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Búsquedas e imaginarios

Federico A. Paredes Umaña

Doctor en Arqueología

Director del Proyecto Arqueológico Cabezas de Jaguar

 

Esta semana regresé al occidente de El Salvador a buscar historias sobre la tradición Cabezas de Jaguar. Cada monumento provoca una historia, purchase y de eso trata la columna de hoy.

Douglas Vega resguarda la Cabeza de Jaguar número 4. Cuenta que hace unos 75 años la piedra fue encontrada en Izalco, en el cantón Teshcal, en las faldas del volcán, en unos terrenos pedregosos que la vegetación ha reconquistado. En una fecha no conocida, la piedra fue llevada a Santa Ana, pero Vega relata cómo ese monumento regresó a Izalco en el año 2001, para cumplir con el deseo de su primera custodia, una mujer que en su edad avanzada pidió a sus familiares que la pieza volviera. Vega cumplió colocándola en el patio central de su casa centenaria, con techo alto de tejas y corredores. Al centro del patio había un palo de mango. “Este será un buen lugar para la piedra”, pensó. Allá por el año 2004, durante una tormenta, un rayo se estrelló contra el árbol. Vega no estaba ese día, pero sí unos trabajadores de su finca que decidieron mover la piedra para otro lugar, envuelta en plástico. Vega regresó de su viaje y, al abrir las altas puertas de madera de la casona, logró ver el palo de mango, chamuscado y maltrecho; extrañado se acercó a revisar qué había ocurrido: El troquel alrededor del árbol se había reventado por el impacto del rayo, el tronco estaba quemado en el centro, pero el árbol no murió y con el tiempo, nuevas ramas le brotaron. Vega remendó el troquel y regresó la cabeza de piedra debajo del mango. Uno o dos años después el árbol recibió otro impacto, otro rayo, y esta vez perdió una buena parte de su ramaje, pero no murió, y sus ramas rebrotaron. Los trabajadores, incómodos, querían guardar de nuevo la piedra y Vega les advirtió que no quería que la movieran, pero ellos le dijeron que la piedra atraía rayos y que era mejor quitarla del patio. Vega pensó que dos rayos en el miso árbol ya eran bastante, así que movió la piedra para el corredor. Ahí la tenía, en una base de madera, cuando recibió en la casa a un grupo de indígenas del altiplano de Guatemala, que habían sido invitados por una organización indígena de Izalco para conmemorar la matanza de 1932. En el pasillo estaban cuando uno de los invitados le dijo que esa cabeza, “sí, esa que tiene ahí, que parece cabeza de hormiga”, es una piedra de fecundidad, que sirve para fertilizar la tierra. Vega le comentó entonces sobre los rayos y el visitante se sonrió… le dijo que no se extrañara, que la tierra se fecunda con rayos, y que esa piedra los llama.

En Atiquizaya existió un hombre que mandó a pintar sus historias, sus cuentos. Allí, en esa casa frente al parque, vi las pinturas. Cada una un sueño onírico. Don Chepe le llamaban y un día me mostró entre las vitrinas de su casa una pequeña piedra tallada que bautizamos como la Cabeza de Jaguar número 48. Me contó que la encontraron en la hacienda Cinco Puertas, del cantón Zunca, hacía ya muchos años y que en esa zona abundan las figurillas de sapos y hongos de piedra. La Cabeza de Jaguar número 48 es la más pequeña que he visto: tiene unos 35 cm de altura, lleva una nariz protuberante rizada y una cresta rizada también. Hace cinco años la vi por vez primera y su imagen se quedó en mi retina. Don Chepe me muestra los cuadros que ilustran sus cuentos, pero él no los pinta, los encarga. Me para frente a una imagen, son las cascadas de Atiquizaya, y de entre las aguas que se mueven surgen personajes del cuento. Así me lleva de cuadro en cuadro, de cuento en cuento, hasta que salimos al patio, donde el tema cambia. Ahora son murales de azulejos con la figura de un jaguar descendiendo de un árbol; figuras de cerámica; pinturas de Chac, el dios de la lluvia en las paredes; y, coronando la escena, reproducciones del monumento 48 de la tradición Cabezas de Jaguar en la parte superior del muro. Le pido a Don Chepe que pose para la foto y zas, queda el momento guardado. Esta semana regresé a visitarlo para regalarle un grabado que hice, inspirado en el monumento 48. Lo titulé “Atiquizaya a color”. Pero don Chepe ya no estaba en la casa frente al parque; me lo contó su hija, fue una muerte repentina.

Historias de hallazgos, de transferencias, de conexión y desconexión. Por ahora conocemos 56 monumentos de la tradición Cabeza de Jaguar, y cada piedra tiene una, dos o tres historias que merecen ser contadas. Si, somos ricos en tradición oral, nuestra versión del códice mesoamericano se transmite de boca en boca, y esa tradición, conectada a la piedra antigua tiene un significado hermoso.

¿Que sigue? La mayor parte de estos monumentos se encuentra actualmente en colecciones particulares. Muchos de sus custodios las tienen en alta estima, como el Sr. Vega y don Chepe. Pero ¿qué ocurre cuando sus custodios mueren? ¿Adónde van a parar las cabezas de jaguar? ¿Qué debe hacer el Estado para resguardarlas? ¿Qué debemos hacer como sociedad para resguardarlas? Las respuestas a estas preguntas debemos darlas juntos.

Gracias por escribirme a [email protected]

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