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JAZZ Y POLITICA CONTRACULTURA

Oscar A. Fernández O.

Improvisación, sovaldi multiplicidad y espontaneidad son algunas de las cosas que definen la forma de experimentar e interpretar el mundo desde el jazz: marcando el ritmo, patient sintiendo su tránsito por la piel, la sangre y el corazón. Ya decía Charlie Parker, que quería que su jazz “bailara en las cabezas y congelara la sangre”, para que su música no se redujera a lo ornamental.

En Storyville un distrito de la ciudad de Nueva Orleans, en Luisiana, existían los Barrelhouse, unos bares de baja categoría muy comunes en los barrios de afroamericanos en los Estados Unidos. En este lugar habitaban las prostitutas, los maleantes, y los vagabundos, pero además, fue allí donde innumerables músicos encontraron trabajo como Buddy Bolden, Jelly Roll Morton, entre otros artistas del jazz originario. Los sonidos blues y el boogie woogie generarían tal experiencia, que daría lugar a que estos Jazzman propiciaran a través de su arte un encuentro con la vida para poder vivirla, expresando los problemas sin resolver, las verdades que no se querían enfrentar, cosas alegres, placenteras, pero también dolorosas.

El Jazz ha sido la música de un pueblo que soportó el esclavismo y la discriminación, equilibrando con el sonido el regocijo y el sufrimiento, ya fuera en las actuaciones de vaudeville, en las presentaciones de las Big Bands en la época del Swing ó con los contestatarios Boppers de los años 40. El Jazz le permitió a muchos seres humanos descubrir lo que debían hacer con la libertad, ya fuera escuchando la música, interpretándola o cantando, para decirse algo sobre ellos mismos que apenas empezaban a conocer.

La impronta unicultural del hombre blanco, hizo que los afroamericanos en esa primera mitad del siglo veinte, no fueran reconocidos, por las secuelas del racismo y del sistema esclavista que les negaba sus derechos civiles. Sin embargo, más allá de las tragedias personales y colectivas, de la percepción del Jazz como música marginal, de burdel, de terraza de baile, de gangsters en Chicago y Kansas City de pasacalles y negra; esta música alcanzó en los años dorados el calificativo de música popular con sus enormes Big Bands, que luego contestarían los Boppers con ese aire intimista, individual y extravagante, lleno de sentimiento e indignidad.

Con el jazz primigenio y luego con el moderno se llevó a cabo una movida contracultural, que a partir de los blues expresaría un sentimiento doloroso, amargo y bello. Con “Strange Fruit“, Billie Holiday habló “sin pelos en la lengua”, sobre los atropellos en los Estados del Sur estadounidenses a la gente afroamericana. Esta canción se convertiría más tarde en un himno para el movimiento por los derechos civiles en EEUU. La irreverente y pasional

Nina Simone por su parte, se involucró en los años sesenta al movimiento y grabó algunas canciones políticas como “To Be Young, Gifted and Black”, “Blacklash Blues,” “Mississippi Goddam” (en respuesta al asesinato de Medgar Evers y al ataque terrorista a la iglesia de Birmingham, Alabama, en 1963, por parte de supremacistas blancos y que se saldó con la muerte de cuatro niñas negras), En 1966, otro de sus temas, “Four Women” fue prohibido en Filadelfia y en las emisoras de Nueva York por las cosas allí dichas. Simone se fue de los Estados Unidos en 1969 tras la muerte de Martin Luther King, los desacuerdos con sus agentes, las compañías discográficas y la agencia de impuestos. (C. Viera: 2010) El Jazz como propuesta estética, sirvió como medio para denunciar, demandar y hacer visibles las contradicciones de la democracia norteamericana. Así como otras músicas, desde el sonido creó espacios de deliberación y contrapoder, formas de resistencia y ante todo un proceso de experimentación moral y estético que les permitió a sus músicos reinventar el mundo para sí mismos. El Jazz como movimiento de afirmación, individuación y liberación, demostró que la política es ante todo lenguaje, y que lo cotidiano se politiza con cada decisión tomada, para llevar a cabo una existencia más coherente.

Los “hipster” de los años 40 del siglo XX cuando identificaba a los aficionados al jazz moderno, género musical muy popular a principios de esa década. El “hipster”, por aquellos años, adoptó la manera de vestir, la jerga, la actitud relajada, el humor sarcástico, la pobreza auto-impuesta, y los relajados códigos sexuales, en un intento de copiar el estilo de vida y aspecto del músico de jazz. Por su parte, en la Europa de la contracultura en los 50´s, el jazz (llamado en Inglaterra Trad Jazz) asociado a una causa progresista, de marcada impronta antiamericana, conservaba la tradición negra sureña de Estados Unidos. En rigor de verdad, la música podía ser americana pero el trad jazz era un fenómeno peculiarmente británico, ligado a esa profunda vena nostálgica de la cultura popular de entonces, enamorada tanto del provincialismo de las antiguas tradiciones rurales. Más que de un Mardi Grass a la inglesa, se trataba de un culto antimodernista a la autenticidad que se apropiaba de los orígenes de un género ligado a la opresión de los afroamericanos para reconvertirlo al primitivismo romántico y a la veneración de la gente común de la vieja Inglaterra: el carnaval de New Orleans transformado en el ómnibus rojo de dos pisos, símbolo indeleble de una britishness encarnada por una Omega Brass Band cuyos músicos desfilaban en las marchas antinucleares vestidos justamente con uniformes de choferes. (Tomado de esculpiendo.blogspot.com)

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