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Las etiquetas malignas

José M. Tojeira

Si alguien dijera que en Altos de Santa Elena viven un montón de ladrones, o que en la Escalón viven un montón de estafadores, o que la San Benito está plagada de consumidores de narcóticos, se le acusaría rápidamente de calumnia. Clasificar peyorativamente a los ricos por el lugar en donde viven sería injusto. El hecho de que se descubra a un corrupto en una residencial de lujo no quiere decir que todos los que viven en la misma residencial lo sean. Aunque sea cierto que detrás de una gran acumulación de dinero siempre hay algún tipo de injusticia, no por ello es adecuado calificar como injusto a todo el que tiene capital. Sin embargo, lo que parece obvio y lógico, no siempre lo aplicamos con la misma lógica a todos los grupos humanos. La experiencia de Semana Santa en las colonias del Norte de Apopa, calificadas como zonas calientes, peligrosas, etc., me deja como experiencia la irresponsabilidad verbal resultante en injusticia que con frecuencia cometemos.

En efecto, pasé la Semana Santa ayudando al párroco de la zona en esas colonias. Jueves y viernes salía de ellas, ya de vuelta a Santa Tecla, a las 9 de la noche. El Sábado regresé a las 12 y cuarto  de la madrugada, después de una nutridísima misa de Sábado Santo. Anduve siempre solo en mi carro y nunca sentí la más mínima amenaza ni tuve sensación de peligro. Me asombró la muy numerosa participación de juventud en las actividades religiosas, los excelentes coros con abundantes jóvenes de ambos sexos y por cierto con buena ejecución musical de las canciones. Haciendo esfuerzos, hay un buen número de universitarios que estudian en la Universidad, especialmente en la UES. Cuando le decía a algunos amigos que iba a celebrar en esas colonias me decían: “ten cuidado”, “no vayas solo”, ojo que esa es zona caliente”, y otras frases de más o menos el mismo estilo y siempre peyorativas. Yo había celebrado ya en dos años anteriores la Semana Santa en esa zona y nunca vi que merecieran necesariamente ese tipo de calificativos y etiquetas. Sin embargo la fama se la han creado precisamente aquellos medios de comunicación que protestarían y acusarían de odio y radicalismo social a quien dijera que en una de esas torres multifamiliares de las zonas pudientes de San salvador solo viven corruptos o narcos, después de que se descubriera en ellas algún delincuente.

En Valle del Sol, la Chiltú, la Ponderosa, los Tikales, vive gente muy buena, religiosa, decente, trabajadora, que ama a El Salvador y trata de sacar a sus hijos adelante. En medio de sus dificultades económicas tienen una honradez, seriedad de compromiso y capacidad de sacrificio digna de todo respeto e incluso admiración. Transmiten sus valores a sus hijos, jóvenes esforzados y valientes. Es cierto que en esas colonias hay también delincuentes, como los hay en las zonas pudientes de El Salvador y en las colonias de clase media. Tienen menos recursos y han estado olvidados del Estado. No siempre les llega el agua, como a veces no les alcanza tampoco ni la calidad educativa, el trabajo decente o la atención adecuada de salud. Y las autoridades con frecuencia no han sabido dialogar con ellos ni resolver sus dificultades. ¿Hay gente mala entre ellos? Evidente que sí, como la hay en todas partes. Pero no hay derecho a etiquetar a las personas que viven en esas colonias como sospechosas. Hay demasiada gente buena como para que de un modo tan estúpido haya gente que tacha a estas colonias como peligrosas. Dicen que en algunas empresas la procedencia de estas u otras colonias semejantes es causa para no contratar. Si eso es cierto, a ese modo de actuar sí le deberíamos acusar de promover el odio social y de desarrollar formas nocivas de relación social, incluso vinculadas a aspectos netamente racistas. La profesora de ética, Adela Cortina, acuñó hace ya algunos años el término “aporofobia”, para calificar cierto tipo de etiquetas que en realidad lo que denotan es un verdadero odio a los pobres. No hay duda de que ese término, que significa precisamente fobia a los pobres, está demasiado extendido en muchos ambientes de El Salvador.    

Etiquetar es siempre perjudicial. Llamar nazis a los miembros de ARENA o comunistas ladrones a los del FMLN ni es cierto ni ayuda a convivir. Pero lamentablemente estamos acostumbrados a buscar el insulto más mordaz pensando que ello es señal de inteligencia. Hace ya bastantes años el P. Ellacuría solía decir que a muchas personas que les gusta compararse con los demás y tachar a los otros de inferiores, ni siquiera se les podía llamar soberbios. Todo lo más eran vanidosos. En otras palabras, personas en las que la inteligencia y la racionalidad estaban ausentes y lo único que había en ellas era el terrible vacío de la vanidad. La mano dura de los buenos contra los malos es con frecuencia una etiqueta que acaba dañando más que lo que pretende sanar. Cuando etiquetamos a los demás, sobre todo cuando lo hacemos en referencia a grupos sociales amplios, lo único que mostramos es incapacidad de diálogo y de convivencia. La misma incapacidad de los conquistadores o de los criollos durante la colonia, y con frecuencia posteriormente, cuando calificaban a los indios de holgazanes o a los negros de seres inferiores.

Venimos de una historia herida por etiquetas y abusos. Pero el mundo actual tolera cada vez menos ese modo de convivir en el que el desprecio por el otro pesa demasiado y se refleja socialmente en el abandono o la hostilidad hacia el que no es “de los nuestros”. En este El Salvador pequeño y espeso, donde todos pareciera que nos conocemos, donde vivimos apretados por una fuerte densidad de población, no podemos vivir despreciándonos ni tachándonos unos a otros con etiquetas despectivas. El desarrollo socioeconómico tiene que pasar también por un desarrollo ético. Y no después de que abunden los recursos, sino antes. Por qué hemos caído en la destructiva manía de etiquetar a la gente puede discutirse. Pero que debemos salir de ella, ver la realidad sin prejuicios y ofrecer posibilidades a todos los sectores de la población es evidente. De lo contrario continuaremos hundiéndonos en un estancamiento que puede volverse crónico o convertirse en retroceso.

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