Cinema Paradiso

Álvaro Darío Lara

Escritor y poeta

 

Una de las cintas cinematográficas más hermosas que registra mi memoria, es «Cinema Paradiso», producción italiana, dirigida por Giuseppe Tornatore, estrenada en 1988, y que obtuvo, en 1989, entre otros valiosísimos galardones, el Gran Premio en el Festival de Cannes, y el Óscar a la mejor película extranjera.
La película es un sentido homenaje a la niñez, a la amistad, a la vocación, y a la devoción por el séptimo arte. Contarla, sería una reprochable acción que no me perdonaría. Hay que verla, y si se puede conseguir la versión original de 155 minutos, ¡maravilloso!; o aún más, el montaje del director de 173 minutos ¡Una experiencia para verdaderos cinéfilos!
Cinema Paradiso traslada la misteriosa magia que el cine como ritual, tuvo, en una época ya irrecuperable. Es la experiencia del cine de pueblo, del cine comunitario, del cine con la parvada de amigos –verdaderos pillos- con los cuales nos delectábamos hace no menos de cuatro décadas.
En el país, muchos cines eran estatales. El Salvador, conoció lo que se denominó «Circuito de Teatros Nacionales», con sus inconfundibles «tickets» de colores violetas, naranjas o celestes, como se me dibujan en la memoria.
Para los niños, había matiné los domingos: dobles de Walt Disney o películas mexicanas apropiadas a las mentes infantiles. Para los jovencitos, (mayores de 12 y 15 años) los largometrajes de «miedo», aventuras de vaqueros, luchadores o comedias; y ya para los de 18, 21 y hasta 25 años (donde «se exigía cédula») las «de argumento», las de violencia, o las «pícaras» (pornográficas norteamericanas o europeas). En estas últimas, se incluían algunas que no eran para nada obscenas, más bien, delicadamente eróticas. El problema es que la cavernícola censura del Ministerio del Interior de entonces, juzgaba como impúdica cualquier discreta intención de mostrar artísticamente el cuerpo humano.
La pornografía, así, en la gran pantalla, desapareció de entre nosotros; como también aquella que circulaba de mano en mano en las aulas escolares. La famosa revista «Playboy», y algunas réplicas aztecas que eran la sensación de chicos y grandes. Actualmente es el computador o el sacrosanto smartphone el que ha reemplazado y mejorado esta bendita afición, ahora practicada más en solitario.
Las salas cinematográficas eran una verdadera delicia para pasarla bien, ya que «el respetable» siempre hacía gala de la más terrible gritería soez que yo recuerde, ante una fuerte conversación o incontenible risa; con motivo del ingreso tardío de alguien; frente a un sonoro estornudo o ventosidad; en medio de un «corte» de la censura; o en los momentos cruciales del film, ejemplo: el preámbulo de una lúbrica posesión o el instante en que el villano atacaba por la espalda al héroe.
Esa magia se perdió. Se fue entre el humo de los cigarrillos que ahí fumábamos. Acaso habrá un par de esos templos libérrimos del ayer, que siguen abiertos. La absoluta mayoría de los «nacionales» sucumbieron al «progreso», que nos trajo la cruel y totalizadora privatización del cine, por parte de las cadenas internacionales. ¡Réquiem entonces, por Cinema Paradiso!

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