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De la paz en la dicha suprema

-dariolara

Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta

Con un sabor a 15 de septiembre, cheap la gran mayoría de salvadoreños recordamos este verso tomado de la letra de nuestro himno nacional, sick compuesto por el poeta y general, don Juan J. Cañas. Dejo a la memoria de todos terminar la estrofa. Y si hacen el ejercicio verán, cómo, desde tiempos decimonónicos, ya los patricios que inventaron el altar cívico, estaban bien sabedores del gran lío de construir y vivir la paz. Lamentablemente poco o nada hicieron, salvo en algunos excepcionales casos, por edificarla.
No recuerdo nunca haber disfrutado de una auténtica paz social. Salvo en los cortos meses después de la firma de los acuerdos políticos, cuando nos sumergimos en la euforia de “la luna de miel de las partes”. Pero ello, duró muy poco. Nací y crecí entre los gobiernos militares y la guerra civil. Y luego, -he ido ganando canas- en la noche oscura de la impunidad delincuencial, el crimen organizado, el narcotráfico y la corrupción política. Naturalmente, estos fenómenos sociales, nunca han sido proclives a la paz, salvo a la paz de los cementerios. Desde luego, otra aventura es la paz interna, fundamento de la paz social, y a la que todos estamos llamados.
Haciendo un tanto de retrospectiva -pese a todo- los gobiernos pretorianos de conciliación nacional, ofrecieron en sus épocas menos represivas, una especie de pax romana, que daba la sensación de libertad y seguridad en el desplazamiento de los ciudadanos. Igual ocurrió durante la guerra civil, en las metrópolis, donde el conflicto aún no golpeaba con todo su poderoso guante. La situación, en la actualidad, dista años luz de esta evocación.
Muy preocupante es,  la vida de los jóvenes. Marcada por la constante inseguridad. Inseguridad en la escuela, en la familia desintegrada, en la calle. Imposible el sano esparcimiento en sitios públicos, asediados por la violencia de las pandillas, especialmente en las zonas más populosas. Ir de una comunidad a otra, de signo contrario, basta para encender el mortal odio.
Por otra parte, las jovencitas son comúnmente víctimas predilectas del abuso sexual, bajo dinámicas que sólo recuerdan las prácticas tribales, vulnerando la inocencia abandonada, carente de verdaderos referentes afectivos, sin  horizontes vitales. Otro tanto, se observa en la seducción que operan motoristas y cobradores de autobuses y microbuses, con las adolescentes pobres y desprotegidas.
Es lamentable también, como muchos jóvenes son maltratados injustamente por las autoridades policiales o forzados a abandonar sus trabajos, por las amenazas del crimen.
Un aspecto esencial, es poner mucha atención sobre el narcomenudeo, que está predominando en los centros escolares, especialmente de drogas como la marihuana y otras, incluso, más letales. Un mercado lucrativo a costa de vender evasión a jóvenes incautos. No podemos permitir que el narcotráfico y la trata de blancas cercene las alas de lo mejor de una sociedad: su juventud.
Focalizar toda la problemática social que padece el país en estos grupos, es irracional. La estructura de cuello blanco, de poder, ha construido un imperio de injusticia, propicio para el florecimiento de estos males. Es urgente, que el nuevo gobierno, construya una profunda y efectiva articulación de esfuerzos nacionales, para dar a nuestros jóvenes, y a todos los ciudadanos, el derecho de vivir en una sociedad pacífica, segura y tolerante.

 

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