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LA AMENAZA DEL MATERIALISMO MODERNO

Ralph M. Lewis, doctor F.R.C.(No. 4)
(Pasado Imperator de la Antigua y Mística Orden
Rosae Crucis, AMORC
La imaginación y la experiencia objetiva

La imaginación, antes ilimitada, ha de conformarse hoy a los requerimientos de la experiencia objetiva. Está firmemente atada a la manifestación de los hechos, a la realidad probada. A lo sumo se le permite la oportunidad de mezclar los elementos de la experiencia; de otro modo se consideran con desdén sus frutos, como irrealidad.

Al que piensa de manera abstracta se le hace sentir su pequeñez en el individualismo de sus conocimientos personales. La preponderancia de los hechos en las crecientes categorías de la ciencia hace que, cuando una idea original no está envuelta en la objetividad, parezca aislada e insignificante. Hoy en día el idealismo está en el punto crítico de supervivencia.

Continuamente se le pone a prueba de que sea apoyado por los hechos. Si no resiste el análisis, comprobándose que tiene substancia por medio de la experiencia demostrable, o no puede reducírsele a la realidad de la práctica objetiva, recibe poco o ningún respaldo del público.

Cuando un individuo expresa un ideal no substanciado por la realidad, se le hace sentir que tales ideas le excluyen del círculo del racionalismo. El incentivo para vivir, además del que provee una compulsión meramente biológica, es la representación mental e individual del curso de la vida. Esta visión personal ha consistido en que el hombre establece finalidades para el período de la existencia humana o, más bien, le asigna valores. Igual que para los antiguos sofistas, el hombre llegó a ser la medida de todas las cosas. Proporcionó la razón para su vida personal. Concibió una misión ordenada por el Cósmico, o lo divino, para su intervalo consciente sobre la tierra. No podía probar por medio de realidades demostrables la mayoría de las razones que se procuró a sí mismo para desear vivir.

Sus relaciones, bien con los dioses, con un dios, o con causas metafísicas o universales, eran completa-mente abstractas pero le satisfacían. Con el desarrollo del materialismo se ha visto obligado a probar su derecho a la libertad de consciencia, a retener sus creencias como verdad, o de otro modo a que se les considere carentes de fundamento y, a menudo, condenadas como fantasías inútiles.

El idealista cayendo en un sentimiento de inferioridad

El idealista está adquiriendo un sentido creciente de inferioridad. Siente cómo va en aumento la dependencia de todo su ser con las realidades de la existencia, es decir, sobre el dinámico impulso de las pro-clamadas leyes físicas de las ciencias. El hombre común de nuestros tiempos vacila en creer, en soñar o en aspirar, a menos que todo ello tenga al apoyo de una realidad material. A pesar de esto, es casi imposible que las leyes del mundo de los fenómenos, tal como se le revelan por las ciencias especiali-zadas, le infundan confianza. Tienen menos realidad que sus propios conceptos, porque le resulta muy intrincada la técnica que encierran las revelaciones de la ciencia, siéndole difícil comprenderlas.

El pensador, el individuo contemplativo, no puede menos que darse cuenta de los vacíos que hay entre lo que se conoce como una realidad demostrable, por un lado, y por el otro lo desconocido. Sus concepciones sobre lo que no se prueba aún como un hecho, con frecuencia entran en conflicto con las casi reverenciadas doctrinas prevalecientes del realismo. A pesar de todo, deriva una gran satisfacción de sus abstracciones, de sus concepciones idealistas que llenan un vacío en el molde de su existencia. ¿Deberá el hombre desechar todo lo que no puede apoyar con hechos cuando ni siquiera sabe cómo empezar a exteriorizarlo?

Supongamos que él concibe que hay una causa teológica para todos los seres, una mente divina o consciencia universal que está más allá del mundo de los fenómenos. Quizá este concepto de la dirección de la mente, de un determinismo, le satisface más que las nociones mecánicas de la ciencia moderna al explicar el universo, las que sólo en parte puede ésta substanciar.

¿Deberá entonces el individuo desechar sus creencias metafísicas por no estar fundamentadas en una realidad objetiva?

La mente humana se esfuerza por unificar sus experiencias. Lo misterioso y lo inexplicable exaspera; perturba la paz mental e inculca temor. El hombre se esfuerza en superar estas condiciones. Cuando el conocimiento objetivo no aparece a desvanecer sus dudas y a unir el mundo de los fenómenos en una

pauta satisfactoria, el hombre imagina cosas y condiciones que substituyan el conocimiento incompleto. Estas abstracciones y fantasías, sin los cimientos de los hechos, se han convertido en el blanco del nuevo materialismo.

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