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Bitácora elemental para diseñar una política cultural

Jaime Calderón
Director del Centro de Investigación Cultural y Artística Razamaya

El valor de nuestra auténtica cultura ha estado en manos de un esquema  de mando inhumano, prostate lo que el pueblo conoce, es lo que se apega a la parte más oscura de la historia, la real la han mantenido escondida en sótanos y sotanas, bajo tierra o simplemente inerte para que nunca se sepa la verdad de nuestro origen.

En la actualidad, las comunicaciones se han incrementado en cantidad de medios, pero no en calidad de mensajes, con el agravante que más de 3 millones de compatriotas, por razones económicas y políticas viven en el exterior, eso ha traído la adopción de costumbres y tradiciones impropias, permitidas por el estado salvadoreño sin ninguna valoración de contenidos, proceso muy corto que en menos de una década ha deformado la identidad cultural, alienado a nuestra niñez y adolescencia y enturbiado el futuro de nuestra sociedad, la sola proliferación de medios de comunicación ha servido para reafirmar lo que los emigrantes y sus familias adoptan. Hoy la población sabe más de Estados Unidos y Europa que de El Salvador, porque los medios de comunicación al servicio de la transculturación se encargan de difundir y promover lo foráneo, aunque ello no sea culturalmente beneficioso para nuestra cultura, afectando con ello al público con un bajo perfil escolar y una mediocre educación en el hogar que constituye más del 70% de la población, quienes viven, disfrutan, adoptan y replican todo lo que los medios de comunicación le imponen.

Históricamente el elemento cultural siempre ha estado ligado a los factores de producción que han construido grandes e importantes períodos de la economía. Cada fase ha dejado tradiciones y costumbres que se han quedado en la identidad cultural sin análisis ni valoración científica, haciendo que la economía diseñe una cultura de clases que ha facilitado grandes conflictos sociales, forzando a que la historia y la cultura nacional estén estrechamente vinculadas a esa lucha de clases.

Por décadas el factor que ha sostenido la economía nacional ha sido la agricultura en varias de sus facetas, la añilera, algodonera, cafetalera y cañera, sucedida de la industria en baja escala, el sector financiero y de seguros con alto perfil de usura, carente de control y regulaciones estatales, las grandes empresas mediáticas, el comercio formal y otros.

El poder adquisitivo de la población mayormente pobre ha sido y es muy bajo, hasta paupérrimo, ya que gran parte de esta, que constituye la clase baja, casi el 30% vive en extrema pobreza careciendo de un trabajo y salario, sobreviviendo de ayudas de parientes y personas solidarias, luego en la misma clase baja se cuenta con un 40% que devenga un salario mínimo que en raros casos excede los 300 dólares mensuales, la mayor parte de este porcentaje sobrevive del comercio informal, con la venta callejera  que le permita sobrevivir con su numeroso grupo familiar con al menos cinco dólares al día.

Un 20% que sería como la clase media, baja y media que devenga un salario de entre 300 a un poco más de 700 dólares; luego viene un 7% que constituye la clase media alta, sustentada por un grupo de selectos profesionales, pequeños,  microempresarios y transportistas, cuyo salario oscila entre los 1000 y los 2000 dólares mensuales.

Y al final contamos con un 3% que constituye la clase alta adinerada, constituida por grandes y medianos empresarios, industriales, banqueros, aseguradores, todos propietarios o miembros de consorcios y muchos de ellos cercanos o parte del poder económico, social y político del país, grupo minoritario que concentra la mayor riqueza y que por ser una clase añejada en “sus mejores tiempos” de tenencia de la tierra, caficultura privilegiada para las exportaciones, sucesión de gobiernos militares que generaron las dictaduras, explotación laboral indiscriminada y legalmente establecida, privilegios en los rubros aduanales para los productos de importación, exención de impuestos para las importaciones, carencia de controles y regulaciones para los costos por productos de primera necesidad y de necesidad generada, no regulaciones ni controles para las grandes empresas de todo tipo, incluyendo la gran empresa mediática, cesión de altos cargos en los gobiernos dictatoriales a personas sin idoneidad, moralidad y honestidad notoria y probada, malversación de fondos públicos, donaciones y otros desde el gobierno, manipulación de leyes desde los tres órganos del estado desde principios del siglo XIX hasta el 2009, imposición de leyes tributarias en detrimento de la población económicamente insolvente, persecución, represión, secuestro, tortura, exilio forzoso o asesinato de miles de opositores a los regímenes dictatoriales de los últimos 60 años del siglo XIX y primera década del siglo XX.

Es de hacer notar que del 70% que constituye la clase baja, se conforma el grueso de emigrantes que ya colocados en un trabajo en el exterior, hacen llegar al país una remesa que generalmente no esta orientada al desarrollo sino que al simple consumo familiar, esta remesa familiar ha sido el factor que sostiene la economía nacional, dándole más poder al sector financiero y asegurador, ya que el sector agropecuario fue abandonado por el estado, la industria nacional es pequeña y con poca capacidad para competir con la industria transnacional que se instaló en formato de maquilas para explotar  a las obreras y obreros, pagándoles bajos salarios y sin garantizarles las prestaciones de ley a que tienen derecho.

Lo espiritual ha sido atendida por la iglesia, la que por su naturaleza, ha enseñado y reprimido a los fieles creyentes para que no protesten ni denuncien las injusticias sociales que se dan en contra de la población, domesticándole a fuerza de la “palabra de Dios” a callar, soportar, sufrir, esperar beneficios de las sobras del sector pudiente, y tener fe conformándose con que en el cielo obtendrá lo que la clase alta le niega en la tierra, le enseña además a no tener solidaridad con los grupos religiosos de otras denominaciones y hasta a no participar en las decisiones cívicas de trascendencia social, es decir, lo aísla y lo confronta, lo adormece y lo conforma, lo divide, lo discrimina y hasta lo obliga a votar por sus verdugos históricos.

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