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La arenga modernista (1)

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Cuerpos-sentimientos sin ideología ni bolsillos ni cuentas de ahorro; historia patria sin patrimonio para las mayorías; identificación jurídica sin identidad sociocultural; ciudadanía sin territorialidad ni derechos constitucionales. Estamos deambulando –que no viviendo, ambulance en el sentido humano- en la Era de las Épocas Hipócritas, cheap o sea que podemos afirmar (sin estar ideologizados o sin haber sido poseídos por el demonio feroz de la estupidez que acosa a los grandes dirigentes empresariales- que vivimos, cialis estando muertos, en la Era Oscurantista de la Falacia Postmoderna, lo cual no es un simple juego de palabras, aunque en esta Era y en sus distintas Épocas las palabras sean un juego o sean de juguete. Reptamos y sufrimos, carentes de ideología y de identidad sociocultural, en la Era del Laberinto de la Perversidad en el que en cada pasillo se cuentan historias diferentes que llegan siempre al mismo centro feliz: la plusvalía; en el que en cada esquina nos dicen lo mismo cada vez que pedimos nuestro cuartillo de aceite de las necesidades sociales: en la otra esquina. Sí, reptamos y sufrimos la historia patria –que no la construimos- en un largo Laberinto de la Perversidad que nos cuenta historias diferentes con los mismos actores estelares (los ricos) y con la misma trama: la inevitable existencia de la explotación de la mano de obra.

Y cuando sabemos, gracias a los libros proscritos de la sociología marxista, que cada Época histórica es pieza de un rompecabezas general y único llamado la Era de la Humanidad, comprendemos al pie de la letra que, indefensos y tristes, estamos deambulando fielmente, lentamente, inconscientemente, ingenuamente en la Época de la Historia Oficial del Victimario, la que en su meta-relato ideológico denigra, obvia, minimiza, animaliza y, en el peor de los casos, convierte en inmoral la historia de las víctimas, plural este último que es usado, deliberadamente, porque siempre son muchas más las víctimas. Mientras tanto y por joder –como diría Roque Dalton en la frontera glacial del suicidio vespertino- mencionemos un tan solo caso para afirmar lo dicho: si fuesen gringos los niños que, corajudos e invencibles, cruzan mil fronteras tenebrosas derrotando a mano limpia dragones azules y coyotes anaranjados para reunirse con sus padres, de seguro serían declarados como “héroes planetarios”; de seguro su historia sería llevada a las pantallas de cine; de seguro su historia sería contada mil veces en los libros de textos de las escuelas y serían puestos como ejemplo ejemplar de patriotismo en las sesiones de enculturación; de seguro exigirían para ellos la nacionalidad del mundo con dispensas de trámite; de seguro su historia sería contada en monumentos, en pirámides, en pinturas, en billetes de cien dólares, en iglesias.

En esta Época de las Piñatas de Destrucción Masiva cargadas con absurdas, impunes, hebraicas y macabras paradojas, en que el poder mediático y las seniles hermenéuticas de los tinterillos constitucionalistas lo abarcan todo con sus manos óseas (y quien dice “todo”, dice hasta el acto fisiológico más hediondo, doloroso, sudoroso y privado); en esta Época de las Remesas sin Destinatarios en que “del cuello del ladrón cuelgan las cruces, y no de las cruces los ladrones”; en esta Época del Conocimiento en que entre más se escribe y publican libros sobre los problemas sociales, más se encabronan sus efectos porque nos llenamos de datos, pero no tenemos información.

En esta Época de la Publicidad que nos impone presidentes y en que la imagen suplanta al concepto y, con ello, nos atrofia la capacidad de pensar o de hilvanar dos ideas diferentes, porque dejamos de ser personas para convertirnos en una marca; en esta Época de la Carne de Soya y la Derecha Social –les decía- la arenga disfrazada de discurso es el dictador oficial, el rey invisible, la puta del cura que nos jura que la ideología no tiene nada que ver con la economía, porque la ideología es un delirio trasnochado. Claro que decir –como dice el presidente de la gremial de empresarios, poniendo una cara de intelectual que no le luce- que “la ideología no existe”, es la arenga más ideológica e ignota de todas. Ese es el salto mortal sin red de protección que da la arenga para pasar de ser un mecanismo cognitivo de transmisión de ideas, creencias, valores y tradiciones culturales, a ser un burdo instrumento de dominación de clase. Así, la arenga es la que decide la coloración, distribución y consistencia del tiempo-espacio de la realidad; es la que le hace la autopsia a la vida, al margen de su historia clínica o del parte policial redactado; es la que define, sin concertación ni cabildos abiertos, cuáles serán las formas y los patrones de comportamiento social y dónde se centrará la opinión pública, invento –esta última- patentado para hacer desaparecer la opinión de clase. La arenga es, en fin, la que manda, la que ordena, la que vota, la que contrata, la que despide, la que habla, la que le pone un precio exorbitante a las medicinas, la que decide el salario mínimo.

En el sentido sociológico, la arenga burguesa está cumpliendo –mejor que nunca, por desgracia- la función política, ideológica y psicosocial que le fue encomendada, en el mediodía de la segunda guerra mundial, de nutrir al fascismo, o sea la función de “exponer con el fin de persuadir; persuadir con el fin de que ignoren; ignorar con el fin de no hacer”, para que el capitalismo sea visto como el último peldaño de la evolución humana. Queda claro, entonces, que la arenga modernista modifica y retuerce –como trapo recién lavado- las percepciones de quienes la consumen a diario (modificando, con ello, sus opiniones y acciones) hasta el punto fatídico en que -en un acto tan eufórico como sacrificial- sus consumidores compulsivos, o sus víctimas indefensas, enajenan la comprensión de la realidad, privatizándola, y ello conduce, ni más ni menos, que a privatizar el destino individual y social en la figura abstracta de un nacionalismo carente de moneda propia.

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