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Las percepciones como problema (I)

 

Luis Armando González

Cuando se divulgan los resultados de una encuesta de opinión pública son inevitables las reacciones positivas o negativas. Ni modo: hay que contar con las encuestas de opinión y sus resultados, sobre todo en coyunturas políticas intensas (electorales o no). Sus resultados algo dicen –con mayor o menor aproximación— no de cualquier realidad, sino de un ámbito suyo complejo y problemático: las percepciones de la gente, que hacen parte de ese mundo subjetivo (intersubjetivo, se podría decir también) tejido de intereses, pasiones, temores y “conocimiento”, difícil de comprender por el saber científico social. Es decir, el conocimiento científico de lo subjetivo (de lo que sucede en la mente de las personas, de lo que estas creen, saben y valoran) es una empresa de las más difíciles que hay en el ámbito de las ciencias sociales, particularmente en la psicología. Las encuestas (o sondeos) de opinión (o de percepciones) son un procedimiento, y no solo un instrumento, inventado en las ciencias sociales para acercarse con rigor científico a las percepciones de las personas, a través de lo que estas dicen acerca de sus creencias, valores, preferencias y opciones. 

Conocer las percepciones de las personas significa conocer cómo estas ven e interpretan la realidad que les rodea (política, social, cultural, natural), para de alguna manera vislumbrar sus posibles comportamientos, en el entendido de que los sujetos humanos actúan a partir de la visión (nutrida de creencias, valoraciones, intereses, temores y conocimientos) que tienen de la realidad.

Por lo dicho, una encuesta de opinión pública –más que de la realidad que rodea a los individuos— de lo que nos habla –ese es su objetivo como recurso investigativo— es de la subjetividad de estos, de lo que sucede en su interioridad psicológica y emocional y que sale a la luz cuando se formulan tales o cuales preguntas.

La calidad de las respuestas –su fecundidad para ayudarnos a conocer esa subjetividad— depende en buena medida de las preguntas, pero también de los marcos interpretativos de los investigadores, y por supuesto de los procedimientos técnicos que deben asegurar que nos hay manoseo de los datos y de las muestras.

Lo importante aquí es salir al paso a la concepción predominante, en algunos ambientes no precisamente académicos, de que cuando se hace una encuesta de opinión lo que se busca es conocer las dinámicas políticas, económicas, sociales, ambientales, de seguridad, institucionales o migratorias, cuando eso no es así. Para conocer esas dinámicas –dígase el crecimiento económico, el aumento de las deportaciones, la tasa de homicidios, etc.— están las distintas ciencias sociales y sus herramientas, procedimientos y métodos de investigación y análisis.

Hay que insistir en que una encuesta de opinión quiere acercarse –“medir”, dicen algunos, pero esa es una pretensión excesiva si se toma por tal una medición exacta a la manera de las que se hacen en física— a la subjetividad de las personas, pues ese conocimiento puede ayudar a vislumbrar –“vaticinar”, se dice en algunos ambientes; y “determinar”, en otros más optimistas— su comportamiento ante ciertas situaciones.

Lo anterior permite caer en la cuenta de la importancia que tienen las encuestas de opinión (que exploran percepciones políticas) en las coyunturas electorales, ya que a partir de sus resultados (de las respuestas obtenidas) se pueden hacer cálculos acerca del posible comportamiento político de los encuestados.

La relación entre una cosa y la otra no es mecánica: que un individuo o grupo de individuos tengan ciertas percepciones sobre la política, sobre la economía o la seguridad no quiere decir que se van a comportar políticamente en una dirección determinada, aunque es posible que lo hagan. Y es esta posibilidad la que preocupa a quienes, en una encuesta de opinión, no resultan favorecidos en las percepciones de la gente.

Por ello, las percepciones, su configuración y sus inercias no son ajenas –no deben serlo— a las batallas políticas en una democracia. O sea, lo que las personas creen, temen, valoran y saben es importante en un quehacer político que descansa en lo que las aquéllas deciden cuando ejercen su derecho a votar.

En el caso de El Salvador –lo cual vale para otras sociedades— en la lista de elementos que configura la subjetividad de la mayor parte de la gente el saber no ocupa un lugar destacado. Por supuesto que algo saben las personas de lo que sucede en la economía, la política, las instituciones, las migraciones o el medio ambiente, pero el suyo no es un saber sistemático y riguroso a la manera de las ciencias sociales. Por eso, no tiene sentido asumir que lo que dice la gente en una encuesta de opinión sobre la economía o sobre la seguridad “refleja” lo que sucede realmente en uno u otro ámbito.

Algo dice esa opinión de esas u otras realidades, pero ese “algo” será más distorsionado en cuanto más expuesta esté la gente a influjos simbólicos y culturales –que mezclan creencias, valores, intereses y saber– de distintas fuentes y procedencias.

En otras palabras, hay dimensiones de la realidad social –institucionales, políticas, económicas, ambientales, demográficas— sobre las cuales el conocimiento que tiene la gente es sumamente pobre (o incluso nulo). Y, en la medida en que ese conocimiento es escaso o nulo, en esa medida lo que adquiere peso son las creencias, los rumores y las afirmaciones que circulan en el ambiente.

Es decir, el conocimiento nos acerca a más a la realidad; la falta de conocimiento nos aleja de la misma.

Cuando escasea el conocimiento, lo que nos sirve para hablar de la realidad son los prejuicios, lo que dicen otros –el “se dice”– y lo que circula en el ambiente como “explicaciones” de los fenómenos.

Qué se la va a hacer: hay cosas de las que la gente no sabe nada o sabe muy poco (entiéndase “saber” como algo distinto a tener una noción de un asunto o haber escuchado hablar del mismo, o incluso haber tenido contacto directa con un hecho o situación), y al responder preguntas sobre ellas lo que queda en evidencia es su desconocimiento.

A un buen encuestador esto no se le debería escapar; tampoco se le debería escapar el que, a menos que se quiera medir el grados de conocimiento o desconocimiento que tiene la población sobre determinados temas, las buenas preguntas para evaluar percepciones son aquellas que exploran lo que la gente sabe, siente, cree y valora (y ello se circunscribe, por lo general, a su ámbito inmediato de vida).

Así, preguntar a una persona sobre algo que no sabe –lo cual de antemano se puede suponer razonablemente— lo que nos revelará es su desconocimiento del asunto y no tanto una percepción firme 1.

En las encuestas de opinión, las preguntas orientan y generan las buenas o malas respuestas… y la trampa está justamente en ellas2.

1.Por ejemplo, preguntas por la cantidad de homicidios o el despliege territorial de la policia, el aumento o disminución de la migración, el crecimiento de la economía, los niveles de desmpleo, etc., requieren de un conocimiento especializado que va más allá de las percepciones populares, en El Salvador actual.

2.Hay quienes se han espelizado en hacer preguntas tramposas, cuyas respuestas explotan con fines ajenos al conocimiento de la subjetividad de las personas.

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