideraba que podrían eliminarse algunos. Se exigía un libro de temas enseñados diariamente, uno de resúmenes de contenidos impartidos, otro de asistencia de alumnos  con estadísticas diarias y mensuales, otro de calificaciones mensuales, otro con el cuadro de promoción, el libro de asistencia diaria de profesores, libro de actas,  de matrícula, de archivo de la escuela y otros obligatorios.

Yo me resistía a llevar tanto registro, pero con frecuencia llegaban los delegados escolares quienes supervisaban el trabajo de cada maestro y exigían tener al día todos estos libros, además, ingresaban a las aulas a comprobar si los alumnos habían aprendido los temas del programa. Esto para mí fue un reto a mi capacidad. Los delegados eran estrictos, dejaban constancia de las fallas encontradas, y enviaban los reportes a la dirección de Primaria.

Después las dos maestras nos comunicaron que pronto se iba a presentar una velada en que participarían alumnos y maestros. Ya estaban preparando algunos puntos; sólo faltaba la participación humorística  que nosotros deberíamos presentar. Esto me sorprendió, puesto que yo estaba saturado de tristeza. ¿Cómo podríamos asumir tal papel con Manlio? Si a él también lo miraba serio. Era más fácil llorar y hacer llorar y no reír y hacer reír. Traté de cambiar tal punto.

–El buen humor ha desaparecido de mi vida – les informé – mejor prepararé a los niños para que canten, bailen y declamen.

–No, ya tenemos varios niños con esas participaciones – dijo doña Margarita..

–Veremos qué hacer – concluyó el director.

En mi primera clase traté de sondear cuánto sabían los niños de mi grado y advertí que estaban a cero, entonces los motivé para que aprendieran a tomar correctamente el lápiz y luego a trazar palotes y óvalos. Los chiquillos se mostraban anuentes con lo que hacíamos en el aula.

El siguiente día discutí con el director el punto que íbamos a presentar en la velada. Decidió que él declamaría un poema y que yo dijera después de cada verso “por delante” o “por detrás”. Por ejemplo:

“La princesa está triste… por delante.

¿Qué tendrá la princesa?… por detrás.

De su boca de grana… por delante.

Un suspiro se escapa… por detrás”.

Consideré que esto era de mal gusto y falta de respeto para niños y padres de familia; los niños podrían creer que así lo escribió Rubén Darío y me opuse a tal idea; además, esto no es original puesto que hasta en los circos lo presentan los payasos.

Después nos decidimos por un diálogo entre un hombre correcto y uno humorista. Qué lío. Yo quería desempeñar el papel del hombre correcto y que el director hiciera el del chistoso, pero él no aceptó y me designó para el papel de humorista.

(Continuará).

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