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Lecciones de la primera vuelta electoral 2014

Jaime Edwin Martínez Ventura.
Abogado
@jaimedwinMV

Los resultados de las elecciones del 2 de febrero de 2014 arrojaron, rx por primera vez después de 20 años, la necesidad de ir a una segunda ronda electoral en vista de que ningún partido obtuvo el 50% más uno de los votos válidos exigido por el Art. 80, inciso 2º de la Constitución para elegir al Presidente y Vicepresidente de la República. Algunos políticos, académicos, periodistas y analistas, en un afán por justificar la derrota del principal partido de oposición y descalificar la victoria histórica del partido en el gobierno, en diferentes espacios de comunicación, se han dedicado a destacar las limitaciones y defectos que tuvo ese evento electoral, a tal punto que uno de los simpatizantes del derrotado partido, columnista prolífico de El Diario de Hoy, de origen alemán, en su última columna les dijo: “Dejen de llorar y hagan su trabajo”, refiriéndose a que no siguieran buscando justificaciones por la derrota en las supuestas ventajas del contrincante, sino que vieran los propios errores. Sin embargo, objetivamente no se puede negar que las referidas elecciones tuvieron diversas limitaciones y defectos, siendo los principales un notable ausentismo, el reducido impacto  del voto residencial, la poca participación de compatriotas residentes en el exterior, la participación en la campaña electoral de actores distintos a los partidos en contienda y la presunta pasividad del Tribunal Supremo Electoral ante esas y otras probables faltas a la legislación electoral.

A mi parecer, si bien esas limitaciones son ciertas,  deliberadamente se pasan por alto los aspectos positivos de esta elección presidencial, en lo que respecta al resultado mismo y, aún más, en cuanto a las consecuencias y lecciones aprendidas para el futuro inmediato de la democracia y la madurez de la práctica política de nuestro país. El mayor defecto que se señala a los mencionados comicios es la baja participación electoral. Esta se ha constituido en la principal crítica porque se supone que es el factor que le resta validez a la elección, lo cual es insostenible; si bien, lo más deseable en una democracia es que exista la mayor participación posible de las personas habilitadas para votar, una baja participación no anula los resultados electorales. No obstante, objetivamente no se puede negar que la participación fue baja, pero aunque hubiera sido más reducida siempre sería legítima. Según el escrutinio final del TSE votaron 2,638,588 personas que corresponden al 55.32% del padrón electoral conformado por 4,955,107 electores, porcentaje que lejos de ser una catástrofe, anda en el promedio de Centroamérica.

Por otra parte, el aumento del abstencionismo es un fenómeno regional e internacional.  Algunos estudios especializados señalan que la evolución de la participación electoral en América Latina registra, para el periodo 1978-2004, un promedio de 72.95% en elecciones presidenciales y de 71.05% en las legislativas. Un análisis comparado muestra que Argentina, Brasil, Chile, Perú y Uruguay son los países que cuentan con los mejores promedios de participación en elecciones presidenciales, por arriba de 80%, mientras que Colombia, El Salvador y Guatemala se ubican con los promedios más bajos, inferiores a 55%.  En los años más recientes los países con mayor participación han visto crecer su abstencionismo como es el caso de Costa Rica, Chile y Brasil. Más llamativo es el caso de los EE.UU, donde la participación en elecciones presidenciales en varias ocasiones ha sido  más baja que en Centroamérica.  En 1996 fue de 49%; 51,21% en 2000; 56,69 % en 2004; 57,37 por ciento en el 2008; y 58% en 2012. A esta baja participación se suma el hecho de que entre los votantes aparecen altos porcentajes de votos nulos o en blanco, por eso se ha llegado a decir que en EEUU siempre gana la abstención; pero nadie se atrevería a negar validez a los presidentes estadounidenses electos por este motivo.

Otros defectos que se señalan a los pasados comicios es que la introducción  del voto residencial, que acercó las urnas a los lugares de residencia de los electores, tuvo poco impacto en el aumento de votantes. Eso es cierto, pero no se puede negar que fue un buen comienzo y que lo más importante de esta modalidad del sufragio es su contribución a evitar aglomeraciones, tensiones y conflictos entre los partidos en disputa, ayudando así a reducir la violencia electoral. También se critica que el voto de residentes en el exterior fue muy bajo, que no se invirtió lo suficiente en motivarlos al empadronamiento; que de los pocos inscritos, menos votaron y entre estos muchos lo hicieron mal por lo que vieron anulados sus votos. La lección que deja esta experiencia es que se han identificado los problemas y se deben superar para mantener esta conquista de los connacionales que viven fuera del país. Otra de las principales críticas que se ha esgrimido como factor determinante del resultado, es la intervención de agentes distintos a los partidos contendientes en la propaganda electoral, lo cual también es cierto pero, a diferencia del pasado, el TSE aplicó las medidas y sanciones correspondientes, incluso en contra del Presidente de la República, por más que se diga que fueron tardías y/o injustas. Si a esto se suma la inédita transmisión en línea de los resultados de forma continua, oportuna y transparente, el TSE merece un reconocimiento.

Una de las consecuencias más importantes para la consolidación democrática de nuestro país, es que la segunda vuelta electoral obliga a los partidos disputantes a buscar alianzas y entendimientos con otros partidos o movimientos sociales, para establecer un gobierno participativo, que no sea solo del partido ganador. En este aspecto, el partido en el gobierno tiene mejores probabilidades, ya que es el único que en la práctica ha demostrado, en la presente administración, que es capaz de gobernar junto a personas que son de otros partidos o que carecen de afiliación partidaria. Además, las alianzas que tienen aseguradas desde la primera vuelta electoral, contribuyeron a conquistar una victoria inobjetable y contundente, ya que casi ganó en primera vuelta, le faltó apenas un punto porcentual y obtuvo 268,176 votos más que su principal contendiente.

Como sea, probablemente, la más importante de las lecciones positivas que dejan los recientes comicios, es que a través de ellos fueron aprobados abrumadoramente las políticas y programas sociales creados y/o fortalecidos por el gobierno actual desde un enfoque de derechos y de inclusión social, a tal punto que el candidato del partido opositor que comenzó diciendo que acabaría con ellos, ahora en la contienda de la segunda vuelta, afirma que los continuará y los mejorará. Similar mutación ha tenido el referido candidato  en materia de seguridad pública, puesto que ya no sale diciendo que “hará lo que tenga que hacer para acabar con las pandillas”, ni aparece en tono amenazante desafiando e insultando a sus contrincantes; ahora habla de una política integral y de prevención. Aunque tales cambios repentinos no sean creíbles, pueden beneficiar a la población en la medida que se conviertan en la base para un posible entendimiento nacional, una vez que el pueblo elija a su nuevo Presidente y Vicepresidente, porque acerca las propuestas de ambos partidos. Otra cosa es si los candidatos del partido opositor han cambiado sinceramente o sólo disfrazan sus verdaderas intenciones para ganar votos. En todo caso será el pueblo quien decidirá si les cree a quienes en los últimos cinco años en la práctica han estado aplicando políticas sociales innovadoras, inclusivas y de beneficio para las grandes mayorías, e impulsan una política de seguridad integral, imperfecta, pero no peor que otras alternativas; o a quienes ahora que salieron derrotados ofrecen hacer lo mismo, cuando hace poco renegaban de ello, y además en 20 años que estuvieron en los pasados gobiernos nunca lo hicieron.

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