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Egocentrismo, el pan de cada día

C. Marchelly Funes/

Periodista y politóloga

 

La sociedad salvadoreña se encamina, de continuar el rumbo que trae, a una sociedad fría, egoísta y deshumanizada.

Es importante mencionar que los valores y principios inician en el seno de la casa, son fortalecidos en la escuela, en la comunidad, en el trabajo y por los medios de comunicación. Cada uno tiene un papel fundamental en los comportamientos individuales y colectivos.

En diversos espacios públicos es común y frecuente escuchar a las personas diciendo “se han perdido los valores en este país”, “la gente se ha vuelto mal educada.”  Sin embargo, las conductas que las nuevas generaciones observan en casa, en la comunidad y en la escuela no siempre son de respeto, solidaridad y fraternidad sino que en la mayoría de los casos son egocentristas, premeditadas y prepotentes. Algunos ejemplos cotidianos naturalizados como “normales”:

El escenario de convivencia cotidiana; la casa y la comunidad. En la actualidad, las personas se enemistan con quienes les rodean por infinidad de razones, pero las habituales son: la basura, el parqueo y los portones.

En el primer caso, suele pasar que quien vive al final del pasaje o calle saca bolsas de basura, en días y horas que no pasa el camión recolector, y las coloca frente al que vive a la orilla de la calle. El parqueo se ha vuelto una batalla campal entre vecinos, principalmente entre quienes se apropian de los espacios púbicos colocando conos, barriles o cualquier cosa para guardar “su parqueo” si alguien se atreve a estacionarse en ese lugar las consecuencias menos graves son ya no le dirijan la palabra, a quien “usurpo” el espacio,  o insultos para que se quite, entre las consecuencias graves daños al vehículo, golpes al propietario, amenazas o la muerte. En relación a los portones, estos fueron construidos para brindar “seguridad”, sin embargo, en algunos casos se han vuelto protagonistas de riñas y amenazas entre miembros de una misma comunidad.

El escenario de la convivencia en espacios públicos, estos van desde el acaparamiento de las aceras por parte de empresas para usarlas como parqueos, los puntos de transporte colectivo y de taxis, las ventas informales desordenadas que obligan a los transeúntes a caminar por las calles bajo el riesgo de que algún automotor les golpee o atropelle. Las constantes carreras temerarias protagonizadas por los buses y microbuses del transporte colectivo, la irresponsabilidad de los conductores particulares cuando obstaculizan arterias, impidiendo que los otros puedan incorporarse a la siguiente calle o circulen sin problema, el uso de las calles en sentido contrario para avanzar más rápido es habitual en muchas de las principales calles del país, la falta de respeto a la vida de los gestores de tráfico y policía de tránsito por algunos conductores es sinónimo de matoneria.

Hay tantos ejemplos de atropellos e irrespetos de sujetos contra sujetos en el país que los animales no son la excepción, en una sociedad enfermiza, en la que solo importa el “yo” y los “otros” salen sobrando. A diario decenas de canes son maltratados por sus propietarios, otros atropellados por  temerarios al volante. Depredadores de flora, fauna y mantos acuíferos de quienes nadie dice nada y ponen el riesgo la vida de todo el ecosistema.

Esto debe llevar a reflexionar qué se hace desde la individualidad para mejorar estas prácticas tan perjudiciales para la colectividad. Este no es un tema que deba resolverse desde el Gobierno sino desde cada persona.

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