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La resurrección de Jesús

Carlos Girón S.

Debo comenzar esta segunda y última parte del trabajo sobre la Resurrección de Jesús, find aclarando un feo error que cometí en la primera parte, al decir que el apóstol incrédulo sobre dicho milagro fue Pablo, lo que no fue así. La Biblia menciona que fue Tomás, llamado el Dídimo, quien no creyó sino hasta que el Salvador se presentó en el aposento cerrado donde se hallaban reunidos él con los otros apóstoles. Valga esta rectificación.

Sobre el celestial acontecimiento, decía que la ciencia no lo ha desvirtuado y que por el contrario aporta indicios de que fue un hecho. Se ha basado con el análisis y estudio minucioso hecho por un grupo de científicos de la sábana (conocida como Sábana de Turín) que envolvió el cuerpo de Jesús cuando fue llevado al Santo Sepulcro.

De nuevo, no haré yo la descripción del proceso de la investigación, sino que simplemente trasladaré los registros al respecto.

“Los estudios científicos de dicha Santa Sábana arrojan resultados sobre la tortura de un hombre crucificado de los tiempos de Jesús, y por increíble que parezca coinciden perfectamente con el suplicio que sufrió Cristo.

“Los 31 científicos (físicos, químicos, hematólogos, forenses, radiólogos, fotógrafos, entre otros) del Proyecto de Investigación de la Sábana de Turín que la analizaron en 1978, encontraron que la imagen en la sábana se grabó de forma instantánea, a causa de una explosión o flash de dos milésimas de segundo de energía lumínico-calórica emanada del cuerpo envuelto en la sábana; a la vez dicho cuerpo se desmaterializó, dejando grabada a fuego la fotografía de ese hombre, pero en forma de negativo.

“La imagen del negativo muestra a un hombre desnudo, con los brazos cruzados y unidos por las manos a la altura del pubis. Tiene múltiples manchas oscuras que parecen sangre. La parte superior de la cabeza y la nuca presentan abundantes hemorragias; las heridas de la cabeza reflejan el castigo ejercido con un objeto de múltiples y pequeños picos; el cartílago nasal está roto. Tanto la parte dorsal como frontal están cubiertas con más de 480 pequeñas heridas que parecen ser el producto de una flagelación brutal –más de 120 golpes de flagelo– con dos instrumentos idénticos a los usados por los romanos, conocidos precisamente como flagrum, los cuales tenían fijos en los extremos tres pequeños trozos de metal en forma de hueso y de “uña de gato”, que al golpear se enterraron en la piel y al jalarlos, literalmente la abrieron. Su hombro derecho está severamente lastimado, indicando que cargó un objeto pesado sobre él. Sus brazos y pies presentan lesiones y hemorragias que corresponden a la crucifixión romana y tiene perforado el costado derecho por un objeto del tamaño y forma de las lanzas usadas por los miembros del ejército romano.

“La impronta también representa el cuerpo de una persona crucificada, las huellas de los clavos no están en las palmas de las manos, sino en el “espacio libre de Destot”, un pequeño espacio entre los huesos de la muñeca por donde penetró un clavo del tamaño del usado por los romanos; este espacio de la muñeca quedó enganchado y, al mismo tiempo, colgado. Al atravesar ese lugar con el clavo se lesiona el nervio mediano obligando al pulgar a retraerse sobre la palma de la mano, lo mismo que ocurre en la imagen del hombre de la Sábana Los ligamentos de esos huesos resisten tracciones de más de 70 kilogramos, lo que no sería posible si los clavos estuvieran en la palma de la mano”.

El testimonio de los científicos, por cierto no tan ampliamente conocido como debiera ser, concluye sorprendentemente así:”

“Cualquiera que haya analizado a conciencia las fuentes de la fe en la Resurrección de Cristo, no debería dudar de que nos encontremos ante un hecho que existió en realidad. Los encuentros con el Resucitado cambiaron radicalmente a los apóstoles. Les dieron tanta fuerza interior y tanta valentía que, excepto San Juan, todos murieron como mártires en defensa de esta verdad: que Cristo realmente ha resucitado y que es Dios. Precisamente de esa verdad sobre la Resurrección de Cristo, pregonada sin miedo por los Apóstoles, nacería el cristianismo con su vitalidad indestructible, con su entusiasmo y su alegría de vivir; y esto en medio de una situación en la cual, desde un punto de vista puramente humano, parecía que, muriendo en la cruz, Jesús había sufrido un fracaso estrepitoso”.

Transcrito lo anterior conviene comentar que temas como el reseñado, no deberían ser motivo de reflexión y contrición sólo en la Semana Santa, sino todos los días, las semanas y meses, para no olvidar el milagro de que Jesús el Cristo fue la Encarnación del Dios vivo, Quien, por Su Misericordia, descendió a la Tierra para venir a lavar los pecados de la Humanidad, los de todos nosotros.  Y no sólo eso, sino también atender la indicación o afirmación de todos los santos y profetas –verdaderos místicos– de las centurias pasadas, como de los del presente: que Dios y Su Hijo moran en el santuario del corazón humano, donde basta refugiarse para estar en comunión con Ellos y recibir su fuerza espiritual. Hacerlo así sería como formar una gigantesca cúpula sobre cada uno de nosotros, de nuestros pueblos y sobre la Tierra, que nos salvaguarde de las fuerzas negativas y destructoras. El mundo sería mejor y la Humanidad viviría en un nuevo Edén.    

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