Página de inicio » Suplemento Tres Mil | 3000 » Dos cuentos de Salarrué

Dos cuentos de Salarrué

El cuento del cuento que contaron

 

Salarrué

Puesiesque Mulín, tadalafil Cofia, Chepete y la Culachita se sentaron y dijeron: “Contemos cuentos debajo desta carreta”. “Sí”, dijeron “contemos”. Y entonces Chepete dijo: “Yo sé uno bien arrechito”. “Contalo, pué”, le dijeron. Y él entonce lo contó y dijo: “Puesiesque un día, ya bien de noche, venía un tren y al yegar a una sombra de un palón, siasustó la máquina y se descarriló sin sentir a quioras, y se jue caminando por un montarral hasta que ya nuguantó, porquiba descalza, y se paró debajo de unos palencos de la montaña. Y los maquinistas dijeron:

“¡Dejemos aquí esta papada vieja, que tanto que pesa!” Y la dejaron, y creció el monte con el tiempo. Y un día la hayaron ayí los micos y se encaramaron en ella y pensaron:

“¿Qué será?” Y un mico jaló la pita de la campana y ¡talán, glán, glán! sonó. Y salieron virados por los palos y diay regresaron y la golvieron a sonar hasta que ya no les dio miedo. Entonce con unos martiyos se pusieron a sonar la campana y toda la máquina, hasta que le sacaron chispas y se golvió a prender la leña y empezó a calentarse: ¡fruca, fruca, fruca!… Y un mico jaló el pito y ¡pú-pú!, pitó y salió a toda virazón otragüelta, hasta que se les quitó el miedo y se pusieron a meterle leña y leña, pero como la máquina no tenía ya agua, cuando le jalaron la palanca, se tiró corcoviando por un camino y reventó ¡¡pom!! y todos los micos volaron por el aigre y se quedaron prendidos de las colas en las ramas más altas de los palos”.

Entonce la Culachita le dijo: “Golvelo a decir”. Y Chepete le dijo: “Güeno”. Y golvió a comenzar y siacabuche.

Cuentos de cipote, 1945 / 1961

 

EL MAR

Salarrué

Los indios viejos se pararon en una sombra y a piaron sobre el borde los cacastes vacíos. A lo lejos, el mar dormía… Allí cerca venían arreando ganado. “To, to, to, to! ¡Acá!…

-Ta bravo el sol, vos!

-¡Ajá!…

Rafáil sacó una cabuya de puro y prendió. Se quitó los caites, los golpeó sobre una piedra y se acurrucó contra el troncón.

-¡Agüen, quizaul siá puesto el cielo allá por las llamazones!

-Alabá: de veras, vos, qué bonito!

-Mesmamente parece que juera un llano azul!

-¡De veras, pué!

-¡Adiós, vos! ¿qué serán potreros?

-¡Jueran verdes!

-Por lo lejoso…¡Porque veya, mano, nués cielo!

-¡Eeee?…

Rafáil y Chente, indios viejos de Honduras, no habían visto nuca el mar. Pasaba uno de a caballo.

-¡Perdone, ñor, ¿ques aquella llanada azul?!!

El hombre paró, miró el mar dormido, dejó colgando la sonrisa en pausa generosa.

-Ese es el mar.

-¡Agüén!…

-¿No lo conocen?

-¡Semos dionduras!

-¡Ah, vaya!

-¿Ta retirado?

-No… Unas ocho o diez leguas diaquí.

El hombre se alejó, con la sonrisa aún colgante.

-¡Mano!…¿qué dices? Si quiere, nos bajamos a conocer. Ya salimos de la venta.

-¡Como diga Chente!

Se oiba un ruido de aguacer. Sin embargo, el cielo taba bien chulo. Los dos indios iban llegando al mar. De pronto, desembocaron frente a la tumbazón. Rafáil se paró en seco y dejó quér el cacaste con el alma. Chente paró.

-¡Degüelvase, mano, degüelvase; viene una tempestá por el suelo!

-¡Santo Dios, santo juerte! ¡Huygamos, quésesto!…

Los dos viejitos indios se treparon al mismo palo.

-¡Viene un aguazal con espumarajos!

-¡Luey visto, mano; esera el ruido!

-Dios nos valga, tamos perdidos!

Media hora después, ya repuestos del susto, Rafáil dijo:

-Si quiere, nos bajamos, a trepar los cacastes.

-¿No bremos quivocado vos, no será eso el mar?

-Pues veya, eso taba pensando mesmamente. Porque como qués el llano que vimos azul. ¿Se fijó? Es un gran llano, con cola diagua.

-¡Siabrá salido algún riyo? Yo vide un cuento con chimineyas como beneficio, que jumiaba y taba entre lagua.

-¡De juro ques el mar vos! Véngase, démole una ispiada!

Los indios viejos se bajaron, cogieron sus cargas y se fueron acercando al mar, con recelo. Cada tumbo que rodaba, los hacía recular.

Así, avanzando y retrocediendo, estuvieron los dos, agarrados de las manos, cosa de media hora. Una mujer acertó a pasar.

-Oiga, ñora quiasiés siempre el mar de bravo?

-Nunca ha stado más manso.

La mujer siguió su camino; y los dos indios viejos de Honduras, que no habían visto nunca el mar, siempre cogidos de la mano, se arrodillaron en la playa, y rezaron quedito y en lengua.

Ver también

«Mecánica» Mauricio Vallejo Márquez

Bitácora Mauricio Vallejo Márquez Muchas personas tienen un vehículo con el que pueden desplazarse, pero …