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LA MURALLA DE LA VERGÜENZA DE TRUMP

Carlos Girón S.

Arlington, Dallas. A pocas horas de haberse reunido con el Presidente de México, Enrique Peña Nieto, en la residencia Los Pinares, en la capital azteca, el 31 de agosto pasado, Donald Trump pronunció en el Centro de Convenciones de Phoenix, Arizona, lo que era su tan esperado discurso en que hablaría sobre su política exterior a seguir –en caso de que se diera la locura de llevarlo como inquilino de la Casa Blanca– con los inmigrantes extranjeros, particularmente los ilegales, y de manera muy especial, los mexicanos, a quienes no para de ofender y agraviar.

Como muestra de una política muy inteligente, el presidente Peña Nieto dispuso invitar, para reunirse con ellos, a los dos candidatos presidenciales estadounidenses, Donald Trump, por el Partido Republicano, y Hillary Clinton, por el Partido Demócrata, para tratar sobre temas de interés para los dos países. Trump fue el primero en responder y llegar a México.

En Los Pinares, Peña Nieto pronunció un discurso muy mesurado y conciliador, pero enérgico en la defensa de su pueblo. Aludió de pasada, sin enfatizar demasiado, a anteriores ofensas inferidas por Trump a los inmigrantes mexicanos, diciendo éste que muchos son “criminales” y “narcotraficantes”. Peña Nieto destacó la importancia de mantener los más estrechos vínculos entre sus dos países, que se necesitan tanto entre ambos para fortalecer sus economías y los lazos culturales y científicos. De pasada aludió también a la idea de Trump de construir una muralla a lo largo de la frontera entre las dos naciones. Pero él no tocó el punto del pago de la construcción de esa réplica del Muro de la Vergüenza, en Berlín, Alemania.

En Phoenix,Trump recalcó su idea de erigir su muralla a lo largo de la frontera entre México y Estados Unidos, para separarlos y dividirlos –como sucedió con las dos Alemanias  después de la Segunda Guerra Mundial–, y comenzarla desde el primer día de su llegada a la Casa Blanca, como parte del desarrollo de su enérgica política migratoria y exterior. Esta prioridad tal vez la fundamenta en el dato que ofreció en su discurso, de que los Estados Unidos gastan 113 billones de dólares anuales con el problema de los ilegales. Que se gaste otro tanto en su muralla de la infamia parece no preocuparle; al cabo que lo que pretende es cargar a México con el astronómico gasto que representaría su infame proyecto.

Pude presenciar en televisión a Trump. Lo aguanté por más de una hora que duró su discurso ante una concurrencia que lo aplaudía quizá sin entender bien lo que decía, ni menos comprender el significado o la repercusión que podrían tener sus planes de gobierno… si por desgracia consiguiera la presidencia, lo cual, dicen algunos, sería un suicidio, un harakiri para la Nación. Entre aquella concurrencia se deslizaron algunos latinos levantando una pancarta  con la admonición: ¡ALTO AL ODIO!, pues esto fue algo de lo que reflejó y refleja el rostro del candidato, que subraya con expresiones despectivas y gestos de furia. El grupo de latinos protestantes fue sacado del recinto por sirvientes de Trump, igual como cuando mandó a expulsar de un mitin hace unos meses al periodista mexicano Jorge Ramos, sólo porque le hizo preguntas que lo incomodaron.

En su discurso, para dorar la píldora de su malquerencia a los mexicanos, expresó que en sus negocios, aquí en los Estados Unidos, trabajan centenares de ellos. Pero haría bien en recordar que no sólo en sus negocios, sino también en las muchas y diversas actividades del agro, la industria, la construcción y, ¿por qué no?, también en el campo de la ciencia, que sustentan la economía y el progreso de esta grande y generosa nación, laboran muchos miles de mexicanos y demás latinoamericanos.

Pero eso no le interesa a Trump. Él quiere siempre deportar a millones de extranjeros ilegales que no pasan aquí de balde, sino haciendo lo que acabo de mencionar. Él dice que “el gran sueño americano” terminó. Es la razón de su sueño de la muralla. En su reunión con Peña Nieto, en México, eludió decirle que lo que él quiere es que sea el pueblo mexicano el que corra con el astronómico gasto que significaría realizar su perverso proyecto. En Phoenix sí lo reiteró claramente. No dejó dudas que es su pretensión, cuando podría y debería ser él con su gran fortuna multimillonaria, quien costeara la obra.

Uno piensa que para su muralla, Trump tal vez se haya inspirado en el que después de la segunda guerra mundial dividió a Berlin y toda Alemania. Aquel muro de concreto fue reforzado por alambradas electrificadas y fosos al pie del mismo, así como tropas armadas patrullando a lo largo del muro, con perros de caza, para impedir el paso o huída de alemanes que residían en la Alemania comunista, a la democrática, en busca del “sueño alemán”, pues la Alemania occidental pronto se recuperó bajo el sistema económico capitalista. A lo mejor, algo parecido se propone hacer Trump para que no sigan tratando de pasar la frontera los mexicanos y demás latinoamericanos hacia el Norte.

Y hablando de murallas y muros, en El Salvador tenemos uno, no fronterizo sino interno, levantado por la oposición política contra el gobierno de la República. Allí no son las personas las bloqueadas sino las gestiones y propuestas del Poder Ejecutivo para allegarse fondos con los cuales financiar y sostener sus programas de asistencia social, reforzar a los cuerpos encargados de garantizar la seguridad del pueblo, así como para continuar con más obras públicas de infraestructura en beneficio de la población, así como para la generación de nuevas fuentes de energía eléctrica, geotérmica y solar. Y vean, cosa increíble, los principales ingenieros constructores de ese muro son los fatídicos y endiosados –como muy acertadamente han sido llamados– 4 magistrados de la Sala Constitucional de la CSJ, apuntalados por sus mecenas titiriteros…

Como lo quiere Trump con los Estados Unidos, los fatídicos endiosados están empeñados en parar el fortalecimiento, la modernización y el progreso de El Salvador. Por eso el pueblo salvadoreño les exige que renuncien a sus cargos, o que la Asamblea Legislativa los destituya para obedecer el reclamo popular.

En los Estados Unidos, afortunadamente, cada vez se aleja más la amenaza de la muralla de la vergüenza, si llegara Trump a la presidencia, pues la ventaja de Hillary Clinton sobre él día a día aumenta. Sí, ¡que Dios salve a esta gran Nación!

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