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25 años

Iosu Perales

Recuerdo como si fuera ayer aquel 16 de enero de 1992 en Chapultepec. Invitado para el acto por el FMLN, a través de las FPL, tenía a un lado al padre Ion Cortina y en el otro al comandante de la URNG Rolando Morán. Un día inolvidable para mi humilde persona en el que me puse por primera vez una corbata. Quedaban atrás hechos y situaciones de colaboración con la guerrilla y surgía una nueva realidad para mi promesa de seguir siendo útil a la causa del pueblo salvadoreño. Lamentablemente mis dos amigos ya no están.

Han pasado 25 años. Son muchos para nuestras vidas y son pocos para la nueva historia de El Salvador. Se ha hecho mucho y queda mucho más por hacer. Precisamente, un aniversario redondo se presta a ser el marco de balances sobre lo logrado y lo que queda por lograr. También invita a abrir una reflexión sobre lo que los partidos políticos, las organizaciones sociales y la misma sociedad han aportado al proceso de paz. Presumo que habrá suficientes textos enfocados de este modo. Por mi parte, aprovecho el momento para hacer una breve reflexión sobre aquello que es la razón de ser del FMLN, algo que es más intangible pero que representa el compromiso que un día prometimos no romper jamás.

La guerra marcó a toda una generación. Sobre todo de salvadoreños, pero también en otra medida a muchas personas de otras partes del mundo que encontraron una razón para sostener sus propias utopías. Aquellos fueron años duros a los que no queremos regresar, pues las muertes y el sufrimiento derivados de una guerra impuesta por la dictadura, dejaron a un pueblo exhausto y estragado física y moralmente. Pero mentiría si no dijera que aquellos años inspiran a muchos nostalgia y viejos recuerdos, evocaciones a compañeras y compañeros perdidos, a amores que fueron y a sueños éticos que todavía soñamos. Y tal vez también, evocan, valores humanos de entrega total que pueden peligrar sino estamos alertas ante la amenaza de que la nueva vida institucional desnude nuestras debilidades y nos empuje a desnaturalizarnos.

Desde Chapultepec hasta hoy, el mundo ha cambiado mucho. La izquierda también ha cambiado. Hemos perdido cierta presencia en las calles, tal vez hemos debilitado nuestras creencias fundacionales acerca del poder de las movilizaciones. Pero sabemos más que antes. Somos poseedores de experiencias que eran inéditas. Tenemos mayor capacidad de análisis de nuestra realidad concreta. Gozamos de una fuerza política magnífica. Ah! Pero el tablero de las luchas se ha ido mutando y apenas nos damos cuenta de ello. La penetración de valores neoliberales se extiende por todos los rincones de nuestra sociedad, empapándolos de ideas individualistas y consumistas. Los medios de comunicación arbitran la vida política y pugnan por tener más fuerza que los partidos, que el parlamento y que el gobierno. Ellos pretenden marcar nuestras agendas y también quieren decidir el bien y el mal en la esfera de los valores morales.

Fidel dijo en su día que en la batalla de las ideas está la clave de la conformación del presente y de cómo será el futuro. Su llamado es a la lucha por la hegemonía. Si no comprendemos esto no entenderemos nada del tiempo en que vivimos. Hoy día, la política institucional está desbordada por poderes que nos inducen a pensar de una determinada manera. Y según pensamos vivimos. Por eso creo que hemos de hacer un examen del lugar que ocupa el FMLN en nuestra sociedad, 25 años después. ¿Somos un liderazgo social y moral? ¿Somos el referente ejemplar de nuevos valores y comportamientos? ¿Somos la referencia intelectual de un proyecto de país, creado desde nuestra particularidad, desde nuestro propio pensamiento colectivo y desde abajo?

No hemos ayudado lo suficiente a fortalecer los liderazgos de las organizaciones y movimientos sociales. Tantos cuadros y líderes fagocitados para el funcionamiento institucional hacen complicado llenar las plazas y calles para que el pueblo pueda empoderarse y la democracia participativa de nuevos pasos hacia adelante. Lo cierto es que una práctica universal indica que cuando la izquierda se apoya unilateralmente en la acción institucional se desnaturaliza, se hace conservadora, y vive por inercia bajo el paraguas de un mundo de ideas seguro, poco o nada innovador. Pero hay que remover las aguas. Hay que pensar que la vida en tanto que obra teatral tiene personajes que van y vienen, pero lo que interesa es que la obra misma permanezca aun cuando el elenco de actores y actrices cambie. Es así que la inquietante pregunta que me hago es: ¿Después de dos legislaturas ostentando la presidencia qué quedará consolidado para las nuevas generaciones? ¿Qué obra habremos levantado que un regreso eventual al poder de la derecha no la pueda destruir? Hagamos un ejercicio: pensemos qué aspectos de la vida nacional, de nuestro pueblo, deben quedar reforzados de manera estructural a partir de 2019 para así poder decir que hemos cambiado el país, al menos en una parte.

Lo mejor está por venir. Así hemos de pensar, seamos más o menos optimistas o pesimistas. Hemos de cambiar la política y nosotros con ella. Tiene que servir para traducir las ideas y razones y transformarlas en grandes sentimientos humanos que muevan a las mayorías. Las ideas que no pasan por el corazón no son fuertes y no sirven para caminar, ha dejado dicho el ex presidente de Uruguay, Pepe Mújica.  Con frecuencia nuestro monólogos políticos son más de lo mismo, algo aburrido. Hay que echarle pasión a lo que hacemos individual y colectivamente.  La batalla de las ideas es como un torneo de fuerzas subjetivas que hacen que la conciencia se concrete en un torrente popular. Hay que dignificar la política, no hacer de ella un instituto de reparto, una agencia de colocación, sino un trabajo para servir al pueblo, en un momento de la historia en la que, como dije, las ideas y valores neoliberales, extendidos por el planeta al servicio de intereses minoritarios y fraudulentos, quieren dirigir nuestras vidas. La política desinteresada es difícil, pues supone no tener apego al poder.

Nuestra razón de ser es la esperanza. Y para que los sea cada día hace falta que seamos militantes. En una de sus reflexiones el ex presidente Pepe Mujica,  se preguntaba: “¿Qué sería el mundo sin militantes? ¿Cómo sería la condición humana sin militantes?  No porque los militantes seamos personas perfectas, que no lo somos, no porque tengamos siempre razón. No, no es eso. Es que los militantes no vienen a buscar la suya, vienen a dejar el alma por un puñado de sueños. Porque, al fin y al cabo, el progreso de la condición humana requiere, inapelablemente, que exista gente que se sienta en el fondo feliz en gastar su vida al servicio del progreso humano. Porque ser militante no es cargar con una cruz de sacrificio, es vivir la gloria interior de luchar por la libertad en el sentido trascendente”.

Frente a una derecha belicosa, codiciosa, dispuesta siempre a explotar a los seres humanos para obtener mejores beneficios; frente a una derecha que confunde de  manera perversa la nación con la casta de ricos del país; frente a esta derecha hipócrita, insensible a los padecimientos de muchos compatriotas, insolidaria y arrogante, y que vive en una burbuja externa a la realidad del país aunque esté dentro del país, los militantes hemos de ser los portadores de una buena nueva: el Buen Vivir como escenario futuro de justicia. El Buen Vivir que desde la unidad construimos ya, siendo solidarios con los más desfavorecidos y oponiéndonos a los poderosos.

Ser lo que fuimos hace 25 y más años y a la vez ser distintos porque hemos aprendido, merece la pena. Ser los que fuimos quiere decir no claudicar de nuestros valores y convicciones libertarias, de nuestro compromiso con el pueblo salvadoreño, de nuestra dimensión solidaria y militante. Ser distintos porque los tiempos nos exigen estar a la altura de nuevos desafíos en la esfera del conocimiento, de la información, de la reflexión e innovación de los paradigmas. Somos personas corrientes, surgidas de la multitud, no nos creemos que seamos especiales, ni vanguardia, simplemente somos hombres y mujeres que decidimos ser felices sirviendo a nuestro pueblo salvadoreño. Se lo debemos también a quien dieron su vida por el mismo empeño.

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