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EL DUELO, ETAPA DE VIDA

Harriet Amiet, S.R.C. (No. 4) (Traducción de Marta Eugenia López  Subirós, S.R.C.) De la Revista El Rosacruz, abril/ junio de 2010 El luto diferido

Puede suceder que en un luto no haya manifestación aparente. La persona sigue viviendo  como si nada hubiese pasado. Ninguna expresión se exterioriza; sin embargo, la pena por la pérdida de es inmensa, incluso inconmensurable, tan grande que no hay palabras para describirla.  En estos casos se habla de un luto diferido. Todo se deja de lado.  La única cosa a hacer por quienes le rodean, por su entorno, es estar presto a escuchar a la persona doliente y seguir estando listo para ayudarla cuando lo requiera.

En efecto, después de un período más o menos largo, un pequeño acontecimiento, insignificante tal vez, puede recordarle el choque previo y convertirse en el factor que desencadene el proceso de luto. Por lo regular, la persona y el entorno no comprenden la amplitud y la importancia de la reacción, que es a menudo desproporcionada con relación al incidente. En vez de presentarse como un procedimiento  normal, lo vivido en el luto se convierte entonces en un fenómeno extraño y puede inducir a numerosos malentendidos. Es importante en esos momentos no hacer un drama mayor de lo que realmente es, reconociendo al mismo tiempo la seriedad del acontecimiento. En tal situación es importante que la persona doliente experimente un sólido apoyo y que pueda contar con la presencia y la escucha de entorno, cualquiera que sea el momento.

Algunas herramientas necesarias para enfrentar el luto

Ante un deceso, el luto es lo más normal y natural del mundo. El hecho de informarse y de informar de la posibilidad de actuar con conocimiento de causa puede facilitar  el manejo de las dificultades. Cualquiera que sea la situación es mejor poder actuar sobre un terreno adaptado a los acontecimientos. Eso quiere decir que la actitud se adaptará a las circunstancias y a las reacciones que surjan. Por supuesto, la dificultad sigue siendo la misma, pero es posible recurrir a sus propios medios para hacer frente a la situación y volverla más fácil de asumir.

La información recibida en la infancia esta información va a determinar los esquemas de comportamiento en relación con el carácter de la persona doliente y su vivencia. En consecuencia, estos esquemas de comportamiento se manifiestan cada vez que situaciones similares se presenten y estimulen los centros de tensión y stress. Algunas reacciones a la tensión causada por un cambio son positivas y ayudan a progresar; otras, desestabilizan e incitan a una regresión.

A menudo, la reacción al estimulo (el fenómeno que causa  la tensión o el stress) es inconsciente y se hace de manera espontánea. Con todo, observar su comportamiento puede provocar una toma de consciencia. En ese caso es posible cuestionarse y ver por cuáles medios mejorar las condiciones.

Cada ser humano tiene en el fondo de sí mismo valores nobles y dignos que le son propios. Estos valores, a menudo muy claros durante la infancia, se camuflan con el tiempo, por las actitudes de adaptación, en primer lugar, al entorno inmediato. En seguida la vida social influye y puede incitar a una inhibición de esta dimensión. Cualquier que sea la vida de un ser humano, este es tributario de esa integración social.

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