CAMINANTES SOMOS

Josefina Pineda de Márquez

 

La sonrisa no es real

Vinieron las palabras que más quiero

se activó el manantial

de aquel amor primero

y falló otra vez mi amado pasajero.

 

Nada en común tenemos

debí decir con suave y dulce acento,

si lo que más queremos

sabe Dios que lo siento

es darle sitio de honor al sentimiento.

 

Pero no echar por la borda

todo este legado de acciones de pureza,

esta entrega que absorta

hice con extrañeza

de un amor que brotó con gran belleza.

 

Si, mi amor, caminante,

es para ti y todo el que se cruza en el camino

es saber que adelante

aparecerá el destino

con flores ya ganadas en mi sino.

 

Me importan tus tristezas

quiero darte mis flores amarillas

con tiernas sutilezas

darte mis maravillas

de un azul cielo donde sabrás que brillas

 

Todo es paz si tú quieres

en dulce comunión con la presencia,

es sentirte que eres

la purísima esencia

del verdadero amor de mi existencia

 

Cuando apenas te encuentro

Vuelve la plenitud que tú no viste,

Pero yo ya estoy dentro

de una luz que sí existe

Y que solo deja ver quizás un rostro triste.

 

Ya lo ves, soy feliz,

llegar a un punto sabiéndonos amados

Y aquel dulce mentís

No, mi bien: sueños dorados

en perfecta comunión con lo sagrado

 

Nada en común tenemos

eso debe placerme y sin embargo

al azar creo que tememos

porque el camino se hace largo

Y hay una llama que con vergüenza guardo.

 

 

Lira es un tipo de estrofa de cinco versos de la métrica española e italiana, compuesta de tres versos heptasílabos (siete sílabas) y dos endecasílabos (once sílabas) con la disposición 7a, 11B, 7a, 7b, 11B.

Fue introducida en la literatura italiana por el poeta Bernardo Tasso, en sus Amori (1534), como ya señaló Hayward Keniston (Garcilaso, p. 334) y repitió Dámaso Alonso en su Poesía española:

“O pastori felici

che d’un piciol poder lieti e contenti,

havete i cieli amici;

e lungi da le genti

non temete di mar’ira o di venti” 

(“Loda de la vita pastorale”, Rime, 1560)

En la lírica española fue introducida por su amigo, el poeta toledano Garcilaso de la Vega, en su “Oda a la flor de Gnido”, que compuso cuando se hallaba en Nápoles entre 1532 y 1536. Esta forma estrófica tomará el nombre del término lira que aparece en el primer verso del poema:

“Si de mi baja lira

tanto pudiese el son que en un momento

aplacase la ira

del animoso viento

y la furia del mar y el movimiento…”

Esta estrofa, que Garcilaso usó solamente una vez, será empleada repetidamente por Fray Luis de León para sus odas horacianas, si bien éste ensayó también distintas combinaciones breves de heptasílabos y endecasílabos que llamaba también liras; San Juan de la Cruz, que fue discípulo suyo en Salamanca, llevó esta estrofa a su perfección; después su uso será constante, aunque no es una de las estrofas más utilizadas: el poeta toledano Juan Antonio Villacañas, ya en el siglo XX, renovó la lira y la dotó de un nuevo y sorprendente contenido. Sus liras se conocen con el nombre de liras juanantonianas.

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