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Aceptas por esposa a…

Carlos Burgos

Fundador

Televisión educativa

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–¡Son fregados los muchachos! – decía don Hernán, medical un maestro que trabajaba como técnico en una empresa educativa estatal, allá por la década de los años sesenta.

En las reuniones de trabajo discutía con entusiasmo al principio, pero después se quedaba dormido. Al finalizar tal actividad, los asistentes se retiraban en puntillas para no interrumpirlo. Cuando sonaba el timbre que indicaba el receso de mediodía, despertaba y se sorprendía al no ver a nadie en la mesa de reuniones. Con cierto conformismo decía: son tremendos los compañeros.

Cuando se encontraba con ellos en los recesos, conversaban sobre las novedades de la reunión y le hacían referencia a los puntos esenciales en que no participó. Pero él les aclaraba: yo tengo un librito donde están esas teorías, se los voy a traer para que se ilustren. Pasaron los días y no se los trajo.

–¿Qué pasó, Hernán, con el librito que nos ofreciste?

–Ah, en la casa lo tengo, mañana se los traeré.

Y nunca se los trajo, pero al verlos, antes que le preguntaran les decía: mañana verán el librito.

En el centro de la ciudad abordaba el bus que lo llevaba al instituto nocturno, situado cerca de la Universidad, donde impartía clases, pero en el trayecto se dormía y cuando pasaba por el lugar donde debía bajarse, no lo hacía y el bus continuaba su recorrido, y don Hernán se bajaba en la terminal del extremo Norte, en Zacamil. Aquí abordaba otro bus que lo llevaría al instituto aunque sea tarde, pero se volvía a dormir y se bajaba en el extremo Sur, en San Jacinto. En esto se pasaban las horas de sus clases.

–Debes salir de tu casa unas cinco horas antes – le decía don Chalo, director del instituto – para que después de abordar unos diez buses se te haya quitado el sueño.

No aceptó el consejo de don Chalo y decidió tomar pastillas contra el sueño que lo invadía por las tardes. Una no le hacía efecto, entonces bebía dos o tres, y así lograba llegar temprano a sus clases. Pero el efecto antisomnífero se prolongaba toda la noche y hasta en la madrugada podía pegar los ojos unas pocas horas. De esta manera se presentaba a su trabajo a media mañana, por esto le descontaban tres horas diarias.

Su salud llegó a quebrantarse y se recuperó cuando volvió a ser dormilón de día. Luego pedía de favor a un pasajero que le avisara cuando el bus llegara a la parada del instituto. De este modo resolvió su problema, salvo cuando al pasajero se le olvidaba avisarle.

Don Hernán recordaba con tristeza cuando lo dejó el avión que lo llevaría gratuitamente a las Olimpiadas de Los Ángeles, por haberse dormido en la sala de espera. Pero le agradaba contar que en un accidente automovilístico, todos los pasajeros resultaron golpeados excepto él, pues finalizó ileso en una quebrada, iba dormido y rodó como pelota.

Esto tiene sus ventajas, explicaba a sus amigos, no me molestan las parrandas de los vecinos, ni los gatos en los tejados, ni los cohetes de Año Nuevo, pues no los escucho. Pero sí me duermen los discursos de los políticos, los consejos de mi suegra y los regaños de mi mujer.

Se sabe que cuando tiene insomnio, que es muy raro, provoca una discusión instantánea con su suegra y su mujer, quienes lo sermonean, aconsejan y regañan, logrando resultados efectivos, pues pronto se queda profundamente dormido y ellas siguen hablando.

Casi no recuerda los detalles del día en que contrajo matrimonio, porque dormitaba en la larga y solemne ceremonia. Cuando el sacerdote le preguntó: Hernán, ¿aceptas por esposa a María Luisa?, esta, al ver que dormitaba se apresuró a decir ¡Sííí…!

Hoy, don Hernán confirma a sus amigos que si hubiera estado despierto habría dicho: Quizás, tal vez, mejor le contestaré otro día. Y provoca las carcajadas de sus amigos, quienes se retiran en puntillas porque ya se está durmiendo.

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