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40 horas de amor en el Valle de las Hamacas

Alicia Herrera Rebollo

Sobreviviente

Valle de las Hamacas, order así es conocido nuestro El Salvador, drugstore porque definitivamente los movimientos telúricos (imperceptibles y otros muy perceptibles) no son ajenos a nosotros. Algunos de esos terremotos “famosos” ocurridos en nuestro país, como el del 3 de mayo del 65, 10 de octubre del 86 y los dos del 2001, han dejado muchos daños materiales, muchas muertes y temor en la población. Sin embargo, por la misericordia de Dios ha habido innumerables sobrevivientes.  Entre esas vidas, está la de quien escribe.  Dentro del vientre de mi madre Conchita,  viví el del 3 de mayo, y a consecuencia del stress producido, ella se enfermó pasando 3 meses hospitalizada y a punto de perderme, los médicos pedían que fuera abortada pues su vida corría peligro, pero después de una oración elevada por mi padre Carlos a favor de su esposa e hija,  milagrosamente fue dada de alta, salvándome la vida.  El otro terremoto que sobreviví, fue cuando estaba por cumplir 21 años, es del cual quiero compartir lo vivido unos momentos antes, durante y después de aquel viernes 10 de octubre de 1986, en el que con certeza puedo decir que fueron unas horas de amor. ¡40 horas de amor en el Valle de las Hamacas!

Un día casi como cualquiera

Han pasado 29 años, y año con año recuerdo ese día, como si fuera ayer. Tenía 5 meses de estar trabajando en la Dirección de Cooperación Técnica Internacional, específicamente en el Departamento de Capacitación de Recursos Humanos, en el Ministerio de Planificación conocido como MIPLAN, que se ubicaba atrás de la Casa Presidencial y frente al Parque Venustiano Carranza, hoy llamado Juan José Cañas, en el Barrio San Jacinto. Mi oficina estaba en el segundo piso del edificio de 5 plantas. Ese día no tenía clases en la UES, así es que salí de la casa junto a mi madre hacia  mi oficina. Eran apenas las 7:30 am cuando al bajarme del microbús de mi mamá, me dijo: “Que Dios te bendiga hija”. Vi hacia el cielo, me llamó la atención, pues había un resplandor diferente, el sol brillaba de una manera especial y las nubes estaban como bolas de algodón bien unidas, como nunca antes en mi memoria, respondiéndole: “Gracias mami, igualmente, Dios la bendiga”. Realmente, otras veces me había ido con ella, pero no recuerdo que me haya dicho esas palabras. Llegué a la oficina, cantando, contenta por la plática que había tenido con unas compañeras de trabajo, el día anterior.  En el transcurso de la mañana, la mayoría de compañeros y compañeras fueron saliendo a hacer sus visitas de campo a varios proyectos que se veían en la Dirección. Junto a la Sra. de Ávila (esposa de un militar) y otro compañero nos quedamos atendiendo al público. También estaban las secretarias y una jefa de los otros departamentos de la Dirección. Como a eso de las 11:00 am llegó un vecino de mi colonia a pedir información de becas, no recuerdo su nombre, pero sí su apodo: “El Pollito”. Un compañero lo atendió, de vez en cuando cruzábamos palabras recordando cosas de la colonia. Con la Señora de Ávila, que era la nueva secretaria, habíamos quedado de ir a Goldtree Liebes a comprar telas, durante la hora de almuerzo. Me levanté, para darle unos papeles de unas becas y después irme al baño, ella me dijo: “Espéreme, espéreme… le tengo algo” agachándose hacia la gaveta de su escritorio.

Llegó el caos… la incertidumbre reinó, dando paso a la vida.

Estaba de pie, frente a su escritorio cuando a las 11:50 am comenzó a temblar. Creí que solo era un temblorcito, pero en fracción de segundos, alce mi mirada hacia el final del pasillo y observé que “El pollito” se estaba tirando,  casi volando hacia mi escritorio, vi hacia el techo,  y todo estaba cayendo. En esos momentos pensé: “Dios, ¿Por qué?, pero luego pensé: Señor ¿Para qué? Eran las 11:51 de la mañana, el silencio y la oscuridad cubrió el lugar.

Cuando volví en mí, no sé cuánto tiempo después, el silencio estaba siendo interrumpido por gritos y llantos.  La angustia se palpaba, mi corazón a pesar de la condición, se sentía tranquilo. Mi reacción fue pedirles calma y que guardaran silencio. Comencé a compartirles acerca de Jesús y la salvación que Él da. Me angustiaba pensar que íbamos a morir, que muchos de ellos morirían sin Cristo y que yo no había compartido  directamente un llamado a seguir a Cristo, salvo el día anterior. En mi mente había un arrepentimiento genuino por no haber hablado de Él,  le pedía perdón y que me diera la oportunidad de que mis compañeros y compañeras me escucharan y creyeran en Él. Los gritos y llantos iban cesando, solo pocas personas nos quedamos hablando. No sé si estaban muriendo o si estaban prestando atención. No podía verles, pues los escombros nos separaban.  Vilma Dawson, una de las secretarias, me preguntaba si estaba bien.  Ella se encontraba junto a otra secretaria, Silvia, ambas se habían desplazado, creo que gateando, quizás buscando por donde salir, las sentía más cerca.  Yo no podía moverme, solo mis brazos, me encontraba como en posición fetal, acostada sobre mi hombro izquierdo.  Alrededor de mí, había como hierro o paredes, mis pies los tenía atrapados, uno hacia arriba y el otro cerca del suelo, bajo algún hierro.  Al nivel de mi cintura del lado derecho, tenía atravesado un hierro, no dentro de mí, sino atrás, ese me detenía para poder doblarme hacia la derecha. Parecía como si me encontraba en una tumba. En esos momentos, le decía a Dios: “Señor llévame”, y es que sabía que si moría, iba al cielo para estar con él,  pensaba que por fin volvería a ver el rostro de mi papá y el rostro de Jesús, y que ambos estarían recibiéndome. Creo que ese “Señor llévame” lo oyó Vilma, porque me dijo que no pensara en eso, que pronto nos sacarían. Me comencé acordar de mis hermanas, mi hermano, mi mami y mi abuelita Mina.  Por un momento creí que mi mamá, quien recientemente había sido trasladada del Ministerio de Salud hacia MIPLAN, y estaba en el edificio de enfrente, se encontraba  muerta o igual que yo.  Hablaba con Dios, diciéndole que me diera una oportunidad para vivir. Vinieron a mí, las palabras de Jesús antes de morir: “Padre, si quieres pasa de mi esta copa, mas no se haga mi voluntad sino la tuya”. Le dije que si salía viva, le serviría toda mi vida de la manera que Él quisiera.  La paz de Dios inundó más mi corazón, aquel resplandor que vi tempranito, lo volví a ver cuándo cerraba mis ojos. De repente, comenzamos a oír más voces, al parecer eran de los que estaban en el tercer piso.  Eso me alegró, pues significaba que había más personas vivas.  También se oían voces de gente afuera, queriendo ayudar, preguntaban por nuestros nombres.  Vilma me pidió que orara para que nos sacaran pronto.  En ese momento descubrí que en mi cabeza había una herida, el cuero cabelludo se había desprendido en la parte de arriba de la misma, y que en la espalda tenía otra. Inspeccionando con mis manos, descubrí como una especie de canaleta cerca de mi cabeza, sentí mojado; seguí inspeccionando, notando que era sangre de mi cabeza que bajaba por mi cabello. Rompí la ropa para ponerme en la herida, también desabroché mi sostén para que no me faltara aire. Me angustié, me asusté, pero había esperanza, fe y alabanza a Dios. ¡Sí!, empecé a cantarle a Dios, con el Salmo 145 y una alabanza llamada “Jesús es tu amigo”.  Tenía un año de ser cristiana, y un mes antes del terremoto, en una vigilia había orado para reconciliarme con Dios.  Margarita de Orellana me dijo en esa ocasión, que Dios me formaría en paciencia. ¡Y vaya que si lo estaba haciendo! Fueron tantas vivencias y pensamientos que vinieron a mi mente en esos momentos.  Oraba por mi hermano Carlos, por mis hermanas Maritza y Susy, quienes no conocían aún del Señor, por Ana Celina y mi abuelita Mina, que ya eran cristiana.  Vilma y Silvia comenzaron a quejarse de frío, me toqué la piel, pero yo estaba calientita, sentí que era Dios quien me estaba abrazando. El rescate había llegado, no sé cuánto tiempo había pasado, pero oí que rescataron al Pollito, al vice ministro de Planificación, quien había pedido que le amputaran la pierna, pues no aguantaba el dolor, y a otros.  Mi hermana Ana Celina y Carlos llegaron al lugar el viernes por la tarde, lloraron abrazándose porque pensaron que estaba muerta. Nadie podía sobrevivir ante lo que estaban viendo.  Mi tío Meme, llegó el sábado 11 en la mañanita, oyó que yo estaba viva, saliendo emocionado a la casa para dar la noticia a mi mami y hermanos. Cuando entró, gritaba: “Alicia está viva”, y el perro de la casa lo mordió por el susto, seguramente. Maritza que no sabía que pasaba conmigo, pues no le habían querido decir, ya que tenía a mi sobrino Vicente de apenas dos meses de nacido, lloró de emoción al saber que había pasado y que estaba viva.

Recuerdo que llegó el Ing. René Cuenca, de PROCONSA, y me dijo: “hija, yo soy amigo de tu tío, fui amigo de tu papá y tu mamá, no te preocupes que te vamos a sacar”.  Él puso a disposición todo su equipo para rescatar a alguien conocido de él, pero cuando supo que yo estaba allí, también lo usó para ayudarme y ayudar a otras personas.  Las horas pasaron, se oían las voces, el ruido de las herramientas, los soldados del Cuartel el Zapote y los Topos de México llegaron para ayudar, por fin las dos secretarias fueron rescatadas a las 25 horas. Me quedé sola, sentí mucho temor, grité: ¡Sáquenme por favor! Sin embargo, en todo ese tiempo, a pesar de las heridas, no sentía dolor, ni hambre, ni nada. Mi madre cuenta, que cuando salió del edificio en el que estaba, cruzó la calle y al estar en el parque, vio que mi edificio había desaparecido, se hincó pidiendo a Dios que me tuviera en su seno,  llorando por mi supuesta muerte.  Vio hacia arriba del edificio, por donde estaban los baños y manifiesta que vio una especie de hilo plateado que bajaba hacia ella, al llegar cerca, sintió que alguien tocó su hombro diciéndole: “Tu hija está viva, vete a casa”, volvió a ver hacia ambos lados, pero no había nadie. Comenzó a orar, a pedirle que yo no sintiera nada de dolor, ni hambre, ni que defecara, ni orinara, ni tuviera frío. Dios la escuchó.

El rescate se tornó difícil, tuvieron que pedir autorización al Presidente Duarte, al Ministro de Planificación, Dr. Fidel Chávez Mena y al Ministro de Salud, Dr. Benjamín Valdez, para usar descargas de dinamita. Los soldados y especialistas del Cuartel el Zapote estaban a cargo de esa operación, mi tío Miguel Ángel Herrera Rebollo, el hermano de mi papá, que era cristiano y mi hermana Ana Celina, oraron antes. Fueron siete descargas de dinamita, que por cierto,  no sentí, para poder abrir el hoyo por el cual me sacaron. Después de cada descarga, mi hermana Ana Celina, mi primo Edgar y mi hermano Carlos llegaban a preguntarme como estaba. Carlos creía que me estaba volviendo loca, porque le hablaba de las becas y las clases de inglés.  También el Ingeniero Duarte, llegó hablar conmigo asegurándome que pronto me sacarían. Durante el rescate, me quemaron las piernas y la cadera con antorchas de acetileno que usaron para deshacer el hierro, el dolor horrible.  Mi primo Edgar me contó después, que  desde el principio mi primo Oscar Armando, se iba arriba de un lugar entre los escombros, y decía: “¡Aquí está la Alicia, aquí está!”, pero nadie le hacía caso.  Al final, ese fue el lugar donde abrieron el hoyo para comunicarse conmigo y después por el que a las 40 horas, el domingo en la madrugada, fui rescatada. Antes de sacarme, vieron que no podían, porque mi pie izquierdo estaba enterrado, y de nuevo las herramientas fueron puestas a trabajar para liberarlo.  Me pusieron lazos alrededor y por debajo de mis brazos, para subirme como dos metros, iba desnuda y me lanzaron una sábana blanca. En ese momento al ver hacia arriba, perdí el conocimiento, mi presión arterial llegó a 0/0, prácticamente morí por unos minutos. Volví en mí, adentro de la ambulancia de la Cruz Roja, los paramédicos y el Dr. Cartagena que iban conmigo, me contaron lo que había pasado.

Ese día 12 de octubre, cerca de las 3:00 de la madrugada, ¡Yo volví a la vida! 

Durante el rescate participaron también gente de la Cruz Verde uniforme amarillo bajo la dirección de la Dra. Alma Guirola, Bomberos de Guatemala, el Mayor Angulo, el Sargento Portillo, el Dr. Jaime Mejía Batle, socorristas como Rolando Martínez que no descansaron hasta rescatarme.  Después supe que murieron 11 personas de MIPLAN durante el terremoto, entre ellas la Sra. de Ávila, otra  secretaria y una Licenciada, cuyo nombre y apellido no recuerdo, que era de jefa de uno de los Departamentos de la Dirección.  También, en el  hospital murió por gangrena, “El Pollito”. Sus muertes me dolieron profundamente, pero me sentí más comprometida con Dios y con la vida, pues yo seguía viva. Con certeza puedo afirmar: ¡Estas fueron mis 40 horas de amor!

 

Mientras hay vida, hay esperanza…

Estuve hospitalizada una semana en el Hospital Militar, porque allí nos llevaron a los de MIPLAN. Me curaron las heridas, el Dr. Douglas Soler fue de los primeros en atenderme. En la tarde, mi madre comenzó a revisarme desde la punta del pie hasta la última hebra del cabello y descubrió que el dedo gordo del pie estaba morado, algunos le dijeron que era por las quemadas, pero siguió insistiendo y llamó a la Dra. González, quien a su vez llamó al Dr. Herberth Santamaría,  vieron que la pierna se estaba en gangrenando, inmediatamente me hicieron una fasciotomía en ambos lados de la pantorrilla derecha. No cabe duda que fueron usados para salvar mi pierna, mi vida.  A los días notaron que toda yo estaba inflamada, otros médicos hicieron algún procedimiento y buscando la vena suclavia, por error colapsaron el pulmón. Eso, más  las quemadas  de tercer grado en los pies me impedían moverme.  A pesar del dolor y mi terquedad, mi madre me inspiraba fe y alabanza a Dios. Llegaron a verme gente linda de mi Iglesia Nazaret,  como: Hno. José Cruz, hna. Lolita Leiva, Yany Peña, hna. Any de Peña, Lorena de Calderón, Moisés Humberto Mejía,  Sonia de Acuña, Patty, Carmen y  Beatriz Fuentes, Margarita de Orellana, y otros que llevaron una palabra de aliento y una canción, mi familia, en especial Elizabeth de Rebollo,  y amistades, que estuvieron pendiente de mí y oraron por mi rescate y salud.    Fue un tiempo en el que el amor de Dios me cubrió con el amor de ellos, con sus cuidados y presencia.

Por medio de amigos de mis padres, como el Dr. Abraham Rodríguez, fui trasladada al Barco-Hospital El Zapoteco, de la Fuerza Naval de México, que había llegado a prestar auxilio. Viajé en un helicóptero, en ambulancia para llegar a un Barco. ¡Se imaginan!  Toda una aventura en dos días. Pues me tocó pasar la noche en el Hospital de Sonsonate, antes de llegar a Acajutla. Me curaron las heridas de las piernas y la espalda, y cerraron la herida de la cabeza, permaneciendo una semana. El grupo de médicos y personal paramédico, me trató con tanto amor, y la última noche, llegó Susy, unos enfermeros nos llevaron cocos y nos pusimos a jugar el “Cuatro en línea”, un juego de mesa que habían improvisado con corcholatas de sodas. Al día siguiente, hasta casi que pelearon por irme a dejar casa. Recuerdo algunos nombres como: Dr. Octavio Rojas Díaz, Dr. Oscar María Tejada y el personal de enfermería: Yolanda de Mejía, Silvia Mecedo y Miguel Angel Sosa y otros que se me escapan sus nombres.

Permanecí en mi casa por unos seis días, mi madre con tanta paciencia y amor curaba mis quemadas, hasta por dos horas. Ella y  mi primo Carlos Atilio, quien es  médico, empezaron a limpiar una quemada en la cadera, que yo no sentía, pues estaba necrótica. Vieron que era profunda, y junto a mi hermana Ana Celina,  me llevaron al Hospital San Juan de Dios, de Santa Ana. Estuve unos 4 días, el día que me iban a operar, ocuparon la sala de operaciones en una emergencia, dejándome en espera.  Pero a los 10 minutos llamó mi mamá, diciéndonos que nos llegarían a recoger con mi primo Manuel, pues Dios proveyó  a través del Ministro de Salud,  la oportunidad de que me trasladaran al Shriners Burns Institute en Boston, Mass. Llegamos al Hospital Militar y me encontré con la Srita. Sermeño, una de las enfermeras que me había atendido, me dijo: “Usted sí que es consentida de Dios…mire a donde irá a curarse, dígame, ¿Qué hace?” A lo que respondí: “Nada, todo lo hace Dios”.

Parece que varios se habían dado cuenta que iba a que me revisara el Grupo Médico del Proyecto Hope, de AID, para ver si ameritaba que me llevaran. Su diagnóstico fue que estaba mal y que debían llevarme. El día 8 de noviembre  salimos del Aeropuerto militar de Ilopango, un grupo de 20 pacientes junto a un familiar responsable. Niños y niñas  como Rita Palacios, Carlos Menjívar, Dilian Acosta, Manuelito, María, y otros, y yo la única joven, viajamos hacia Boston en un avión del Ejército estadounidense,

En ese hospital de Boston fuimos bendecidos por la entrega de ese equipo médico, personal de enfermería, voluntarios y fisioterapistas, como Lisa Giangregorio, con quien  hasta el día de hoy somos amigas, pues mantuvimos vivo el contacto, desde esa época hasta  hoy, en redes sociales. Toda la gente linda que conocí en ese Hospital y salvadoreños y salvadoreñas residentes en Boston que nos ayudaron, siempre están en mis oraciones.

En ese tiempo, fui sometida a unas 14 intervenciones quirúrgicas, para limpiar la quemada de la cadera, que era profunda, tanto mi pierna izquierda. Permanecí 3 meses hospitalizada que casi llegó al hueso. Los médicos se asombraban de la rapidez con la que el nuevo tejido iba creciendo. Ahora estaban salvando conociendo a muchas personas de varios países, que llegaban para ser tratados por quemaduras, en su mayoría.

Aún recuerdo el día en que junto a Lisa y otras fisioterapistas, volví a caminar después de mes y medio, de estar acostada y con una férula en el tobillo derecho (allí me  descubrieron que había habido quebradura  que tenía una fisura en el tercer lumbar de la columna),al final del trayecto, entre bromas y aplausos del personal, me detuve y me puse a bailar, de las rodillas hacia arriba, cantando alguna canción de rock and roll, pero con lágrimas y sonrisa di gracias a Dios por mis pies por mis piernas.

Durante este tiempo mi hermana Ana Celina estuvo conmigo, a tal grado de perder su ciclo de la Universidad.

Me tocó celebrar mi cumpleaños 21. El 16 de diciembre, fui despertada por el  canto de Happy Birthday que el  personal médico y paramédico entonó durante su rutina diaria. Me llenaron de regalos  mi hermana, pacientes, y de parte del hospital. En la tarde, celebré con una fiesta “sorpresa”. Es el cumpleaños que más recuerdo por la sorpresa (medio sorpresa,  porque ya me  había dado  cuenta que la estaban organizando).

En enero me hicieron la última operación cerrando la quemada ya limpia, haciendo un colgajo que me dejó marcada.  ¡Benditas cicatrices! Que me recuerdan el amor y el cuidado de mi Dios.

Regresamos al país en febrero de 1987, sin haber gastado un cinco,  con la esperanza de un mejor mañana, y con la convicción que Dios dispondría de mi vida. En la casa me recibieron con alegría, mi familia y amigos. Mi jefe el Lic. Jorge Amaya y otros compañeros de la oficina llegaron también.

Todo ayuda a bien a los que aman a Dios

Todo en la vida tiene un propósito, esto Dios lo ocupó  para varias cosas: mostrarme el amor de mi familia, de mis amistades, conocer maravillosas personas, enseñarme cuanto me amaba, que para Él tengo un gran valor, y que siempre me ha estado cuidando, preservando mi mente, mi alma, corazón y mi cuerpo.

Como muestra de que lo sucedido fue para la Gloria de Dios, mi hermano Carlos  y dos compañeras de trabajo, Nydia Fuentes, una de ellas, recibieron a Jesús en su corazón como Señor y Salvador. Posteriormente mis hermanas Maritza y Susy también lo hicieron. Sin duda, mi vida es de Él.

Jamás olvidaré a toda esa gente que de una u otra manera, intervinieron en mi vida para este evento. Mi eterna y profunda gratitud a todas esas personas, que mencioné y aquellas que no, que participaron en mi rescate y posterior tratamiento médico.  Dios les bendiga grandemente.

Sólo puedo decir: ¡A Dios sea la gloria por lo que hizo por mí!

“Pero en cuanto a mí, el acercarme a Dios es el bien;

He puesto en Jehová el Señor mi esperanza, para contar todas tus obras”

Salmo 73:28

10 de octubre de 2015

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