Descalzo

Mauricio Vallejo Márquez

Escritor y coordinador Suplemento 3000

 

-Yo le prometí a Dios que si me salvaba del naufragio, mis pies nunca tocarían el suelo. Y hasta ahora lo he cumplido –dijo Justo Armas.
-Pero don Justo, usted es un hombre elegante, de buen porte, no puede siempre estar así.
-¡Se ve que no me conoces! Puedo andar así, tengo años de caminar como lo hago – indicó Armas mientras arreglaba su saco.
La tarde estaba ceniza y apenas comenzaban a encender los faroles cuando Justo Armas salió de su casa. Tenía años con la misma rutina, se arreglaba bien: camisa almidonada, saco de tintorería, pantalones bien planchados, pies limpios y salir a caminar. Ese día era la primera vez que exhibían una película en el cine central, muchas personas se encontraban haciendo cola para entrar. La película era de Chaplin, pero la verdad es que eso no importaría, ni tampoco el protagonista mientras se expusiera. La gran mayoría sólo estaba allí porque se estrenaba y era algo nuevo. Era la gran inauguración del cine Central.
Justo Armas llegó a la cola de la taquilla con el dinero en sus manos. Veía con atención los anuncios de las películas. Eran carteles grandes y a colores con rostros famosos como Clark Gables. Don Justo hizo toda la cola y cuando llegó a la taquilla el boletero lo vio de arriba abajo.
-Lo siento señor, pero no puedo dejarlo pasar.
-¿!Cómo decís!? ¿No sabes quién soy?
-Sí sé, pero la regla del patrón es no dejar pasar a nadie que ande desordenado
-¡Vos no sabés quién soy!
-Sí, usted es don Justo Armas, el dueño de los alquileres de fiesta. Ese no es el problema, lo que pasa es que anda descalzo y me han prohibido que deje entrar a gente así.
Don Justo cambio la forma de su rostro, del enojo pasó a la tristeza en un instante. Estuvo a punto de llorar. Las demás personas de la fila guardaron silencio.
Don Justo caminó rumbo a su casa con una andar lento y suave, esquivando las piedras. Al llegar a su casa no quiso entrar, tenía tanta opulencia que le enfermó en ese instante. Su almacén de alquiler que estaba frente a su casa rebosaba de cosas. Don Justo entró al negocio, encendió la luz y caminó hasta llegar a los trajes. Tomó el único par de zapatos que había y salió corriendo.
La función estaba a punto de comenzar y el boletero continuaba en el mismo lugar.
-¡Oiga!, ¿Puedo entrar ahora? –dijo don Justo luciendo un par de zapatos.
El boletero, admirado, le invitó a pasar con un ademán, mientras veía que pasaba, con unos zapatos sin suela que dejaban ver toda la planta del pie.

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