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En el mes de la niñez: todos somos Aylan

Miguel Ángel Chinchilla Amaya

Los niños y adolescentes siempre han sido motivo para la gran literatura universal, tadalafil ahí tenemos por ejemplo a Charles Perrault con Pulgarcito, tadalafil Caperucita Roja y su versión francesa de La Cenicienta, viagra a Charles Dickens con su Oliverio Twist, a Mark Twain con su Tom Sawyer, a Rudyard Kipling con El Libro de la Selva, a Carlo Collodi con su niño de madera Pinocho, al joven Aladino de la tradición musulmana, a José Martí con Meñique, al negrito Cocorí del costarricense Joaquín Gutiérrez, y los Cuentos de Cipotes del salvadoreño Salarrué, así como el famoso personaje cuscatleco conocido como Cipitío que muchos autores nacionales hemos retomado para escribir literatura.

Y no es que se trate propiamente de literatura infantil para niños, sino que es literatura sobre niños y niñas que en la mayor parte de argumentos aparecen como víctimas de los adultos, como en el caso de Pulgarcito quien según el cuento original fue abandonado junto a sus hermanos en el bosque, por sus propios padres que aducían razones de pobreza, igual sucede con Cipitío quien sufre del síndrome abandónico cuando su madre Cihuelut lo abandona en el bosque al ser castigada por el dios Tlaloc, convirtiéndola en esperpento. Temas como la orfandad, la explotación infantil, las brujas malvadas, los lobos feroces, la discriminación y el abuso, son recurrentes en esta literatura en cuyo fondo hay una denuncia clara contra la vejación histórica de los derechos humanos de la infancia y adolescencia.

Es por ello entonces que en 1924, luego de los horrores producidos en la 1era Guerra Mundial, la Liga de las Naciones adopta la Declaración de Ginebra Sobre los Derechos de los Niños, promovida por la activista Eglantyne Jebb fundadora de la organización Save the Childrem. En 1954 Naciones Unidas aprueba la resolución 836 ( IX ) en la cual recomienda que a partir de 1956 todos los países miembros instituyan una fecha para celebrar el Día Universal del Niño. Ignoramos por qué razón la ONU dejó al arbitrio de cada nación la estipulación de fecha tan importante en su respectivo país, lo cierto es que para Naciones Unidas el día oficial de celebración es el 20 de noviembre de cada año, en conmemoración de la aprobación de la Declaración de los Derechos de los Niños en 1959 y de la Convención de los Derechos de los Niños en 1989.

En El Salvador según Decreto Legislativo No. 473 del 31 de octubre de 1951 (ya derogado), el día del niño sería celebrado cada 24 de diciembre seguramente para coincidir con la fiesta cristiana del Niño Dios en Navidad. No obstante en 2002, según Decreto Legislativo No. 975, se estableció como Día de la Niñez y Adolescencia Salvadoreñas el primer sábado de octubre de cada año; sin embargo dicho decreto no ofrece explicaciones sobre los motivos para dicha fecha. Actualmente el Día Universal del Niño en El Salvador  se celebra el 1ero de octubre igual que en Guatemala, pero sobre dicha fecha no he encontrado decreto alguno que la justifique legalmente y que desde luego derogue el anterior. Otros países que celebran a sus niños en el mes de octubre son Australia, Brasil y Suecia. Asimismo a partir del año 2011, Naciones Unidas por medio de la Resolución 66/170, declaró el 11 de octubre como Día Internacional de la Niña, reconociendo de manera especial los derechos de las niñas y los desafíos que afrontan las infantas en todo el mundo.

En nuestro país a partir del mismo año 2011 entra en vigencia la LEPINA, siglas que significan Ley de Protección Integral de la Niñez y Adolescencia, que a tenor de los entendidos representa el cuerpo normativo más importante que en aras de la efectividad de los derechos humanos de niñas, niños y adolescentes, haya acordado El Salvador en toda su historia. Como antecedente de esta ley mencionamos la Convención Sobre los Derechos del Niño, adoptada como ley de la república en 1990. A partir de la LEPINA se crea también el CONNA que es el Consejo Nacional para la Niñez y Adolescencia, organismo encargado de la creación y aplicación de la Política Nacional de la Niñez y Adolescencia. Obviamente hay avances en la superestructura de nuestra sociedad en cuanto a la protección de niños y adolescentes, no se podría decir que nuestra niñez padezca la desprotección legal que sufrían los personajes infantiles de Charles Perrault o Charles Dickens. No obstante debemos reconocer que la superestructura es un conjunto de fenómenos político-jurídicos e ideológicos, asentados sobre una estructura económica conocida como infraestructura, la cual no necesariamente coincide con la teoría legal. Tal es así que en estos años desde la promulgación de la LEPINA, muy poco se ha visto reducido el porcentaje en lo que respecta al trabajo infantil, tema al cual ya me he referido en anteriores artículos; así como también es evidente la escasa capacidad del Estado para impedir que los adolescentes se incorporen a las pandillas, lo cual se da como resultado de la injusta estructura económica que secularmente ha afectado a la población más vulnerable de esta país. En recientes declaraciones la directora ejecutiva del CONNA, Zaira Navas, dijo que en el transcurso del presente año 2015, la violencia contra niñas, niños y adolescentes, se ha incrementado en un 30% lo cual por supuesto es motivo de preocupación.

Cuando yo estudiaba primaria en los años sesenta del siglo pasado, octubre era un mes hermoso pletórico de vientos cristalinos propios para elevar piscuchas, fresco y alegre era octubre sobre todo porque terminaba el año escolar y uno de cipote quedaba en vacaciones. Quiero creer que ese recuerdo de aquel octubre que todo lo descubría -travieso era con las faldas de las muchachas- es el que motivó a los diputados salvadoreños en el año 2002, en la elección de dicho mes para celebrar el Día de la Niñez y Adolescencia en El Salvador. Festejemos  en octubre entonces, aunque no haya decreto ni tampoco vientos cristalinos, a nuestros niños, niñas y adolescentes, pero no sin antes hacer una profunda reflexión sobre la injusticia humana que permite que niños inocentes en otras partes del planeta, mueran de la manera como murió Aylan Kurdi, el pequeño niño sirio ahogado en aguas del mar Mediterráneo tan solo por huir de la guerra ¡Abur!

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