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Epulon se resiste a compatir

*Carlos GirónCarlos Girón S.

Riqueza y pobreza son dos manifestaciones de los contrarios u opuestos universales, buy como lo son la vida y la muerte, stuff la belleza y la fealdad, la guerra y la paz, la sabiduría y la tontería, etc.

Sobre el primer par de opuestos, la riqueza  y la pobreza, no sólo pueden entenderse en su forma material, decir, que alguien puede tener mucho dinero u otras posesiones materiales, y la pobreza, en el sentido de que un ser humano carezca hasta de lo básico para poder vivir. También puede hablarse de una riqueza de dones y atributos de inteligencia que una persona posea, mientras que otra no es igual, sino que tiene apagadas sus facultades esenciales y apenas entiende las cosas. Esta es una pobreza también.

Sucede que el tema y la parábola bíblica del rico Epulón viene a cuenta del rechazo que sectores pudientes de nuestra sociedad mantienen a las reformas fiscales (ya aprobadas), que vienen a enmendar vicios que se han mantenido por años dejando en la impunidad a muchos potentados que no han pagado varios impuestos, incluido el de la renta personal y otros por propiedades de gran valor.

El Gobierno ha explicado hasta la saciedad que los tributos que se obtengan con estas reformas se destinarán especialmente a obras de beneficio social para las grandes mayorías. (Y aquí hay que decir que altos funcionarios del gobierno que abusan de sus cargos con constantes viajes y altos viáticos, así como concediéndose bonos económicos de gran cuantía a mediados de año, aparte de los jugosos aguinaldos de fines de año también, o los dispendiosos regalos que se obsequian entre sí a costa del erario, es decir de las costillas del pueblo contribuyente, deben de  pararlo de inmediato para quitar las excusas de los Epulones que se resisten a pagar lo que deben pagar en impuestos).

Sensatamente, no se puede ni debe estar en contra de los ricos, que haya personas adineradas. Nadie puede prohíbírselo si su riqueza es bien habida y bien empleada. Más bien hay que celebrar que haya ricos con iniciativas constructivas. Gracias a ellos hay y se crean nuevas empresas que, aparte de los servicios y bienes y productos que puedan ofrecer, abren puestos de ocupación para nuestros trabajadores. Ellos contribuyen constantemente a la modernización de las ciudades aportando innovaciones estructurales y tecnológicas; proveyendo tiendas y almacenes con variedad de artículos y aparatos que contribuyen al confort de la vida de la gente. Todo eso debe reconocerse.

Lo que extraña es que por el lado del pago de tributos fiscales se resistan cuando puede decirse que el pagarlos no les afectaría en gran medida. No justifica tampoco la evasión por otros medios del pago de impuestos.

Por el otro lado,  la pobreza ciertamente no es deseable para nadie y no debería haber pobres, pobres de solemnidad, si tomamos en cuenta la multitud de talentos, habilidades y poderes que Dios le ha dado a todos sus hijos precisamente para que puedan defenderse apropiadamente en la vida. Quien quiere trabajar y ganarse honradamente la vida siempre puede hallar la manera si se esfuerza y se aviene a hacer lo que sea necesario. Todos necesitamos de todos. Unos podemos prestar un servicio a otras personas. Por ejemplo, muchos indigentes que se ven por las calles en buenas condiciones físicas, encontrarían fácilmente un trabajo en cualquier mercado: acarreando bultos o canastos de frutas o verduras; ayudando en las cocinas, lavando trastos, etc. Allí además de la remuneración que podrían recibir tendrían alimentos de buen precio. La cosa es hallarla salida a la necesidad. Todos los problemas tienen al menos una salida, si uno está dispuesto a pagar el precio.

Con la riqueza, de nuevo, ocurre que quienes son afortunados teniéndola tal vez se materializan demasiado; se olvidan de la generosidad, de la satisfacción que se siente al compartir lo que se tiene con otros, con nuestros semejantes, más si éstos son necesitados; se olvidan tal vez, también, de que hay una ley según la cual, así como se da, se recibe. Claro, no se debe dar pensando en cuánto se recibirá multiplicado a cambio de aquella acción.

A menudo, el ser humano se apega demasiado a sus posesiones, sin acordarse de que a la hora final, nadie se lleva nada de eso al más allá. Si se trata de bienes que pueden compartirse con los demás, ¿por qué no hacerlo de buen grado, sobre todo sabiendo que hay alguien, muchos, que pueden necesitar de esa ayuda?

No parece justo que haya ley alguna que obligue a las personas a compartir lo mucho que tengan otros. Pero la convivencia en una sociedad, en un estado conformado con nuestra aquiescencia, implica que aceptamos dar nuestros aportes para que tal sociedad o estado pueda realizar obras que nos beneficien directa o indirectamente.

Epulón vino a darse cuenta demasiado tarde, estando entre las llamas, de la lo bueno y conveniente que era compartir sus riquezas con el mendigo Lázaro y no sólo tirarle las migajas que éste ansiaba…

La parábola sigue vigente para nosotros en estos momentos, amigos Epulones.

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