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Los árboles y el cambio climático

José M. Tojeira

Estamos tan ocupados en impagos, violencia, polarización, incapacidad de diálogo, que se nos escapan los temas estructurales. Repetimos como loros que “educación es la solución” y al mismo tiempo bajamos los presupuestos dedicados a nuestros colegios y escuelas. Y algo parecido podríamos decir sobre la salud pública, la problemática de la vivienda, del agua y del medio ambiente. Entre los problemas del medio ambiente destaca estructuralmente lo que llamamos cambio climático. En otras palabras un recalentamiento de la tierra que volverá tanto las sequías como los temporales más duros y extremos. Generará una subida de los niveles del mar, inundando parte de nuestras zonas costeras y potenciará algunos problemas que ya tenemos como crónicos en El Salvador, como los deslaves, las inundaciones y la desertización de algunas zonas. El cambio climático viene y no podemos hacer nada para impedirlo. Pero lo que sí podemos hacer es prevenirlo en sus peores consecuencias. Una cosa tan sencilla como los árboles se ofrece como camino de prevención ineludible para nosotros.

Por supuesto el cambio climático no es la única fuente de vulnerabilidad salvadoreña. Vivimos en una zona sísmica y volcánica, dos riesgos que también hay que saber manejar y prevenir. La alta densidad de población impone también la elaboración de políticas concretas que frenen la agresividad y desarrollen una cultura de paz. Nuestra historia de desigualdad, pobreza y violencia, generadora de una cultura del sálvese quien pueda y de la irresponsabilidad social, debe ser superada por esa otra historia, también presente en El Salvador, de la solidaridad con los más pobres, débiles o maltratados, la entrega al servicio de los demás, la generosidad y el sacrificio por el bien común. Pero respecto al cambio climático es indispensable comenzar a dar pasos con seriedad. Hoy nos centraremos exclusivamente en los árboles.

Sí, en primer lugar cuidar y ampliar los bosques. Seguimos perdiendo extensiones de bosque en cantidades de miles de manzanas cada año. Es un camino claro hacia la desertización de amplias zonas del país, la erosión de la tierra y el descenso de volumen de las aguas subterráneas. A mayor erosión mayor también será la posibilidad de inundaciones. Nuestros embalses para producir energía eléctrica se llenarán más rápidamente de arena y perderán capacidad de almacenamiento. Los años de sequía correremos el peligro de tener un grave problema energético. La tierra erosionada y sin árboles, ya situada en ladera, es candidata clara a deslaves. Y ya sabemos lo que los deslaves originan después de las experiencia en el departamento de San Vicente, o en el de San Salvador, después de haber visto la tragedia de las Colinas el 2001 o de Montebello en 1982. La pérdida de bosques cafetaleros ha aumentado riesgos y problemas. Mantenerlos y protegerlos no solo es un tema económico de importancia, sino también climático y ambiental.

Cuidar los bosques, aumentarlos, nos garantizará una mayor abundancia de agua. Los bosques fijan agua y humedad en el subsuelo. Lo contrario no hará más que sumirnos en una especie de círculo infernal del que no se sale nunca. En efecto, la tala de árboles erosiona la tierra y dificulta la fijación del agua en el subsuelo. El agua correrá más aprisa y en mayor cantidad hacia los ríos provocando inundaciones cuando la lluvia sea torrencial. Además las corrientes de agua arrastrarán más tierra, reduciendo la capa fértil de nuestros campos. Aumentarán los deslaves y deslizamientos de tierras. Se azolvarán los embalses de agua más rápidamente y tendrán menos capacidad de almacenamiento de agua, menos tiempo para advertir de posibles inundaciones en tierras bajas al tiempo que bajará la generación de energía en tiempo seco. Todo este conjunto aumentará los costos de la producción de energía y ocasionará más pobreza forzando a los más pobres a seguir utilizando madera en sus cocinas y pequeñas industrias, talando árboles para conseguirla y utilizarla en tejeras, hornos, etc. Al final un círculo de pobreza del que no se puede salir. Y lo que decimos de los árboles y bosques podríamos decirlo también del agua de uso público, cada vez más escasa en las capas subterráneas y de más difícil acceso. Eso llevaría a comprar agua embotellada y a aumentar tanto el costo de la vida como los desechos plásticos, ya excesivos en el país, creando un problema de contaminación cada vez mayor.

En algún momento hay que cortar el círculo. En El Salvador hay unos promedios de lluvia superior a los de países que tienen agua corriente en casi el cien por ciento de las viviendas a nivel nacional, y además debidamente purificada como para poder beberla sin necesidad de tomar agua envasada. Los bosques son el paso previo para la abundancia de agua y una mejor protección del medio ambiente. Incluso ante las posibles oleadas de calor, la presencia de árboles ayudará a mantener un medio ambiente más tolerable por la humedad que producen. El Papa Francisco decía en su carta sobre el medio ambiente, “Laudato si”: “Mientras se deteriora constantemente la calidad del agua disponible, en algunos lugares avanza la tendencia a privatizar este recurso escaso, convertido en mercancía que se regula por las leyes del mercado. En realidad, el acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico, fundamental y universal, porque determina la sobrevivencia de las personas, y por lo tanto es condición para el ejercicio de los demás Derechos Humanos. Este mundo tiene una grave deuda social con los pobres que no tienen acceso al agua potable, porque eso es negarles el derecho a la vida radicado en su dignidad inalienable”. Si no cuidamos los árboles, ni cuidaremos la madre tierra, cuyo día acabamos de celebrar, ni ofreceremos vida digna a las mayorías de nuestro país.

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