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Mirando pasar las agujas del reloj…

Carlos Girón S.

Con el deslizarse de las agujas en la esfera del reloj, troche mi mente viaja por el espacio pensando en los eones que han transcurrido desde que Dios emanó Su gloriosa Creación, cialis sale poniendo en el centro –yo sí lo creo firmemente—al hombre, online este ser singular y único en todo lo que existe pues salió de la Esencia, de la Consciencia de Dios mismo.

El segundero del reloj acaba de llegar al número 12 de la esfera, cerrando así el último minuto, de la última hora del postrer día del año 2014, tomando como referencia la venida de Jesús el Cristo a la Tierra. Antes de Jesús hubo otros avatares que trajeron mensajes iluminadores a la Humanidad para elevarla en conciencia y hacerla avanzar hacia su pleno desarrollo. Claro que ha habido antes varias edades y épocas, y también antes de la presente, otras grandes civilizaciones con avanzados conocimientos. Una de las más grandes se considera que fue la del Antiguo Egipto, donde se establecieron las famosas Escuelas de los Misterios, que recibieron la herencia de los Maestros de la Atlántida, que a su vez la habían recibido de los de Lemuria.

Todos ellos manejaron el saber de que la antigüedad de nuestro planeta Tierra es de 3,000.000.000 (tres mil millones de años) y la edad del hombre de por lo menos 1.000.000 (un millón de años). Poca cosa. A pesar de eso, le falta mucho ¡uuhh! para llegar a la meta de su perfección.

Las agujas del reloj me hacen pensar cómo se escurre, como agua entre los dedos, el hilo de nuestras vidas, y lo felices o infelices que cada uno de los habitantes del mundo hayamos logrado ser y sentirnos, cifrando las esperanzas de mejorarnos en este nuevo año o en el próximo, y etc., en vez de proponernos de hacerlo un logro del hoy, del ahora, del presente. De otro modo, las agujas del reloj se llevarán seguramente toda esperanza, toda expectativa, toda ilusión, hacia la nada…

Se las llevarán a la velocidad con que se mueve nuestra morada, la Tierra, en su recorrido alrededor del Sol,   y junto con la de éste los demás planetas hacia el centro de la Vía Láctea, la cual se mueve entre el Grupo Local y éste se mueve por el espacio hacia un ente gravitatorio enorme que los científicos denominan el Gran Atractor. Este conjunto de movimientos nos obligan a viajar por el Universo a velocidades vertiginosas.

Para comenzar, veamos a la velocidad con que somos llevados por nuestro planeta en su órbita alrededor del Sol. Quienes viven en los círculos polares son llevados un poco menos que quienes moramos en la zona del Ecuador terrestre. Y, miren: ¡nos movemos a la escalofriante velocidad de 1.670 km/h! ¡Más rápido que el sonido! Sin embargo, no sentimos nada, ni el menor soplo de viento.

La Tierra se mueve alrededor del Sol arrastrándonos con su movimiento. Ella describe una órbita que tiene 150 millones de kilómetros de radio, por término medio, en un año. Su velocidad de traslación es de 107.208 km/h, 87 veces más rápido que el sonido. Y allí vamos todos en las alas del tiempo.

Pero no terminan aquí las sorpresas. El Sol es una de las miles de millones de estrellas que giran alrededor del centro de nuestra galaxia, la Vía Láctea. Los astrónomos y astrofísicos nos dicen que la Vía Láctea es tan inmensa, que las unidades de medida habituales no nos sirven de mucho. Para hacernos una idea, dicen, el radio de la órbita del Sol alrededor del centro galáctico, expresado en kilómetros, sería de 250.000.000.000.000.000 (¿podemos leer esa cifra? ¿serán 250 mil billones de kilómetros?. Es una cantidad tan grande que se ha tenido que inventar otra unidad de medida, el año-luz, que es la distancia que recorre la luz a lo largo de un año y, aun así, la distancia del Sol al centro de la Vía Láctea es de 25.000 años-luz.

Pues bien, el Sol se mueve alrededor del centro galáctico describiendo una órbita inmensa que recorre a la velocidad de 792.000 kilómetros por hora (220 km/segundo). A esa velocidad podríamos dar 20 vueltas a la Tierra en cada hora.

Todas estas evoluciones y revoluciones estelares y cósmicas no nos son para nada indiferentes ni inocuas a los seres humanos. Sin duda que el cúmulo tremendo de energías que generan nos tocan de alguna, de muchas maneras, contribuyendo a moldear nuestras emociones, nuestros sentimientos y aun los pensamientos. Todo eso está sucediendo mientras el segundero del reloj avanza paso a paso, consumiendo la esencia, la quintaesencia de nuestras vidas sin que apenas lo percibamos ni tan siquiera imaginemos. Y es, figurativamente, como si fuera la madeja de un huso con el que cada uno tejemos el lienzo de nuestras existencias y las teñimos de los más variados colores, desde el violeta y el turquesa –que podemos tomar como el tinte espiritual–, hasta el rojo encendido –tinte de las pasiones e instintos bajos—y el negro profundo –coloración de la furia salvaje y conducta criminal—, todo ello mostrado por el caleidoscopio de las diversas y múltiples naturalezas humanas…

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