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Los habitantes eternos del bella nápoles (Primera entrega)

Mauricio Vallejo Márquez
Escritor y poeta

Frente a la puerta de vidrio está colgado un letrero en mayúsculas que dice: “Hay tamales”. Las paredes están colmadas de recortes de periódicos enmarcados en los que se cuenta un poco de su vida y como fondo musical la cafetera italiana acompaña con un leve tronido a una melodía de jazz.
Las mesas oscurecidas por los años comienzan a llenarse. Las meseras disponen el menú y aguardan el pedido. Lo de rigor es el café, ambulance lo sirven en un pichel de aluminio que aromatiza la mesa. Vierto despacio su contenido en una taza blanca cubierta en buena parte de rayones grises que son el esbozo de muchas personas que tomaron su bebida acá. Nombres que pueden ser conocidos o extraños para el mundo. No son las tazas originales, sickness aquella en la que podríamos decir con toda certeza que era la preferida de Roque Dalton, discount pero la casualidad se podría dar porque aún guardan las primeras vajillas.
Tomo mi desayuno y observo el local, con los mismos colores y olores con los que lo visité por primera vez. Pasa una mesera y recoge mis platos. Endulzo el café y veo desde las vitrinas andar a la gente. Aunque uno de sus ventanales está tapado por un enorme puesto de películas piratas, las puertas de vidrio aún muestran que San Salvador está vivo.
Tras el chirrido de la puerta comienza el ritual. Y suave escucho el murmullo de la gente que conversa, leve sonido parecido a la marea que se va haciendo cada vez más fuerte. Entre ellas quizá se esconde la voz de un poeta muerto que aún diserta en una de sus mesas o que aguarda en silencio viendo a los visitantes, calculándolos hasta la saciedad mientras la cafetera italiana vuelve a gritar y mostrar presencia. Pero este ruido no inmuta a la gente que continúa en sus charlas. La mesa es su mundo, donde le dan solución a los problemas del universo.
Desde su fundación el 17 de junio de 1961 dos mujeres han visto pasar los rostros, las pláticas y el tiempo. Sonriéndoles a todos, tratándolos con deferencia al mismo tiempo que haciendo crecer su negocio. La primera fue doña Marta de Matamoros o mamá Campanita quien fundó el lugar y lo bautizó con el nombre de su pueblo natal: Nápoles.
Doña Marta siempre estuvo tras el mostrador sonando la clásica campana para llamar a las habitantes de su mundo, las meseras. Tras su muerte en el 2008 dejó de hacerlo. Se sumó a los habitantes eternos del café y de seguro aún suena la campana entre las disertaciones de sus fantasmas.
El lugar de la fundadora ahora lo ocupa su hija Concepción de Gutiérrez, quien continúa la tradición, después de haber acompañado por 30 años a su madre. Siempre tras la caja registradora viendo entrar y salir a sus parroquianos. Como ya trabajaba con su madre decidió quedarse con el negocio y a pesar de las crisis económicas lo mantiene en pie. Quizá no como en los viejos tiempos. Ahora “los días son lentos”, afirma, pero aún los viernes y sábados se llena, así como un poco en las tardes de la semana. No como en las décadas pasadas, esas no van a volver, aunque se encuentren guardadas en sus paredes.
Este café es un testimonio del tiempo en plena cuarta avenida norte de San Salvador, en El Salvador, yaciendo inerte mientras la ciudad cambia. El piso es el mismo, sus paredes siempre se han pintado del mismo color, sus mesas y sillas tienen el mismo estilo, algunas son las originales, pero su homogeneidad no permite distinguir cuales. Lo único que cambia es la cafetera italiana, se han comprado tres.
Pero no sólo es el ambiente lo que atrae a las personas, existen tantos elementos: los círculos, el trato de la dueña o de sus meseras, la tranquilidad.
Bella Nápoles es un lugar para beber café y pensar. Esos lugares que prefieren los poetas, los artistas, los maestros y los intelectuales, de los cuales un buen número murieron en la guerra. Ante cualquier otro es donde habitan. Eternos huéspedes que jamás van a partir.
El café Bella Nápoles es habitado por esos artistas que poco a poco fueron dejando este mundo. Fantasmas que deambulan entre las mesas de madera y formica café claro y amarillo del mismo tono que las sillas, donde muchísimos escritores y artistas salvadoreños compusieron sus coplas, idearon sus bocetos o emborronaron (antes de ser obras maestras) libros y tal vez cuartillas sin éxito, también elaboraron algunas páginas e ideas que pudieron publicarse o que quedaron en el silencio como sus nombres. Los temas literarios se confunden entre las conversaciones sobre filosofía y política, incluso los proyectos de los realizadores de televisión o las discusiones de negocio.
Los primeros teveprogramas en los que se impartía clases por la televisión de los canales nacionales 8 y 10 se planearon aquí en extensas reuniones en las que aportaban ideas el primer tele maestro Óscar Rodolfo Vega, Jaime Martínez, Antonio Villalta y Carlos Burgos. Entretanto en la mesa siguiente los ejecutivos de la Compañía salvadoreña del café hablaban de la situación del café mundial mientras bebían una taza en el Bella Nápoles. Ese lugar curioso donde habitaba la pasión, donde discutían con fervor defendiendo sus puntos de vista. Como un lugar de utopía donde eran hermanos los anarquistas, los marxistas, los socialistas y quién sabe que otros pensadores. Entre sus mesas hubo peleas y reconciliaciones, como si fueran habitantes de otra dimensión en la que todos eran hermanos.
Allí la palabra se paseaba como una dama esperando que alguien la pronunciara y eso ocurría todo el tiempo, así como los picheles de aluminio rebosantes de café o alguna orden de pizza rellena al mediodía. Mientras los espectros que habitan en sus paredes quisieran hablar, pero su silencio debe ser descifrado como un extraño lenguaje de los códices que dejaron ocultos los náhuat y que sólo el tiempo podrá descifrarlos, porque a veces el idioma o el destino no lo permite.
En pleno centro de San Salvador, donde está la esencia de sus habitantes, las calles angostas, las cuadras simétricas, el bullicio de los autobuses, los vendedores informales, los mendigos, la delincuencia y la cultura, allí sigue el Bella Nápoles.
Convergen niños y adultos para comer pan con café a las 3:00 de la tarde o algún otro platillo italiano o los tamales tan anunciados. Aquí se ha arreglado el mundo, aquí donde parece no haber conferencias ni discusiones, donde las mesas al abrir el local están vacías como en cualquier otro sitio se ha fraguado la intelectualidad salvadoreña.
Ningún artista o intelectual de El Salvador puede decir que no ha visitado este lugar o que no desea hacerlo.
Sus paredes ahora están adornadas por pinturas en un espacio que llaman el Punto convergente de las artes. No se dan recitales o performance como sucede en otras cafeterías que se denominan bohemias o para intelectuales. El café tiene su particularidad, en cada una de sus mesas se analiza el país, el último libro de España o de Francia, el premio Nobel de literatura y tantos temas que más parece un foro multifacético donde se puede hablar de todo, con un ligero jazz como música de fondo y el murmullo de las voces que van haciéndose cada vez más fuertes como una ola hasta que deben cerrar el lugar a las 6:30 de la tarde, porque “el centro está muerto en la noche, es decir usted sabe, es peligroso”, dice Concepción de Gutiérrez.

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