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CORTAZAR EL OBSERVADOR

El presente escrito figura en el libro “Cortázar en Solentiname”, hospital de la editorial Patria Grande, stuff Buenos Aires, Argentina, 2015. Libro sui géneris pues recoge escritos de Julio Cortázar, entrevistas, testimonios, correspondencias. Participan en él Jorge Boccanera (Argentina), Ernesto Cardenal,  Sergio Ramírez, Claribel Alegría, Julio Valle Castillo, Luis Rocha (Nicaragua), Oscar Castillo, Diana Ávila, Samuel Rovinsnki, Carmen Naranjo (Costa Rica), Carmen Waugh (Chile), Janet Brof (Estados Unidos), Manlio Argueta y Mario Castrillo (El Salvador).

Mario Castrillo

Escritor

 

Vivía en San José, Costa Rica cuando conocí a Julio Cortázar. Tenía una melena fenomenalmente alborotada como mi alma peligrosa, pertenecía al Grupo Oruga, escribía poemas y fumaba por los cuatro costados. Con Diana Ávila, Magda Zavala, Patricia Howell, Rodolfo Dada y Adolfo Rodríguez nos dio la loquera –aunque aquello no era tan disparatado que digamos- de organizar un Seminario de Escritores Jóvenes Costarricenses. Lo llevamos a cabo en el auditorio de la Facultad de Artes de la Universidad Rodrigo Facio, en San José, una noche endiablada de abril. Convocados: Laureano Albán, Julieta Dobles, Joaquín Gutiérrez, Samuel Rovinsky, Virginia Grutter, Luisa González  y los nicaragüenses Pablo Antonio Cuadra, Carlos Martínez Rivas, Sergio Ramírez, quien tuvo a bien llevar consigo a Julio Cortázar. El auditorio lleno. “Tejeremos de nuevo el poema” fue el titular del Universitario dando cuenta del evento. De tal forma y manera conocí a Julio Cortázar esa noche. Después del Seminario, salimos a tomar algo y Cortázar nos dijo que lo visitáramos en el hotel. Y lo hicimos. Yo lo hice varias veces sin mis compañeros. Se hospedaba en el Sheraton, hotel donde tenía instalada su buhardilla  -repleta de libros- el gran amigo entrañable Carlos Martínez Rivas, a quien denominaban “El Solitario del Sheraton”, quien sabe si se debía a que en realidad Carlos era un viejo lobo solitario o por alusión al libro La Insurrección Solitaria, que merecida fama le brindara.  Así es que primero conversaba con Cortázar y después partía con Carlos Martínez Rivas al Chico´s Bar a tomar licor fuerte y barato y sin etiquetar. Cortázar  era como un niño bueno, con barba y todo grandulón. No demoraba mucho en bajar de su habitación y luego salíamos a las calles de San José a vagar por el parque de La Sabana. Le gustaba más el  aire libre que permanecer encerrado en el Lobby del hotel. Yo era un muchacho de apenas 25 años y había leído libros de Cortázar: Historias de cronopios y de famas; Todos los fuegos el fuego, 62, modelo para armar, Rayuela, La vuelta al día en ochenta mundos, Último round, Prosa del Observatorio, en ese orden y sin chistar. Fascinado por el don de observar y penetrar lo fantástico a partir – sin alejarse nunca- de la realidad. Era como entrar en una singular zona intertidal, como un viaje de hongos con María Sabina, como un Desdoblamiento Astral. Había innovado la literatura a nivel mundial aquel niño bueno grandulón. Sencillo, sin ambages, de modales pausados y al inicio un tanto parco para hablar, Cortázar era un buen observador. Se fijaba hasta en los menores detalles como si fuera un moderno Sherlock Holmes, y no decía nada de nada guardándose todo aquello para sí.  De esas observaciones surgían cosas maravillosas que él solía captar y luego aparecían en sus cuentos y narraciones. Estabas a “un lado” y al “otro lado” de la realidad gracias a su don de observación, de traducir todo aquello en una suelta ágil prosa galopante. Cortázar estaba en conversaciones con el Frente Sandinista de Liberación Nacional – aún no habían derrotado a Somoza- y en esos trances andaba cuando llegó a Costa Rica, pero siempre tenía tiempo de conversar. Hablaba poco de sí y más bien gustaba oír lo que contábamos de nosotros mismos  porque siempre  preguntaba sobre nuestros gustos y predilecciones, de cómo era la vida de nosotros, jóvenes veinteañeros metidos en esos ambages literarios.  Antes de partir dejó su dirección y los del Grupo Oruga le enviábamos libros de jóvenes poetas y él enviaba revistas en francés. Después supe poco –nada- de él –aunque leía sus libros a salto de mata en la media noche peligrosa y ligera como una navaja, en el laberinto turbulento de la guerra.

Te saludo siempre con un brindis viejo niño grandulón!

Mario Castrillo

San Salvador

El Salvador

marzo 10  2015

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