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A medida que pasa el tiempo

Álvaro Darío Lara

Escritor y poeta

Una tarde lluviosa –como en las novelas y clásicas cintas- el genial arreglista vocal y musical, cialis Ray Conniff (1916-2002,) me llevó a un viaje, sin lugar a dudas, a través de los años, hasta mi casa de niñez y juventud, en la trece calle oriente de San Salvador, sólo existente ya, como una lámina perdida en el recuerdo, de una época feliz.

Y allí está la vieja radiola en la amplia sala de grandes ventanales hacia la  calle; e interiores hacia el patio, lleno de geranios, begonias, colas de ardilla, crotos, velos de novia y jaulas donde cantaban los feos, pero maravillosos cenzontles.

Es un domingo, y de aquella caja rectangular de madera, con sus puntiagudas patas, emerge la canción que da título a esta sabatina columna: “As Time Goes By” (“A medida que pasa el tiempo”) esa nostálgica melodía que las manos de Dooley Wilson interpretan en la famosísima escena de la película “Casablanca” (1942), frente a un intenso Rick Blaine (Humphrey Bogart), que apura una copa del más terrible licor, el de las contradicciones íntimas, ya que una mujer se agita –confusamente-  en su pensamiento, la bella Ilsa Lund(Ingrid Bergman).

Mi padre lee el periódico dominical, iniciando por las caricaturas, que una vez terminadas, pasan alegremente a mis manos. Mamá prepara el desayuno: los huevos, los frijolitos, la leche; quizás calienta algunos tamales sobrevivientes del sábado; y eso sí, abre la lata de sardinas madrigal – picantes- que tanto gustan a papá. Seguramente mi hermano mayor duerme hasta tarde. Yo juego con los perros, desesperándolos y haciéndolos ladrar, mientras papá me calla reiteradamente.

Se escucha ahora “El amor es una cosa esplendorosa”, la dulce pieza musical que nos regala la aguja de diamante sobre el negro y durísimo acetato, seguida de “Marea Baja” (el inmortal tema de Radio El Mundo). Son muchas las melodías, en ese elepé de treinta y tres revoluciones por minuto. Muchas para la época. Doce canciones, que se distribuyen en ambos lados del disco. Suena también el Ray Conniff latinoamericano: “Aquellos ojos verdes”, “El día que me quieras” y “Bésame mucho”.

Desayunamos. Se habla de la cotidianidad de la semana, de los problemas del gobierno, de la economía. Los adultos beben el café; yo, la leche, con “café listo”. Papá termina los periódicos, y me pregunta qué haré por la mañana. Yo afirmo que iré al cine. Papá repregunta, qué veré y en dónde. Me ayuda a escoger. Las opciones son cercanas: el cine Fausto, esquina opuesta al mercado San Miguelito o el cine Majestic, sobre la avenida España. Tengo doce años, y voy solo o con mis amigos. Papá me entrega cinco colones, una fortuna.  Comprado el boleto, tengo para la gaseosa, las palomitas, los chicles, los chocolates, y aún me sobra.

Ray Conniff, continúa con “Begin the Beguine”, “Yesterday” y “Only you”. Me visto rápidamente. Abro una de las dos gigantescas puertas principales que dan a la calle. Papá voltea el disco. Vuelve a sonar “A medida que pasa el tiempo”.

Ha dejado de llover en este junio de 2015. Y ahora el compacto se ha detenido. Pero yo aún sigo ahí, en la vieja casa de la trece calle oriente, camino al cine dominical.

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