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La agenda oculta: sociología de la mentira (1)

@renemartinezpi
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Estoy interesado en que se lleve a la cárcel a todos los corruptos del mundo, shop no importa si se han cobijado con la pulcra bandera de mi partido, lo juro por Dios y mi madre, cabrones” –dijo, con un gesto cínico de seguro ensayado frente al espejo la noche anterior. Esa podría interpretarse como una frase valiente y neutral si de antemano no supiéramos que existe una agenda oculta. El victimario y la víctima; el torturador y el torturado; el líder y el seguidor; el político y el votante; el dirigente estudiantil y el agremiado; el carcelero y el preso; el marido y la mujer; el marido y la amante; la serpiente y la luciérnaga; la historia y el historiador comprado en un bazar de chucherías sexuales; el pastor fornicario y la feligresa ingenua; el escritor y el lector; el predicador y el ateo que lo escucha en la banca del parque; el convocador y el convocado… todos tienen, siempre, una agenda oculta al momento de entablar las relaciones sociales en la cotidianidad, las que siempre son relaciones de poder (oprimido-opresor) porque, de una u otra forma que está presente en el imaginario, son mediadas o monitoreadas por los intereses de clase, sean propios o ajenos, eso no importa.

En tal sentido, la agenda oculta puede servir para ocultar buenas intenciones (como en el caso de la feroz disciplina de silencio para consolidar los procesos revolucionarios) o para mentir, engañar o manipular la voluntad social del otro, llevándolo a la posición (geográfica, política o ideológica) que el manipulador de oficio ya ha decidido previamente: la derecha convoca a una marcha contra la corrupción, pero en el fondo quiere manipular los sentimientos y la impaciencia para crear las condiciones subjetivas de un golpe de Estado con guantes de seda (que en lugar de las balas del ejército usará las redes sociales y las pancartas mal escritas para exigir la renuncia del presidente); y un selecto grupo de estudiantes reaccionarios convoca a una asamblea estudiantil para -manipulando las pasiones y ocultándole información a quienes de buena voluntad asistieron- boicotear una justa lucha del sector docente para convertirla en una asamblea “rompehuelgas” (emulando, muy bien, a los llamados “sindicatos blancos”), tirando al cumbo de la basura la historia de lucha de la universidad pública, esa historia que la ha llevado a tener mártires y héroes como los del 30 de julio.

En ese sentido, la agenda oculta (cuyo mejor y más sincero exponente es el Dr. Merengue” cuando esa agenda oculta trata sobre lo que realmente pensamos del otro, pero sin decírselo) para manipular al otro –incluso en contra de los intereses del que no se sabe manipulado, siéndolo- cae en el terreno del comportamiento (social o individual) y en lo que, partiendo de la noción de “conciencia espejo”,  podríamos denominar como “sociología de la agenda oculta” que tiene a la mentira como el gendarme y cemento de las buenas relaciones sociales. Ahora bien, dicha agenda hay que decodificarla tanto en lo que las personas dicen como en lo que callan o lo que omiten de forma deliberada, porque el lenguaje y el silencio son la expresión concreta de la ideología.

De esa forma, si la mentira es el gendarme de las buenas relaciones o de la manipulación (así como la corrupción e impunidad lo son de la gobernabilidad burguesa) y es la que redacta la agenda oculta, eso hace que la patria sea una mentira y que la patria misma tenga su propia agenda oculta; eso hace que la ciudad misma sea una mentira arquitectónica, porque esta ciudad es de mentira si carece de ciudadanos; porque esta ciudad es de mentira si los ojos de las putas tristes (de las que –con inenarrable amor- habló García Márquez) son dulces como los de la Gioconda, como si no conocieran el diluvio de las lágrimas que se desbordan ante el plato vacío y las boletas de empeño; porque esta ciudad es de mentira si ignoramos la beneficencia del viento insurrecto que levanta las faldas para mostrarnos las piernas más lindas del mundo y demostrarnos que el olor más acre y tóxico es el de la muerte anunciada; porque esta ciudad es de mentira –y se sostiene sobre la fuerza de la agenda oculta de los victimarios- si los políticos viajan en vehículos del año y comen caviar a costa del pueblo y el pueblo va descalzo del invierno al verano y viceversa; de la pobreza a la miseria y viceversa; de la cárcel al montepío y viceversa.

Sobre la agenda oculta, desde la perspectiva sociológica, existe una mala fama que la sitúa como una estrategia de comunicación que hay que evitar por ser pecado mortal, en tanto nubla la posibilidad de comprensión de la verdad social. Pero lo anterior es relativo. Así, desde la propaganda electoral que reclama y muestra a candidatos vitalmente sinceros por encima de todo (y todos lo son como candidatos, más no como personas de carne y hueso), hasta la sanción carcelaria al político mentiroso o corrupto (una rareza humana en nuestras latitudes), la mentira que nutre los renglones perfectos de la agenda oculta se concibe como una suerte de violación del contrato social que funda a las relaciones sociales en abstracto, mientras que de su denuncia y descubrimiento público y en público se deriva una reacción (cuya intensidad depende, también, de los intereses de clase, porque una cosa más terrible y bochornosa es vender un partido de fútbol –que de todos modos se iba a perder- que robar millones de las arcas del Estado) que se pierde en mentirosas actitudes purificadoras y catárticas de lo social que incluyen desde los melodramas de asunción de la responsabilidad y sus consecuencias penales o morales, hasta la narración justificadora e inocua, de lógica causal, sobre los motivos del engaño.

Al respecto, la convocatoria de la derecha a una manifestación en contra de la corrupción –teniendo como mentiroso referente que frente a la mentira íntima descubierta por la pareja se ofrece como actitud compensatoria y reparadora del daño una mayor cantidad de verdad- hay que valorarla como la reacción mentirosa e inevitable de simular arrepentimiento ofreciendo-exigiendo mayor transparencia, pero en el fondo esa exigencia tiene, también, una agenda oculta.

*René Martínez Pineda
Director de la Escuela de Ciencias Sociales, UES

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