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¡No más impuestos!

Orlando De Sola W.

La Guerra de Independencia de Estados Unidos comenzó por la inconformidad de los colonos ingleses con los impuestos de la Corona, viagra para sufragar guerras en Europa. No se sentían representados en el Parlamento Británico y por eso el lema “No a la Tributación sin Representación”, stuff pronunciado por primera vez en un sermón, cialis en 1750.

Desde 1689, un siglo antes de la Revolución Francesa, la Carta de Derechos de la Gloriosa Revolución Inglesa prohibió a los monarcas exigir tributos, sin la aprobación del Parlamento. Por ello los colonos americanos, que eran súbditos, se consideraban con derecho a rebelarse, adoptando, desde 1775, una bandera amarilla con una serpiente enrollada, cuyo lema era: “No me pisotees”.

Un par de años antes, también en señal de protesta, unos colonos se disfrazaron de indios y destruyeron un embarque de té en las aguas de la bahía de Boston.

En Centroamérica los impuestos y las restricciones al comercio también fueron un importante detonante de los movimientos independentistas. No hubo guerra porque los colonos se valieron de la invasión napoleónica de España y la sumisión de la monarquía para rebelarse.

Carlos IV fue capturado y sustituido por un hermano de Napoleón, pero este no fue aceptado por los españoles y tuvo que ser reemplazado por Fernando VII, un hijo de Carlos IV, quien reinó de manera autoritaria, con el apoyo de Napoleón.

La Constitución de Cádiz de 1812, un gesto conciliador introducido por los franceses, permitió la representación de los colonos en las Cortes, pero no fue suficiente para frenar el movimiento independentista, que culminó en Guatemala, en 1821, con las Provincias Unidas del Centro de América.

Poco después la invasión imperial mexicana, de 1823 a 1824, reflejó la nostalgia monárquica de muchos. Pero la Provincia del Salvador resistió esa invasión y preparó una delegación para pedir su anexión a Estados Unidos. Esto no sucedió porque el imperio de Iturbide fracasó.

Después de ese corto episodio imperial vinieron las guerras intestinas entre liberales y conservadores, también llamados Federalistas y Centralistas. El Salvador no abandonó la Federación hasta 1841, cuando ya otras provincias lo habían hecho.

Los impuestos siguieron siendo importantes, porque los gobiernos necesitan ingresos para sufragar sus egresos, a veces exagerados por guerras, pero también por empleomanía, derroche, despilfarro, ostentación y corrupción.

Fue así como, siglo y medio después, tuvimos que sufrir una Guerra Civil de doce años, que parece no haber terminado. El Presidente Duarte decretó un Impuesto de Guerra, pero fue derrotado por la opinión pública y una cantidad considerable de Recursos de Inconstitucionalidad. La guerra fue financiada por quienes consideraban a Centroamérica su patio trasero.

Ahora sufrimos la llamada Guerra Social, cuyas causas y maneras no están claras. Por ello la dificultad del gobierno para exigir más impuestos a la población.

Todo gobierno cuenta con tres mecanismos para financiar gastos públicos, tanto legítimos como ilegítimos. El principal es la tributación, pero también pueden echar mano del endeudamiento y la devaluación.

Desde la controversial Ley de Integración Monetaria del 2000, los gobiernos de El Salvador no pueden recurrir al mecanismo de inflación-devaluación porque no hay colones y no pueden emitir dinero inorgánico, sin respaldo, aunque lo hacen con CETES y LETES.

Eso nos recuerda una célebre frase del Presidente Martínez, cuando dijo: “Propongo a la faz de la nación, no más empréstitos”. Se refería a una antigua deuda con Estados Unidos, la cual fue pagada en 1922 con bonos del estado salvadoreño. Los compradores de esos bonos fueron influyentes ciudadanos norteamericanos, quienes exigieron a su Congreso la intervención de las aduanas salvadoreñas para cobrarse los bonos con aranceles a la importación.

La propuesta de Martínez a la Asamblea fue olvidada y los adictos a los empréstitos robaron la placa conmemorativa colocada en el Salón Azul del antiguo Palacio Nacional para seguir endeudándonos. Eso ya no es posible por la enorme deuda acumulada, pero los magnates de la deuda pública intentan recurrir a mayor expoliación, cuando lo recomendable es bajar los impuestos, no solo para aliviar la economía de los ciudadanos, sino para aumentar la recaudación.

El IVA fue elevado del 10% al 13% por el Pacto de San Andrés, en 1995. Desde entonces la economía de los salvadoreños decrece sostenidamente, sin señales de recuperación. Da la impresión que ese aumento fue el detonante para el pesimismo que padecemos desde hace 20 años.

Para aliviar la insolvencia pública y el empobrecimiento de los ciudadanos necesitamos un profundo programa de austeridad pública que recorte todo gasto que no sea absolutamente necesario, incluyendo instituciones. Además de ese radical programa de austeridad, recomendamos bajar el IVA al 10%, como era antes de la desaceleración, exceptuando las medicinas y la canasta básica alimentaria, que no deben ser encarecidas por impuestos.

Al reducir el IVA aumentará su recaudación, que será importante fuente de ingresos para un gobierno central reducido, incluyendo los tres Órganos del Estado.

El mal llamado Impuesto Sobre la Renta, que en realidad es un Impuesto Sobre Ingresos que incluye todos los ingresos, no solo renta, puede ser cobrado por los gobiernos municipales, o mancomunidades, compitiendo entre si para atraer mayor inversión privada y promoviendo la transición del centralismo autoritario a la descentralización, o Federalismo. Eso provocará una migración voluntaria de personas y riqueza, del centro a la periferia y del exterior hacia el interior del país.

Solo así podremos resolver, simultáneamente, los principales retos de nuestra querida Patria, cuyos orígenes son la necesidad humana de sentirse respetado y protegido, no explotado ni expoliado.

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